martes, 17 de agosto de 2010

EL JARDIN

Por: José Guerrero

Hablando por teléfono el amigo transmitió algunas reflexiones al respecto, y con su permiso me permito referir algunas:

La velocidad de los jardines me apabullan en exceso porque sin previo aviso sufro como una descarga eléctrica y siento que se me agolpan los aromas en las fosas nasales formando cola como cuando hay bulla por rebajas en los grandes almacenes, todos desparramados y sin ningún control, cosa que siempre me ha descentrado hasta el punto de que te puede crear un grave síndrome de sensaciones (si al invadir todo el ambiente y las paredes acerco la nariz por si se habían impregnado del fresco perfume), al igual que si cruzas el umbral de un recoleto lugar y te topas por sorpresa con un sinfín de atractivos retablos genialmente alineados en los muros de una abadía o catedral, o te cuelas en una galería de arte de las muchas que proliferan por la ciudad y de repente observas la variedad de aromas y colores de flores que viven incrustadas en los lienzos que cuelgan de las paredes.

A veces tales eventos dañan a los sentidos sobremanera, porque no estamos preparados para ello y menos para darse un atracón de bocados de cielo a través de la vista, el olfato u otros sentidos. Tales acumulaciones de éxtasis no las recomiendan ni los más excéntricos amantes de la pura estética.

A lo largo de la historia han surgido incontables flechazos de amores a primera vista, donde la textura o el corte del talle o algún secreto atributo imaginable a la vista han causado verdaderos estragos en el espectador. Mas en este caso, el hecho de caer de bruces en un rico panal de perfumes que se entrecruzan por los cinco sentidos sin orden ni concierto están a pique de dejar a más de uno sin sentido, y más aún nadando en un mar de esencias tormentosas en tan reducido espacio de terreno como es el jardín, por lo que nunca se sabe a ciencia cierta cuál será el desenlace.

El espacio exiguo del jardín hierve con las emanaciones que expande como el agua en una piscina, en la que flotan los distintos olores de los cuerpos en leves remolinos de bucles y músculos en pleno mes de agosto, donde florecen con luz propia las dulces rosas en conjunción con sus exóticas y mínimas prendas de infarto instaladas en estilizadas siluetas que se desplazan caprichosamente por la superficie del agua, como el polen de la flor que va de acá para allá, sin rumbo, buscando un refugio donde apoyar sus huesos y depositar su esencia, y así los bañistas anhelan soltar la mugre de la clínica sicológica o dental del resto del año y reponerse del trajín y el estrés acumulados en las duras horas de jornada laboral, intentando ahogarlos en unos cuantos días de vacaciones en la pequeña balsa de la urbanización, o en el rebalaje del Mediterráneo, que con las fauces entreabiertas aguarda para lamer sus partes más dañadas con delicado mimo.

Siempre me ha turbado la velocidad loca en cualquier ámbito del cosmos, la del sonido, de la luz, del trueno, pero lo que menos soporto es la fuga descarada de lo agradable y placentero, de la fragancia de las flores, que se pasan el día llorando las penas a lágrima viva en el florero del salón al poco de cortarlas rebelándose como una criaturita, dejándote plantado en tus mismas narices, negándote la esencia de la sustancia de la que fue hecha, cuando tanto trabajo ha costado plantarlas y criarlas en la ladera del monte, donde se alza el jardín de las delicias, mas hay que reconocer que unas manos asesinas las han estrangulado robándoles la vida por puro goce ególatra, abandonándolas a su suerte en la fría soledad de la habitación sin raíces, compañía, apenas agua, sol y ni tan siquiera un poco de calor. ¡Con lo triste que es ver un jardín o un mundo sin flores!

lunes, 9 de agosto de 2010

ESTOY BAJO MÍNIMOS- TIRATE UN FAROL. POR LUCIA MUÑOZ




Escrito leído en la tertulia literaria de los martes en la tetería Zaidín.

Mariano y yo apuramos la última copa de la noche. El puticlub a estas horas de la madrugada a penas tiene clientes, bueno, estamos nosotros dos, pero como si no lo fuéramos. Ya hemos consumido la carne fresca de la Sobiética y la metralla ya no está para tirar más petardos.

