miércoles, 9 de noviembre de 2011

ACTIVIDADES MES DE NOVIEMBRE


                                                            LIBRO DEL MES





Henrik Ibsen (Noruega, 1828 – 1906), es considerado el más importante dramaturgo moderno, padre del drama realista moderno y antecedente del teatro simbólico. En su época, sus obras fueron consideradas escandalosas por una sociedad dominada por los valores victorianos, obras que cuestionaban el modelo de familia y de sociedad dominante. 

Desde sus primeros estrenos el 21 de diciembre de 1879 en el Teatro Real de Copenhague y el 20 de enero de 1880 en el Teatro Nacional de Cristiana, su protagonista femenino, Nora, y su determinación de abandonar finalmente a su marido hace de “Casa de muñecas” una obra teatral revolucionaria.

sábado, 24 de septiembre de 2011



La Asociación invita a todas aquellas personas interesadas en el aventurero mundo de escribir, a que nos conozcan y participen
 en las actividades que proponemos cada mes,
 las cuales son todas gratuitas.


FRASE DEL MES DE OCTUBRE: 
"Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras." Truman Capote.




Truman Capote, nació en Nueva Orleans, EE UU, 1924-Los Ángeles, 1984) Novelista estadounidense. Pese al carácter profundamente realista de su obra, combinó en sus narraciones el misterio y el refinamiento literario, poniendo de manifiesto las oscuras profundidades psicológicas del sistema norteamericano a través de caracteres inquietantes, como en el caso de A sangre fría (1966), la más famosa de sus novelas.







lunes, 11 de julio de 2011

FORO DE LA LUNA LLENA, 2011

Desde la Asociación, les invitamos a nuestro  FORO de " LA LUNA LLENA", que tendrá lugar el próximo 14 de Julio, a las 22 horas en la Plaza de los Cangrejos.

Este año el foro estará dedicado a
"MUJERES POETAS"
En el trascurso del mismo, se leerán poemas escritos por mujeres, habrá imágenes y música en directo.
El cartel de este año ha sido realizado por Jose María Ortuño, al cual le damos las gracias por su colaboración.
Este foro está patrocinado por el Area de Cultural, del Excmo. Ayuntamiento de Nerja.



viernes, 3 de junio de 2011

VELADA POÉTICA LA AVENTURA DE ESCRIBIR




     El próximo miércoles, 15 de junio a 20,30 horas tendrá lugar una velada poética en el patio de la Tetaría El Zaidín, calle Granada en el que recitarán poemas algunos socios de la Aventura y amigos. Contaremos con la presencia de Enrique Zattara, Julio Gallego, Marta Verdura Aguilar, Lucia Muñoz, Haydée Acosta... entre otros. Os invitamos a que asistáis a este encuentro poético.



domingo, 10 de abril de 2011

FIESTA DE ENTREGA DE PREMIOS, RELATOS CORTOS, ENREJADOS

Desde la Asociación y en su nombre, la presidenta, Haydée Alicia Acosta, felicita a l@s tres ganadores, agradece muchísimo a todas las personas que han participado en el certámen, y especialmente al jurado por su trabajo y esfuerzo.
El jurado fue formado por: Doña Ana Durán, D. José Pascual, Doña Carmen Hernández, D. Pedro Valecia, y Doña Haydée Alicia. El cual calificó de gran valor literario y excelentes, cada uno de los relatos presentados; lo que hizo que la decisión final fuese muy reñida.
Finalmente los tres relatos ganadores fueron:
PRIMER PREMIO: Y UN DIA, de Plácido Iranzo.
SEGUNDO PREMIO: TRANSITO, de Lucía Muñoz.
TERCER PREMIO: VALLA CON DIOS, de Guadalupe Ramirez.

Al acto asistieron numeroso público, el cual disfrutó de la lectura de los relatos ganadores, los cuales les parecieron magníficos.
Los relatos destacaron por el tema de los malos tratos de género y en la familia. Critica social sobre el medio ambiente, el desarraigo social y emocional hacia las personas mayores, de las personas con problemas psicólogicos, de los encarcelados y enfermedades mentales.

GRACIAS NUEVAMENTE A L@S PARTICIPANTES Y AL JURADO.














