lunes, 2 de noviembre de 2020

IMAGEN PARA ESCRIBIR, OCTUBRE, FOTO 2

 

Escriben sobre esta foto: Marcos Marín, Vicky Fernández y Paquita Díez

Marcos Marín

El cielo está nuboso

en la ribera fluvial,

baja el río caudaloso,

por la lluvia otoñal.

 

Al costado del curso,

vallado, delimitado,

el cauce resguardado,

hay un estrecho paso.

 

De placas de piedra enlosado,

el revestimiento del suelo

del concurrido paseo,

Con un espacio de césped a un lado.

 

Entre la hilera de bancos

caen las hojas secas

de los longevos plátanos,

por el viento dispersas.

 

Vicky Fernández

Una vez más llega el maldito otoño, la estación que más aborrezco. Muy bellos los árboles desnudos que tiran las hojas secas y amarillentas y cubren el suelo de la alameda, sí, precioso el otoño para el que no tiene que sufrirlo.

¿Qué le habrá pasado hoy a don Ramiro que no está sentado en su banco favorito? Él se pasa todas las mañanas que hace buen tiempo en este primer banco leyendo la prensa o resolviendo crucigramas. Le gusta saludarme y hablar un rato conmigo. El señor no se ha recuperado aún del ictus que le dio hace dos años, le tiemblan las piernas al caminar por lo que puede caerse fácilmente y su salud es bastante delicada. El hijo le da sus paseos y al terminar, lo deja sentado en este banco unas horas. Después, lo recoge el nieto. Espero que don Ramiro no haya tenido una recaída. Estaré pendiente al hijo para preguntarle.

Hace un año, más o menos, sí, era una tarde de principios de otoño. Me di cuenta que una anciana vestida de negro y que llevaba un carro de la compra, se quedó dormida sobre este mismo banco. Comenzó a lloviznar, y me quedé extrañado de que la señora no despertara. Poco a poco se le iba empapando su ropa y ella seguía quieta y sumida en un largo sueño Me acerqué para despertarla y que se guareciera de la lluvia que comenzaba a arreciar. La llamé primero suavemente, después le grité y al final le toqué en el hombro. Fue cuando se tambaleó sobre el lado derecho hasta que quedó tumbada en el banco. En ese momento me temí lo peor. Llamé a Urgencias, y nada más la reconoció el médico me comunicó que la señora había muerto, posiblemente de un infarto cardíaco. Me pidieron mi número de teléfono por si necesitaban hablar conmigo y para dárselo ellos a la policía.

La verdad es que yo podría escribir un libro sobre las historias que me ocurren en los bancos de la ciudad.

Por las noches, como todo el mundo se imagina, en los bancos duermen los vagabundos, ya cada uno tiene el suyo, se comportan como si fueran sus dueños. Si alguno intenta dormir en uno que no le corresponde se pueden llegar a agredir. Me entristece mucho verlos por las mañanas helados de frío sobre estas duras maderas, se cubren con una manta, y los que menos con un saco de dormir mugriento. No quiero imaginarme si yo tuviera que dormir al relente de la noche haga frío, calor o llueva, me sería insufrible. Más de un vagabundo ha amanecido tieso como un pajarito y he tenido que llamar a Urgencias. Se levantan del banco cuando empieza al despuntar el sol y en la vía pública van concurriendo viandantes y desaparecen hasta que no llega la noche.

A la mayoría de la gente le encanta el otoño y hasta componen poemas sobre el amarillear de los árboles y cómo el viento las hace revolotear, del alfombrado de las calles y plazas. Yo les prestaría mi escoba y mi recogedor un par de horas, a ver si seguían pensando lo mismo. Soy licenciado en Ciencias de la Información, y para poderme independizar de mis padres a mis treinta años he conseguido este trabajo provisional de barrendero municipal. Espero no jubilarme con la escoba


Paquita Díez

    Aquí me clavaron un mes de abril. Ya no me acuerdo de que año, pero ya llevo tiempo. Mi quietud a veces me aburre, pero otras veces me anima viendo pasar a la gente hablando, llorando riendo, de prisa, despacio, niños corriendo gritando, ancianos cabizbajos, anclados en sus pensamientos y para todos soy un banco, algo que hay ahí, estático, unas veces al sol, otras entre sol y sombra. Sólo se fijan en mí si me necesitan para descansar y aquí sigo solitario en esta foto que Luci me sacó sin mi permiso, rodeado de hojas que poco a poco van cayendo de los árboles en su ciclo normal todos los otoños. Después, el viento las arrastra y van acurrucándose unas contra otras como para consolarse en el punto final de su vida hasta desaparecer entre la basura. Algunas tienen otra suerte y pueden ser utilizadas como abono.

    A veces mi soledad es interrumpida por personas que se sientan encima sin saludarme. En invierno es más triste. A veces me paso días sin que nadie se acerque a mí. En primavera y verano es más alegre. Casi siempre hay alguien que me necesita y yo sigo sus conversaciones, sus jadeos, sus besos y a veces hasta hacen el amor encima de mí. Son los ancianos los que más me visitan. Los veo como se acercan fatigados, con cara triste, tirando de su pesado cuerpo, cayendo como plomo en mi regazo ¡Ay! Que ganas de encontrar un banco, se dicen para sí mismos. Así entre sol y sombra voy pasando la vida sin saber cuanto estaré aquí, pero será siempre igual, me pasarán por encima la lluvia, la nieve, el sol, la sombra, el viento, la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Y así año tras año con acompañamiento de alguien o en la más profunda soledad.




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