Uno tiene que ser consciente de su edad y saber que ya está bajo mínimos, y debe de esperar unos diítas para poder volver a la carga. Y el que diga lo contrario es que se está tirando un farol.

Como el que me acaba de relatar Mariano. Mira que presumir de que se ha ligado a Cifuentes, nada menos que Cifuentes, nuestra jefa de personal. Con lo buena que está la Jefa, y Mariano me acaba de confesar tras ocho güisquis que hace dos noches se la tiró, y encima en el apartamento de ella, vamos, como si fuera tan fácil ligarse a la jefa, y nada menos que ella sea la que te invite a su apartamento.

Si no hay más que mirarte Mariano, con esa calva, esos ojos de sapo, esa papada y esa barriga fofa de piel mortecina; esa lengua babosa y esa nariz gorda y enrojecida, ¿Qué tía va a querer ligar contigo, si no es previo pago? Y ni aún, que cuando vamos de putas como hoy, hasta ellas te dan largas y siempre te tienes que conformar con la más fea.

-Te lo juro, Paco, palabrita del niño Jesús, que me tiré a la Cifuentes. Bueno, rectifico, fue ella la que me ligó. El viernes pasado se me puso insinuante, como te lo digo, estaba yo haciendo unas fotocopias y ella se me pone a un lado, me sonríe, me enseña esa boquita de piñones, me habla, ¿entiendes?, ¡me habla!, no me ordena, ni me insulta, ni me dice lo que debo o no debo hacer..., y cómo, dónde y cuándo quiere esto o aquello, ¡no!, me habla de tú a tú, como dos colegas, como dos amigos, y me suelta un rollo de las cosas que le gusta y que no le gustan, y me roza el brazo y el muslo, y me pone una mano en el hombro, y siento sus pechos duros en mi brazo…, y a mí que comenzaron a darme los siete ataques, y sobre todo un calentón que intenté simular, porque claro, es la jefa, y yo no sabía en esos momentos si agarrarla por la cintura,  pegarla a la fotocopiadora y meterle mano a ese par de tetas gordas, o pedir disculpas y salir de allí cuanto antes…, en esas me debatía cuando Cifuentes me propuso ir a su apartamento por la tarde, pues quería que yo le revisara unos expedientes que eran de suma importancia, que no tenía tiempo en la oficina para ello, y me necesitaba, ¿me oyes?, ¡me necesitaba! Y dijo estas últimas palabras la mar de despacito en mi oído. ¿Qué hubieses hecho tú en mi lugar?, pues asentir como yo hice y cagarme en mis muertos, porque de seguro si la cosa salía mal al día siguiente tendría en mi mesa el finiquito. Como te digo, hace dos tardes, me puse mis mejores galas, me afeité y me perfumé. Le llevé un ramo de flores, no de rosas rojas, no fuera que yo hubiese entendido mal el mensaje y me diera con la puerta en las narices, sin haberle si quiera catado el sabor de sus labios. Estaba yo hecho un flan cuando ella abrió la puerta. ¡No te lo vas a creer!, iba con una camiseta ajustadísima, que señalaban sus pezones tiesos y unos pantalones vaqueros cortitos, pero cortitos, zapatillas blancas y una coleta recogida con un lazo blanco…. Me regaló una sonrisa de las que quitan el sentido de todas las partes del cuerpo excepto la que tú ya sabes… Me llevó al salón, y sobre la mesa no había ni papeles, ni expedientes..., había una pequeña fuente de cristal llena de fresas con nata, una botella de güisqui y dos copas… Comimos, bebimos, reímos y bailamos lentos. Ella de pronto me besó, hurgó en mi boca, como buscando algo, y debió de hallarlo porque al instante metió mano a mi bragueta y ya no paramos de besarnos, mordernos y acariciarnos hasta las cinco de la mañana, que me despidió toda desmadejada y borracha… Lo demás ya lo sabes…
Yo sonrío, miro a mi amigo a la cara y digo:
-¡Anda, Mariano, tírate otro farol, que el de la jefa que se tira al subalterno está ya muy manido!