PLACIDO IRANZO
PRIMER PREMIO

RELATO: Y UN DÍA

Al fin y al cabo esto no es tan duro como yo me imaginaba al principio, pero claro, lo cierto es que antes de conocerlo por mí misma estaba realmente aterrada. Y ahora fíjate tú, incluso he hecho amigas nuevas y todo, de esas amigas que nunca olvidaré y con las que mantendré el contacto aunque no sea más que por carta. A veces lo comparo con el servicio militar en los hombres, esa mili que ya no existe y en la que se forjaban amistades para toda la vida, como decía mi padre.
La diferencia es que yo ya he cumplido mi primer año aquí y para mi licenciatura aún debo esperar otros dos años más. Ah, y un día; que por aquí se dice que ése último día, ése que te regalan para que los tres años no parezcan tan poco, ése que tan graciosamente menciona el juez un momento antes de dejar caer su mazo, es el día más largo y más duro de toda la condena.
¿Pues sabéis lo que os digo? Que tres años y un día me parece poco tiempo y que estaría dispuesta a pasarme encerrada en mi celda el resto de mi vida.
No, no estoy loca. Aunque seguro que pensaréis que sí, sobre todo cuando os confiese que estoy cumpliendo esta pena por un delito que no cometí. Lo juro, por lo que más quiero; soy inocente.
Seguro que os estaréis preguntando cómo es posible que esté en la cárcel sin ser culpable y, además, dispuesta a cumplir una condena mayor con mucho gusto. A ver si soy capaz de explicarlo para que me entendáis.
Mi hija tiene veintiún años, bueno, ya ha cumplido veintitrés… quiero decir que cuando tenía veintiuno me llamó una noche. Estaba muy asustada y hablaba con la voz entrecortada y tan bajito que a duras penas lograba entender algunas palabras sueltas. Como es natural, y si sois madres me daréis la razón, se me cortó el cuerpo y la ansiedad que me invadió fue tal, que llegué a creer que me estaba dando un ataque al corazón. Me sentía impotente, suplicándole a mi hija entre lágrimas que se tranquilizase, que me lo contase todo, que no se asustara… Tan sólo de recordarlo me pongo mala. De repente sonó un golpe y mi hija gritó, por poco se me cae el teléfono de las manos, y más gritos, de ella y de un hombre… y golpes de nuevo y más gritos… y se cortó la llamada. Creí morirme.
Me temblaban las manos y casi no veía la carretera, pero logré llegar a su casa sin tener un accidente de tráfico, aunque sí que lo tuve al bajar las escaleras de mi bloque, que por poco no me maté. Se me quedó el cuerpo dolorido y lleno de moratones, además de una ceja rota y el ojo a la virulé, pero eso no me detuvo; mi hija podía estar en grave peligro.
Cuando llegué a su casa me quedé de piedra. Estaba sentada en el jardincito que tiene delante de la puerta, en un banco de madera muy rústico con cojines de colores, fumando un cigarrillo. Mantenía la mirada perdida y por más que le pregunté no abrió la boca más que para tomar y soltar humo. Luego, después de que aplastara la colilla en el cenicero, me lo contó todo.
Yo ya me lo olía, por más que ella se negara a decírmelo… que una madre es capaz de sentir el dolor de su hija por muy lejos que esté; No vengas a casa que te puedo pegar la gripe, este fin de semana no iré a verte porque vamos de viaje, he pillado un herpes y por eso tengo los labios hinchados, me he dado un golpe con una puerta… algunas hijas se piensan que las madres somos tontas.
Metí mi Ford fiesta en la cochera y entre las dos logramos introducir el cuerpo de mi yerno en el asiento de atrás, liado en un plástico. Le ordené a mi hija que lo limpiase todo a conciencia, que no dejase ni rastro de sangre. Mientras yo me encargaría de dejar el cadáver en algún sitio apropiado. Al día siguiente, a primera hora, denunciaríamos su desaparición.
No hizo falta. A las siete de la mañana se presentó la guardia civil en mi casa y me detuvieron por asesinato. Al parecer no fui lo suficientemente discreta al detener mi coche en un callejón oscuro de los barrios bajos y alguien me vio sacando el cuerpo del difunto. En cuanto los agentes me vieron el corte en la ceja y el ojo morado ataron cabos, me leyeron mis derechos y me esposaron. Más tarde vinieron las pruebas; la sangre en mi coche, mis huellas en el cuchillo que arrojé a un contenedor, la teoría descabellada de que mantenía una relación con mi yerno y que le apuñalé por celos… En fin, que tuve suerte de que mi abogado consiguiese que me cayesen solo tres años y un día por homicidio involuntario en segundo grado. La Chelo, mi compañera de celda, se parte de risa cada vez que se lo cuento. Ella está aquí por varios delitos de drogas, y afirma que si hubiese tenido los ovarios de matar a su chulo cuando tuvo la ocasión, se habría ahorrado toda una vida de prostitución y drogodependencia. Ahora está limpia, me consta que hace meses que no se mete nada.
