sábado, 20 de noviembre de 2010

"BENDITAS SEAN TUS MANOS"

ESCRITO REALIZADO PARA LA TERTULIA DEL 9 DE NOVIEMBRE.
Autora: LUCIA MUÑOZ
Margarita, se apresura en quitarse el delantal  al escuchar las llaves tintineando tras la puerta y cómo daban vuelta en la cerradura.  Rápidamente se da un retoque de pelo frente al espejo, se ajusta el sujetador y el abrigo de tal forma que sus pechos no sobresalieran del escote. Desde que quedó embarazada y ahora dando el pecho al bebé, sus senos se habían agrandado tanto, que hasta su marido un día le llamó la atención advirtiéndole, que los otros hombres la mirarían en exceso y con lujuria si salía a la calle con un escote pronunciado, y yendo con ella a su lado se sentiría avergonzado e irritado, y se vería en la obligación de defenderla verbal o físicamente de los otros puesto que la amaba tanto y moría de amor por ella. Margarita como no deseaba que su marido se sintiese avergonzado por su culpa, y mucho menos que la tuviese que defender ante otros, y creyendo ese acto heroico de él como un gesto de amor supremo hacia ella, dejó de ponerse ropa ajustada y  con escote.
Cuando Raúl traspasa la puerta Margarita ya está esperándole en la entradita nerviosa.
¡Hola, amor! dice y  se abalanza sobre él para abrazarlo fuertemente.
Suéltame mujer, qué no ves que llevo las bolsas de la compra y me están estrangulando los dedos.
Lo siento cariño. Perdóname, es que soy una inconsciente.
Pues sí. La mayoría de las veces.
Ambos entran en la cocina. Ella le ayuda a poner las bolsas sobre la mesa.
―¿Qué tal el día en la oficina?
―Fatal. He discutido con el idiota del Vicente, que no es más tonto porque no puede y por su culpa he acarreado un dolor de cabeza que aún me dura. Por cierto, me voy a tomar ahora mismo una de mis pastillas.
Margarita se queda en la cocina colocando los productos de la compra. De pronto desde el pasillo se oye la voz de Vicente.
―Margarita, ¿dónde están mis pastillas?
―Donde siempre. En tu mesilla de noche.
―Eso lo dirás tú, porque  aquí no hay más que un bote vacio.
La joven sale de la cocina y en tres pasos largos entra en el dormitorio.
―No me digas que se te  ha olvidado comprarme las pastillas.
Margarita no contesta. Pero en su rostro congestionado y las mejillas enrojecidas, Raúl certifica que no las compró.
―¡Joder, tía! Si es que eres una inútil. Te pido sólo una cosa. Sólo una y no me la haces.
Raúl  de pronto levanta la mano derecha en la que tiene empuñado el bote de pastillas y con violencia arroja el bote y en su vuelo choca contra  la ceja derecha de Margarita. La rojez y la hinchazón no tardan en surgir.
―¡Ves lo que me obligas a hacerte! ¡joder! ¡Si es que no sirves para nada, en vez de cerebro tienes una esponja llena de agua! Te hago la compra, porque no eres incapaz de administrar bien el dinero, ¿ya no te acuerdas que cuando tú comprabas que nunca llegábamos a fin de mes? ¡Dios, lo que tengo que aguantar!, encima de una mano rota, me he casado una  imbécil, mira que olvidarte de comprarme las pastillas, ¡las pastillas, maldita sea, que te lo dije anoche!
Raúl con todas sus fuerzas  zarandea a Margarita y ésta cae al suelo como  una camisa rota a la que se tira al cubo de la basura por inservible.
-Perdón, perdón, perdón…
El bebé llora en su cuna con fuerza violentado por la discusión.
―Haz el favor de coger a tu hijo, si no los vecinos pensarán que eres una mala madre que deja a su hijo que llore y llore, mientras ella está haciendo no sé qué cosas, seguramente enganchada al ordenador o viendo los estúpidos programas de la televisión de la mañana, y ella subnormal e ignorante, porque eso es lo que eres, se te ha olvidado comprarme las pastillas.
Margarita se levanta trabajosamente del suelo. No habla, primero porque no le salen las palabras de la garganta que se le ha engarrotado, y segundo porque sabe que es mejor no hablar en estas ocasiones, puesto que la culpa ha sido toda de ella y tiene bien merecido que él se enfade y la zarandee y la critique y la acuse.