TIRATE UN FAROL. POR JOSE GUERRERO

ESCRITO LEÍDO EN UNA DE LAS TERTULIAS LITERARIAS

DE LOS MARTES EN LA TETERÍA ZAIDIN.



Rufino no daba crédito a lo que le sucedía. Estaba cansado de que se le torcieran los vientos sin cesar. Últimamente le daban calabazas en casi todos los frentes por los que transitaba, aunque presumía de estar confeccionado de un material especial y pregonaba a los cuatro vientos que era capaz de llevar a cabo lo imposible por convicción; no se sabe si se enorgullecía en exceso alcanzando los delirios de tirarse un farol. Las calabazas que peor soportaba eran las afectivas.

Si una muchacha le encendía el ánimo sobremanera perdiendo la chaveta por sus encantos se envalentonaba y se desvivía por ella procurando llevársela a su terreno con guiños y dulces palabras hasta conseguirla, y de no ser así caía en el pozo de desesperación, difícil de solventar, acompañándole un rosario de espasmos y convulsiones sin cuento, de tan grueso calado que casi siempre acababa la función entrando por la puerta de urgencias del hospital aprisa y corriendo, al no poder controlarse ni superar la crisis; era una rebelión a bordo en toda regla, agitándose con uñas y dientes como un energúmeno contra la negra suerte,

Cuando asistía a un guateque con amigos y amigas en ocasiones se entretenían arrojándose flores entre ellos o palomitas de maíz en una batalla campal; hubo un tiempo en que le resbalaban tales desaguisados, pero con el paso del tiempo su fisonomía y necesidades fueron evolucionando, y según fue echando barba y bigote ya le escocían las partes del cuerpo más de la cuenta levantando ampollas, y ni corto ni perezoso ideó una estratagema para acallar al personal y salir airoso de la situación insoportable en que a veces se encontraba; así recordaba con rabia cuando en algunas veladas le tocaba bailar con la cojita o con la pobrecita aquella que consideraban la fea del grupo y la llevaban como relleno por si acaso y por la que nadie apostaba un centavo.

Un día se levantó muy de mañana con la lección bien aprendida, se acicaló como un galán de Hollivood, acudió a la esteticién a fin de que le modificasen el look, eligiendo aquel que mejor armonizaba con los rasgos más llamativos de la cara, logrando el sueño de hombre en edad de merecer, rompiendo los corazones de las más jóvenes, no sin antes haber configurado con mucho esmero unas sorprendentes tarjetas de visita de gran tamaño para presentarse en las efemérides de gala, que ni el mismo heredero de la casa real del Reino Unido las exhibía, donde con letra bien gruesa de estilo gótico se podía leer en la distancia, Excmo. Sr. don Rufino, ingeniero de montes, canales y puertos, asesor y patrocinador de la Europa verde, especificando en letra pequeña que desempeñaba su cometido con todas las consecuencias en la red forestal del tribunal de la Haya; de este modo, habiendo planificado con todo detalle la recepción como si se tratase de una bacanal romana, conforme iban llegando los invitados a la fiesta les fue repartiendo con suma delicadeza la tarjeta.

Más adelante, en mitad del loco jolgorio que se había formado en la fiesta, donde los corazones palpitaban a más no poder y hervían los invitados de bebida y pasión arrojó por los aires, no sin morderlos previamente con furia, un flamante fajo de billetes de quinientos euros que guardaba celosamente en una caja detrás de él, que parecían recién salidos del horno de la maquinita, y revoloteaban agitándose en el ambiente como desquiciadas mariposas exhalando un aroma tentador, y a continuación extrajo otro manojo moviéndolo con suma picardía en las narices de cada uno espetándoles que si por un casual se encontraban en apuros y necesitaban algún préstamo urgente acudiesen raudos a él que lo tendrían de inmediato en sus manos.