Pero lo importante es que mi hija está sana y salva en su casa, con la bendición de poder rehacer su vida y criar a mi nieta en libertad. La pequeña está preciosa… las dos lo están; vienen a verme dos o tres veces en semana, y cuando las contemplo, me siento orgullosa de lo que hice.
De todas formas, aunque es cierto que yo no asesiné a mi yerno —que el muy capullo se lo ganó a pulso por cocainómano, putero, machista y maltratador, entre otras cosas—, también lo es que no soy del todo una santa, ya que sí me cargué a otro hombre, hace ya muchos años. Lo maté a sangre fría y ni siquiera me acusaron de nada.
Todavía las Mata-mata de mi módulo me piden que lo cuente mientras almorzamos. Mata-mata es el nombre que utilizamos para las encarceladas por asesinato, y también están las Mata-Hari, o Mata-burros, que son las que se han cepillado al marido o al novio. Tenemos nuestra propia mesa en el comedor y las demás nos respetan… más bien nos temen. Somos algo así como la realeza de la prisión, la alta sociedad.
Se quedan con los ojos muy abiertos y una sonrisa malévola en los labios mientras les narro los acontecimientos:
Veinte años atrás, mi marido está borracho como una cuba —modulo la voz como lo haría un narrador—, sentado en la mesa, con los brazos apoyados en ella y los puños cerrados, el vaso de vino por la mitad —enfatizo con un movimiento seco de la mano—, la segunda botella casi vacía, en la tele hay fútbol, y el equipo de mi marido va perdiendo por uno a cero.
—¿Cuál era el equipo de tu marido? —interrumpe la Pelos.
—El Betis… o el Sevilla, ¿te quieres callar? —la corta la Chelo.
Mi marido me mira de reojo de cuando en cuando, y yo ya sé lo que eso significa. Cada vez que su equipo pierde… yo me llevo una paliza. Y la mitad de las que gana también. Y cuando llega enfadado de la calle… pues también —golpeo la mesa con los nudillos.
Pero yo ya estoy hasta el moño. Le termino de vaciar el vino en su vaso y me llevo la botella. Le pongo otra llena y me voy a ver a la pequeña, que duerme en su cuna. Mi marido empieza a gritar, me llama puta —paso la mirada de una a otra—. A su equipo le han pitado un penalti en contra. Alguna de ellas exclama un dramático ¡nooo! a pesar de que todas conocen la historia.
Entonces me sitúo a su lado. “Como nos metan otro te mato” me dice el muy cabrón. Sí cariño, le respondo.
Dicho y hecho; un golazo por toda la escuadra. Él vuelve la cabeza hacia mí, puedo ver sus ojos inyectados en sangre. Un instante, porque en seguida los inunda el terror. Y le endiño en lo alto de la coronilla con la plancha.
—¿Ha llegado ya a lo del penalti? —Pregunta la funcionaria, que se acababa de acercar a nuestra mesa.
—Calla —le ordena la Chelo.
Mi marido se queda sentado en la silla, inmóvil, con los ojos abiertos. Entonces cojo la tele y la quito de su sitio. Agarro a mi marido como puedo y lo monto encima del mueble, en el lugar de la tele. Y después le coloco la tele encima. —Me encanta ver sus caras cuando llego a este punto, es como si lo vivieran.
Las ruedas del mueble aguantan bien el peso. Comienzo a empujar cada vez con más fuerza hasta que lo saco todo por la puerta del balcón. El mueble choca con la baranda y mi marido y la tele caen a la calle desde el cuarto piso. —Algunas aplauden, otras gritan, y la Chelo parece que tiene un orgasmo.
Después llamé a la policía: mi marido ha tirado la tele por el balcón cuando han metido el penalti… y se ha caído, les dije llorando.
A pesar del toque artístico que le doy cuando se lo cuento a las Mata-mata, la verdad es que fue así como sucedió. Y es curioso, pero a nadie, absolutamente a nadie, se le ocurrió suponer que yo le matase. Todo el mundo dio por sentado que con la borrachera y el cabreo del penalti mi difunto esposo se cayó por el balcón al arrojar la tele.
De manera que ahora ya está claro el por qué de mi conformismo. Asesiné a mi marido cuando mi hija era un bebé y no fui acusada ni condenada. Y ahora, en cambio, he tratado de ayudarla a ella y resulta que termino en prisión. Pero no me importa; lo importante es que ella esté bien. A mí, al fin y al cabo, no me pesa demasiado estar aquí. De hecho, creo que dentro de dos años y un día me sentiré muy triste, especialmente ese último día, por tener que dejar a mis amigas, aunque… estoy pensando en montar una empresa con ellas. Algo que pueda ayudar a mujeres como yo y como mi hija, personas con problemas de verdad y que no son capaces de encontrar una solución por sí mismas. Como una empresa de fumigación o desratización, sólo que las ratas y las cucarachas serían los maltratadores que las golpean. Incluso a las que no tuvieran dinero les regalaríamos nuestros servicios. Y si nos pillan… pues al talego, con las amigas.

