―¡Con lo que yo te quiero y hago por ti… Me mato a trabajar todo el día para que no te falte de nada, y tú así me lo agradeces, olvidando comprarme las pastillas...!
La joven se levanta en silencio y se acerca a la cuna, donde le bebé llora desconsolado y asustando, ante los gritos permanentes del padre.
―Ya mi amor, ya mi amor… ― Susurra Margarita con voz temblorosa a su hijo al oído. Las lágrimas de Margarita caen como perlas de rosario partido por sus mejillas.
El bebé se ha calmado y ella lo ha vuelto a poner en la cuna.
Ahora ella pide perdón a su marido.
Lo siento Raúl. Ha sido  culpa mía. Yo te  he provocado con mi olvido… Soy  una imbécil y una idiota y una irresponsable como madre, y una inútil con las compras y con el sueldo que  dilapidaba y no llegábamos a fin de mes, como tú me decías… Tú siempre tienes la razón y yo soy una ignorante…
Ahora se abraza a él. Porque más allá del miedo a que él le pegue por su culpa, por sus errores cometidos, está el miedo a que él la abandone, a la soledad, al desprecio de los amigos, de su propia familia. Margarita calla desde hace varios años. Nadie debe saber nada porque ella se siente la culpable, la provocadora, la estúpida y la mala madre.
El se refugia en el silencio de ella y se hace grande y se hace poderoso y se cree un Dios, y una excelente persona, y es adorable y adorado, y por tanto tiene toda la razón en cuanto hace.
Primero ella dejó su trabajo. Raúl necesitaba más de ella, le amaba tanto a ella que necesitaba tenerla en la casa, y que le diera todos los mismos y todo su tiempo a él, que llegaba a casa cansado, y la encontraba vacía sin ella que trabajaba hasta tarde en las clases que daba en la Universidad como profesora.
Era la muestra de amor de ella hacia él, el regalo que le hizo por su quinto aniversario de bodas, dejar el trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a él que tanto la necesitaba, que tanto la amaba. Ella era una irresponsable dejando a su marido sólo, tan sólo que podría sentir la necesidad de buscar los brazos de otra, puesto que ella no estaba allí para abrazarlo cuando él llegaba. El miedo a perderlo, el miedo al abandono, a la soledad, al desprecio… Ya lo decía mi madre que no eras la mujer apropiada para mí…”
Ella que se siente culpable y única responsable de todo cuanto le viene pasando desde hace varios años, arrepentida por sus actos, como la esclava a su amo tras los latigazos recibidos,  besa las manos de él y susurra: “Bendita sean tus manos, amor, que tanto me amam".

5 comentarios:

  1. Parece una historia contada por un niño. Nada nuevo que no sepamos ya, trillado mil veces.

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  2. Ojalá nunca ningún niño tenga que contar una historia así de triste y horrible, y mucho menos aún que tenga que vivir algo tan terrible, que por trillado que te parezca, por lo menos remueve la conciencia y hace recordar que tristemente siguen sucediendo escenas como las descritas en el texto.
    ¿Díme, por qué no aportas tú algo nuevo que no sepanos ya sobre los malos tratos?

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  3. Los malos tratos deben ser contados por aquellas personas que los han padecido, nunca podremos ponernos en la piel de alguien que los ha sufrido de verdad. No critico que hablemos de los malos tratos, sino cómo ha sido contada la historia, de una forma tan básica, simple e insustancial. Da pena el escrito, no la historia.

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  4. Como aficionada a la escritura creo que las críticas deberían ser más educadas. Puedes decir que no te ha gustado, pero sobra lo de que da pena el escrito, aunque sea tu opinión personal. No es bueno hacer daño gratuítamente.

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  5. Loli, estoy tolamente de acuerdo contigo, si hay que hacer una crítica, que sea constructiva, para mejorar en la escritura.

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