Al día siguiente, por las pesquisas de un amigo, se supo que los billetes los había conseguido de un anticipo secreto que había solicitado en nombre de sus padres al banco, ya que estaba autorizado por ellos por residir a gran distancia del lugar, era una parte de los honorarios que cobraban mensualmente, toda vez que gozaban de una buena posición económica.

Todos se quedaron atónitos de las escenas que habían vivido en aquella noche con tan distinguido personaje, y no cabían de gozo por el acierto de haber concurrido a esa fiesta tan especial, en que no olvidarían lo acontecido y por lo pronto ya tenían algunas dignas historias que poder contarles a los nietos el día de mañana. Él, con mucho aplomo y pedantería, se sentó en una esquina de la sala, donde se celebraba el evento y haciéndose el interesante distanciándose disimuladamente del ritmo de la música como si no lo oyese, enseñoreándose en su aureola de rico potentado que posara radiante de gloria para los principales medios del planeta se relamía en el podio de la megalomanía, siendo a todas luces el blanco de todas las miradas, sobre todo las que más le fascinaban en su fuero interno aquella su gran noche, las femeninas, y se regocijaba y crecía por dentro como una planta recién regada al amanecer, respirando con energía y rumiaba entre dientes, cobardes, hoy os vais a enterar de quién soy y el alcance de mi omnipotencia, contemplando con estupor cómo las chicas más atractivas iban a sufrir por él, estando al desquite peleándose por acercarse a su trono, mostrándose ajeno a tales rencillas durante un tiempo prudencial haciéndose de rogar, y de ese modo extraería el máximo jugo de su arrogante posición, llevándose de calle a la chica estrella, la que más brillase entre las demás quitándole el sueño.

Aquella noche no la iba a olvidar Rufino jamás, porque fue un magnate de ensoñaciones, el rey de la más lujosa fiesta que habían disfrutado los lugareños, pues tuvo la fortuna de que sus dos íntimos amigos, los que siempre lo acompañaban a las correrías nocturnas no acudieron siendo su salvación, ya que ellos eran los únicos que sabían del pie que cojeaba Rufino, y habrían desvelado la patraña que había montado, por lo que todo pasó como algo real y nadie atisbó el fantástico farol que se había tirado, acabando la fiesta en todo su esplendor, sin que nadie se diera cuenta de la cortina de humo que había desplegado el ingenioso e inigualable Rufino.

Como los avatares le fueron a las mil maravillas, al salir victorioso de la batalla, decidió ponerlo en práctica en las distintas facetas que se le presentasen en la vida, ya que no tenía nada que perder, al contrario, mucho que ganar, y por qué no se decía, si puedo quedar como un empedernido triunfador por qué voy a andarme con rodeos cerrándome las puertas y abriéndome en vida mi propia fosa. Por los derroteros trasnochados no llegaría nunca a ninguna parte, así que se decidió por echarle valor a la vida y hacer lo que le apeteciese en su acaso corta existencia.

Rufino pensaba que debía deslindar las metas, los campos de acción, trazando una línea bien visible entre ellos, subrayando con rotulador rojo los que deseaba que refulgiesen como ardientes chispas del corazón, en que no apareciese ningún rival que le hiciese sombra. De esta guisa reflexionaba conspicuamente llegando a la conclusión de que si bien el juego de naipes lo dominaba cuando quería, debido a que sólo le bastaba pulsar el botón del engaño mediante una inquisidora y fulminante mirada al contrario y partida ganada, en cambio no acaecía de igual modo en el campo de batalla del amor, donde resultaba tan escurridizo hilvanar los suspiros y lograr un amor certero, saliendo a la postre con la cabeza bien alta cabalgando con la anhelada jaca como indiscutible vencedor, dejando los otros envites para los pusilánimes o bocas de ganso, que se desmoronan sendero arriba al menor obstáculo sin ánimos para emprender de nuevo el vuelo.

Sin embargo habrá que estar ojo avizor, sobre todo si se escucha lo que apunta el dicho popular, “antes se coge a un mentiroso que a un cojo”, en los casos en que alguien se disfraza con áureos ropajes, siendo un vulgar segundón o el último de la fila.