LUCIA MUÑOZ
SEGUNDO PREMIO
RELATO: TRANSITO


Las cuatro paredes blancas y vacías atrapan la luz de una única ventana con cristal grueso a prueba de golpes, algo que Transito ya ha comprobado en sus carnes o con algún objeto arrojadizo.
Rara vez habla con alguien, excepto con alguna enfermera, o con el médico tan guapo que la interroga cada semana, durante una hora. “Es un cabrón que me sonsaca, pero un cabrón que está buenísimo...”
Nacida en Torremolinos, apenas conoció a su madre; pues éstta murió cuando ella tenía siete años. A esa edad tuvo que aprender a sacarse las castañas del fuego ella solita, pues su padre, día sí y día no, volvía borracho a casa. Cuando cumplió los doce años el padre comenzó a meterse en su cama. Desde entonces dejó de ser la niña sonriente, con mejillas sonrosadas que sacaba muy buenas notas y quería ser doctora. Engordó, terminó el colegio, y dejó de salir a la calle. Sus días eran una sucesión de horas aniquiladas a base de comerse todo lo que tenía a mano, hasta que las arcadas la impedían continuar. Pedía todo lo que necesitaba o se le antojaba por teléfono e internet. Las pocas ocasiones que el padre la sacó de casa fueron después de abortar dos veces en su propia cama, otra para sacarse el carnet de identidad, y ésta última...
Recuerda que todo sucedió un martes de tantos anodinos de su desabrida vida. Estaba en su diminuta cocina con olor a coliflor recocida, esperando que el microondas terminase de descongelar una pizza. Tenía el cuerpo de su padre aplastado contra ella. La empujó y la obligó a tumbarse sobre la mesa de la cocina bocarriba. A los quince años ya sabía bien lo que le esperaba, y además había aprendido que lo mejor era dejarle hacer. La resistencia acabó a los doce años y medio, cuando comprendió que de nada servía ni gritar, ni patalear, ni intentar cerrar las piernas… Mientras su padre le levantaba la falda y le arrancaba de un tirón las bragas, miraba como la pizza daba vueltas en el microondas; duró su padre lo que la pizza en hacerse. Cuando la dejó sola en la cocina, tenía la amargura pegada al paladar como un moco espeso, el desprecio hacia ella misma resbalando en cascada por sus mejillas, y la tremenda culpa de provocar en su padre tan bajos instintos... Aquel día no sabe cómo ni de dónde, y nunca llegará su mente a reconocerlo, agarró lo primero que encontró a mano. Un destornillador que su padre había dejado sobre la encimera. Salió como una autómata de la cocina con el destornillador empuñado con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos, ya no sentía dolor, ya no sentía el aire entrar por su cuerpo a una velocidad descontrolada, ni las palpitaciones de su corazón, ni el riego sanguíneo que se infartó, como los minutos y segundos de un reloj agotado por los años. Se detuvo frente a su padre que estaba tranquilamente sentado en su sofá, viendo las noticias y le gritó: “¡Mátame!” y le mostró el destornillador, con el puño apretado, el brazo en tensión dibujando un ángulo recto. “¡Haz algo bueno por mí una vez en tu puta vida!” y le arrojó el destornillador con los ojos enrojecidos y desorbitados. “¡Mátame! Utiliza tus cojones para algo útil. Así dejaré de ser una tentación para ti, una provocación que te obliga a hacer lo que me haces, dejaré de ser la putita en que me he convertido…”
Lo demás ocurrió en cuestión de segundos…
Transito en el centro psiquiátrico se levanta con el timbre que anuncia el nuevo día. Se asea junto con las otras internas, y al mirarse en el gran espejo de los baños, ve a una desconocida que nunca llegó a ser niña con unas violentas ojeras, los labios fruncidos y despellejados, piel amarillenta y reseca más abajo del escote, allí donde habita una grieta, una fea cicatriz de un agujero que no fue lo suficientemente profundo como para cortar de raíz su asquerosa vida. “Ni matarme; ni eso fuiste capaz de hacer bien…”
Tras el desayuno comunal, asiste a algún tipo de clases o taller, luego ve la televisión, pasea por las salas de recreo o por el jardín sin interés ninguno, hasta que llega la hora del almuerzo. Después todo cambia, sobre todo desde que hace seis meses ellos aparecieron en su vida...
Era la hora de la siesta y aquel día no fue a descansar. Así que decidió vagabundear entre las salas de recreo, y aunque ya había pasado por allí ciento de veces, nunca se había detenido a mirar por la ventana, total, nada de fuera le interesaba.
El primero que descubrió Transito es un anciano largo, flaco y desgarbado, con una cabeza calva diminuta para unas orejas demasiado grandes. Viste una siempre eterna bata negra de la que sobresale el cuello blanco de una camisa desgastada. Transito, aquella tarde se pegó al cristal de la ventana para certificar que sus ojos no le engañaban, pero como no lograba distinguir bien al anciano, pidió que le dejaran unos prismáticos, cosa que le fue rechazada, por supuesto, aunque ella no paró de insistir; lo cual le costó varios encierros en la sala acolchada, hasta que una de las enfermeras se apiadó de la joven, y le trajo una tarde unos anteojos de plástico que su nieto había desechado hacía varios años.
Este anciano que ella bautizó con el apodo de “Maestro”, se pasa los días enteros al cuidado de seis muñecos. Todos con pantalones de peto gris y camisa blanca. Son del tamaño de un crío de dos años, de piel oscura, pelo negro y rizado. Los tiene sentados en unas sillitas rojas de madera, y les imparte lecciones durante la mañana y la tarde. Al medio día les pone baberos y seguidamente con todo el amor y paciencia del mundo, los alimenta con una papilla espesa que el mismo hace, y luego termina por comerse. Por las noches, les baña, les pone sus pijamas celestes, vuelve a darles la papilla, y los acuesta en dos camas. El se sienta en una butaca en medio de ambas, donde les lee un cuento, hasta que él mismo cae rendido en la butaca, donde amanece.
“Ojalá mi padre hubiese tenido la misma atención conmigo”, piensa cada vez que lo observa atendiendo a los muñecos.
A “Palillos” lo encontró un lunes. Es un hombre de pelo enmarañado, entre cano, con barba de varios meses sin recortar. Tiene una única ilusión y fijación en su vida, y es construir torres con palillos de dientes. Una vez que las tiene terminadas, las admira y acto seguido, les arrea golpes con los puños cerrados llenos de rabia, y a los pocos segundos ya no queda nada de lo que tardó en hacer varios días. Después de la destrucción pasa el hombre a un estado latente, se sienta en una butaca y se columpia en ella; de cuando en cuando, se detiene, se tira de los cabellos y se guantea la cara. Tras ese pase de violencia ocurre otro de aporreo continuo, en el cual mantiene un monólogo y gesticula con todo el cuerpo, hace continuos cortes de mangas y otros tipos de juegos de dedos y muñecas, que cualquiera interpretaría como obscenos.
Hoy es domingo. Transito, en su rincón observa con sus prismáticos. Esta vez está viendo a “Alfombrilla”; una mujer de unos cincuenta años que un día fue rubia, pero ahora tiene el pelo de un color entre gris, amarillo añejo y marrón. No se lo lava y corta desde hace quince años; los que lleva encerrada en su piso desde que murió su único vínculo con el mundo, su madre. Las visitas que recibe son de los repartidores que le traen todo lo que ella lee y se le antoja de la guía de teléfonos. En los pasillos se acumulan filas y filas de cartones, bandejas de aluminio, plásticos, libros, revistas, ropa sucia e innumerables bolsas llenas de basuras; todas perfectamente alineadas y colocadas. Nada tira y nada reutiliza. Hace tres meses murió su gato, uno negro con motitas blancas. Era su única compañía; a quien hablaba, reía, lloraba y derrochaba su amor. Tras dos días de duelo, llamó a un taxidermista para que le disecara la piel del felino. Ahora, frente al televisor apagado, y sentada en su butaca, se pasa las horas acariciando la piel disecada del animal, con una amor y una ternura, que conmovería hasta las piedras.
Transito, está tan distraída viendo a “Alfombrilla”, que no ha advertido la presencia a su lado de una joven interna. Es gorda y bajita como Transito, pero tiene la cabeza diminuta rapada al cero y una larga cicatriz atravesándole parte del cráneo.
―¿Qué miras, Transito?
―Lo que a ti no te importa, Patro.
―¿Me dejas tus prismáticos?
―No me da la gana.
Patro se lanza a coger los prismáticos, los aferra con la mano derecha. Ambas forcejean y se golpean, gruñen, se revuelven, pero es tal la fuerza de la gordita calva que finalmente se los arrebata.
―Estarás contenta, Patro. Le has roto la correa.
―Ha sido culpa tuya, por no querer dejármelos.
Patro se sienta en la silla donde antes estaba Transito y, con una sonrisa triunfante, comienza a mirar por los prismáticos. Toquetea una ruedecita que tiene en el centro, da la vuelta al juguete, los repasa por todos lados y vuelve a mirar por ellos. A los pocos minutos se remueve en la silla inquieta, luego menea la cabeza como afirmando, después inicia un movimiento del tronco hacia atrás y hacia adelante como una autómata. Finalmente suelta los prismáticos, mira a Transito y le dice:
―Tía, ¡Acojonan los de ahí fuera!
―¿Verdad qué sí? Pues ya me estás devolviendo los prismáticos.
A un lado de ambas está la enfermera que se apiadó de Transito y le regaló los prismáticos de su nieto. La viene observando desde hace seis meses. Justo el tiempo que lleva la joven mirando día a día por la ventana con el juguete. Y por más que mira al frente la enfermera, no ve más que el muro del centro psiquiátrico de ladrillos anaranjados, donde algunos ingresados han pintado cuatro churretes blancos y negros; garabatos que si se estruja mucho la cabeza le recuerdan a los que hacía su nieto cuando tenía dos años.
Transito, mira a la enfermera con el rabillo del ojo. Sabe que la vigila; incluido el psiquiatra tan guapo, al que ya tiene en el bote, sobre todo tras contarle en cada sesión, con pelos y señales, la vida del Maestro, Palillos y Alfombrilla. Transito, no llega a comprender, cómo la enfermera o el psiquiatra, no se dignan a mirar por los prismáticos para comprobar que es cierto lo que ella ve. Es más, si solo se limitaran a elevar la cabeza, verían a esas personas donde están; en el edificio situado a escasos metros pegado al muro del centro.
Aunque, Transito en realidad prefiere que en el centro sigan en la ignorancia de esas personas; que la espíen, que piensen que tiene alucinaciones o que está loca de remate. Le interesa sobre todo no volver a la calle, a su diminuto piso de un barrio obrero lleno de basuras y perros abandonados, y mucho menos a la casa de su padre, ese mal nacido, que ojalá se pudra o se muera en la cárcel.

















GUADALUPE RAMIREZ
TERCER PREMIO
RELATO: VALLA CON DIOS


Ahora estoy jubilado. Llevo una feliz vida de retiro en el campo, pero no crean que por ello he dejado de ser útil a la sociedad.
Lejos quedaron los aciagos días de bruscos madrugones a ritmo de impertinente despertador. Lejos también, los días de encierro y añorada luz natural. Tan sólo una agosta ventana, me regalaba el placer de sentirme acariciado por un brevísimo rayo de sol matinal.
La constante incertidumbre, y la desazón de poder ser sustituido por algún otro más moderno y eficaz que yo, era otra de las preocupaciones que ya no me quitaban el sueño.
Y para qué hablar de mi inseparable compañero de arriba. A ése, a ése sí que no le echo de menos. Menudo peso me he quitado de encima. Podríamos decir que era uno de esos tipos que tienes dos caras. Con él nunca se sabía. Cuando ya había conseguido adaptarme a una, ¡plaf"! iba el tío y me plantaba la otra. Así no había forma.
Ya en los últimos tiempos me sentía algo triste y cansado, cuando despuntaba el día lo primero que advertía era que me dolía todo el cuerpo más que la víspera, como si durante la noche, sin remedio desvalada, me hubiesen molido a palos, o peor aún, como si una apisonadora lentamente hubiese recorrido mis hechuras centímetro a centímetro. Recreándose. Presentía que mi final estaba cerca.
Afortunadamente, todo eso es ya sólo recuerdo. Ahora vivo en una preciosa finca en el campo. El trino de los pájaros al amanecer, y el inconfundible olor a hierba impregnada de fresco rocío son los que acompañan mi tranquilo despertar. El azul mediterráneo de escarpados acantilados, compite ya desde el alba, con los contornos sinuosos de las colinas que ascienden serenas por una tierra que se funde con el Cielo. Llamando mi atención, reclamando cada uno con su estilo, con su esencia, ser mimado y admirado, engalanándose con mil colores y degradados. Cada día distinto, cada día único e irrepetible, con la vida de cada uno de nosotros. Irrepetible, y a veces inimaginable.
Porque quién me iba a decir a mí, que la recta final de mis días me fuese a despertar tanta felicidad. Yo que me imaginaba solo, aparcado en cualquier esquina como un trasto inútil a la que nadie mira, al que nadie, por supuesto escucha.
En cambio, en esta vejez de días regalados, arañados a fuerza de entusiasmo y tesón a la muerte, disfruto sobremanera de las pequeñas cosas que aprendo, y que me gusta compartir. Sobre todo compartir, porque ahora ya no estoy solo. Allá donde miro, por doquier veo que me acompañan otros jubilados como yo. Rescatados del olvido.
Juntos formamos una especie de peculiar ejército de campos enrejados. Unidos protegemos las propiedades, a la vez que reclamamos nuestra dignidad de ancianos. Ajados y con la espalda un tanto encorvada sí, pero no acabados.
No deseo volver al silencio y a la soledad de tiempos pretéritos, en los que no contaba con ningún amigo con el que hablar de las sensaciones, ni los pensamientos, ni inquietudes que me embargaban. Un tiempo oscuro sin duda, en el que habitaban en mí numerosos pensamientos a los que no lograba dar salida y permanecían inertes, girando en el vacío, obsesivos y caprichosos. Pensamientos que parecían estar atrapados, prisioneros del miedo a ser pronunciados en voz alta, a se oídos. Como si su sólo contacto con el aire, les pudiese hacer tomar vida y materializarse. Pensamientos enquistados que corroen de dentro a fuera como vómito sobrevenido.
He descubierto lo saludable que resulta descongestionar el interior cuando uno está sobrecargado, y qué mejor forma que obsequiar a los amigos con una reflexión como la que ronda en estas horas mi cabeza:
Sorprendido y curioso ante tanto trasiego de aficionados andariegos, entorno ligeramente los ojillos, y seguramente una interrogación pueda intuirse dibujada en las arrugadas marcas de mi frente. Os confieso que me siento invadido, y que sufro como nadie en mis propios alambres, los estragos de una nueva generación de amigos del senderismo que inundan los caminos. Circulan impecablemente vestidos de Quechua uniformados, con su mochila al hombro y bastón en mano. Infatigables y sonrientes, nunca se olvidan de saludar. Quizá en el ascensor de su bloque o de su trabajo, no sean capaces de emitir ni un gutural sonido que se asemeje tan siquiera a unos "buenos días" de cortesía. Pero aquí, en el campo, sí. En el campo todo es diferente. Las cosas se hacen con más alegría. Las tensiones se liberan, y la educación vuelve a renacer. A renacer como una semilla que fuese sembrada un día y nadie hubiese regado durante largo tiempo. Una semilla que súbitamente contagiada del frondoso verdor primavera se atreve a resurgir.
No obstante, mi cuerpo ya oxidado chirría quejumbroso ante tal explosión de una mal entendida conciencia ecológica que eso sí, tal vez haya vuelto a todos un poco más educados, pero que con demasiada frecuencia se olvida de lo esencial, y no se tiene el menor reparo en dejar tirada una lata por aquí y un clínex por allá. ¡Total por uno más qué va a pasar! les oigo murmurar mientras se alejan despreocupados.
Este es el mundo que nos toca vivir, y que cada cual se a dueño de sacar su propia conclusión, que yo quisiera ser dueño de la mía.
Sin embargo, y a pesar de todo, siento mi corazón alborozado, porque tan sólo con pensar que podía haber dado con mis muelles en el vertedero más cercano, me invade un escalofrío que hecee que se me encojan todos los flejes.
Pertenezco a una generación en la que las familias católico creyentes, estaban en auge. Rezos y oraciones han dado cadencia y musicalidad a cada una de mis noches. Con religiosa puntualidad, las letanías se repetían incansablemente, hasta que por fin el sueño me vencía.
Quizá por eso hoy me embarga la duda, y no sé si fue el destino o tal vez Dios (nunca se sabe), quien quiso ponerme en el camino un salvador, una mente iluminada que vio más allá de mi pobre apariencia. Para sus ojos no fui un simple y vetusto cachivache abandonado, sino que creyó en mí y no se equivocó.
Ahora me siento renacido, rejuvenecido, como si me hubiesen quitado algunos años de encima, qué digo años, lustros son los que me han quitado.
Estoy viviendo podríamos decir una segunda juventud. Ufano y orgulloso de que alguien haya visto todo el potencial oculto tras mi ajado aspecto. Siento que la vida por fin me sonríe.
Me sonríe y me encomienda una misión relevante, importantísima diría yo. Vigilar y proteger son las consignas. Y aunque en principio mi aspecto pueda parecer inofensivo y desaliñado, os puedo afirmar que soy cerril y cuadriculado tanto o más que en mi juventud. Cuando se me mete algo entre celda y celda os aseguro que no hay quien me afloje el muelle, ni tan siquiera pulverizándolo con el aceite más sofisticado. Mi metro ochenta clavado y mis 135 centímetros de envergadura marital, son las únicas armas con las que cuento para apabullar y amedrentar. Defender el territorio asignado. Alejar y persuadir a los malandrines, a los intrusos amantes de lo ajeno que siempre andan al acecho esperando la ocasión para poderme saltar. Esta es mi misión, que como podréis intuir no es baladí.
Hasta ahora no he querido desvelar mi identidad, pero seguro que a estas alturas vuestras conjeturas tendréis.
Soy miembro de un peculiar ejército de campos enrejados, que no sólo las tierras andaluzas hemos conquistado, pues me llegan noticias de valiosos soldados que en Extremadura y Castilla están emplazados. Formo parte de un ingente regimiento de somieres jubilados. Somieres desahuciados por sus dueños, que cansados ya de no descansar, no se lo pensaron y junto a un contenedor nos abandonaron.
A veces solos, y otras en pelotón vamos formando empalizadas que delimitan huertas, frutales o almunias de carriles, acequias o ganado.
No lucimos uniforme, medallas o galones. Ni siquiera se puede decir, que de sentido estético vayamos sembrando las fincas que ocupamos. No necesitamos superfluos adornos que refuercen nuestra valía, porque sin duda la fidelidad y el entusiasmo son nuestra bandera. La única que sabemos ondear.
Defender, ahuyentar, y otra vez defender, incansables, desafiando a los elementos. Empapados por la lluvia o azotados por el viento, agradecidos cumplimos con nuestro objetivo.
Y si alguna vez se han hecho la consabida pregunta de ¿quién puede ponerle rejas al campo? tal vez ahora en vuestras mentes revolotee ya una imagen a modo de respuesta. Y no sólo eso, sino que ojalá mi insignificante historia os pueda inspirar al menos un instante de valiosa reflexión. Con esa esperanza me despido a la antigua usanza, como las gentes del lugar: ¡Vaya con Dios! y si tienen ocasión, por favor no dejen de reciclar o reutilizar. A buen seguro que no sólo el planeta os lo agradecerá.

martes, 5 de abril de 2011

AGRADECIMIENTO E INVITACION

Desde la Asociación, y en su nombre, su presidenta, Haydée Alicia Acosta, agradece a todas las personas que han participado en nuestro XII Concurso de Relatos Cortos, "Enrejados".
A su vez, invita tanto a los/las participantes de este concurso, así como al público en general, a que asistan a la fiesta de entrega de premios, que tendrá lugar el próximo viernes 8 de Abril, a las 21 horas, en la Sala Municipal de Exposiciones, de Calle Cristo.
Este acto y el premio, está patrocinado por la Concejalía de Cultura y Educación del Excmo. Ayunta. de Nerja.

martes, 22 de febrero de 2011

miércoles, 26 de enero de 2011

ACTIVIDAD DEL MES DE FEBRERO- JORNADAS DE TALLER GRATUITO: "ESCRITURA Y ORALIDAD"

Desde nuestra asociación invitamos a todas aquellas personas interesadas en el arte de escribir y narrar,  a que asistan a estas jornadas del taller: "ESCRITURA Y ORALIDAD",  que es GRATUITO.
Colabora en este taller, la Concejalía de Cultura, del Excmo. Ayunt. de Nerja.