jueves, 1 de abril de 2021

IMAGEN PARA ESCRIBIR. FOTO 1, MARZO

 Escriben sobre esta foto: Juanita Viruega, Marcos Marín, Antonio Vera y Lucía Muñoz



Juanita Viruega

Era un almendro frondoso y bonito, sus ramas daban sombra a casi todo el porche, en las mismas anidaban los verderones que con sus trinos alegraban las primaveras y los veranos y el aroma de sus flores en primavera hacía agradable su cercanía, cuando circulaba el viento sus ramas producía un sonido arrullador como queriendo proteger a los que con tanto cariño cobijaba...pero era viejo ya...

Tenía casi cuarenta años y cualquier día, alguna de sus viejas ramas podía caer encima del tejado y con su peso romper algo y ocasionar gastos desagradables e inesperados. Yo le tenía cariño y también, no se porqué, respeto, quizá por su bella estampa o quizá por eso, por viejo, por su veteranía.

Fue plantado cuando se construyó la casa  para pasar los veranos en Lanjarón, lindo y acogedor pueblo de las Alpujarras granadinas, fresco como el que más en las noches de verano.

Un día, se decidió cortarlo, matarlo sin compasión. Ya se olvidaron los niños, jugando alrededor de su tronco, niños que ya  son hombres y mujeres que trajeron otros niños y niñas a jugar los mismos juegos bajo la misma sombra. ¡Cuántas tardes de meriendas, cuántas cenas al fresco, con el aroma de todas las flores, envolviéndonos suavemente! ¡Cuántas confidencias y secretos se revelaron bajo su silencio! Pero era viejo, molestaba, podía ocasionar gastos, como nosotros los viejos humanos. Lo que molesta, se elimina.

El hacha criminal comenzó a golpear y tardó en tumbarlo. Era viejo, sí, pero fuerte, de buena cepa, almendro de la tierra. Los golpes del verdugo eran vigorosos y al final cayó con su cargamento de nidos todavía llenos de huevos y algún que otro verderón y con sus ramas llenos de recuerdos. 

Ya en el suelo, el último hachazo y el más certero, partió un corazón grabado hace tiempo en su tronco, cuando ambos, dueño y árbol, llenos de ilusiones, rompió un corazón atravesado por una flecha sangrante con los nombres de Pepe y Nieves, jurando amor eterno y que el viejo almendro fue el depositario de esa promesa. Juramento que se fue con el último hachazo. 

¡Lástima que ese juramento no incluía al que tanto tiempo fue testigo de ese amor!

Ahora en su lugar, hay flores, arbustos, sin jerarquía, del montón  pero eso sí, ¡JÓVENES!

Espero que nadie marque sus troncos con promesas amorosas que ahora son tan difíciles de cumplir y que otra hacha criminal destroce una ilusión y una vida por el terrible delito de ser viejo.

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Marcos Marín

El dia se abrió

al sol de la mañana

que una luz cálida

en el aire dejo.

 

El monte se vistió

de verde hierva

de rosa flor se vio,

llego la primavera.

 

La vida otra vez renació

las abundancias llegaron

pastos frescos brotaron

los que el pollino pació

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Antonio Vera

La primavera,

por fin la la primavera,

por fin el almendro luce 

su flor como él desea,

por fin encuentra el burrito

su tan deseada hierba.

por fin el campo se viste

de verde, de primavera.

La primavera,

ya llegó la primavera.

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Luci Muñoz

Charo ha vuelto de vacaciones de Semana Santa a su pueblo de nacimiento para pasar una semana junto a sus abuelos maternos. Ha tenido un año muy duro en el hospital debido a la pandemia del Coronavirus. Tanto trabajo y estrés la ha mermado anímica y psicológicamente. Tras dormir de un tirón toda la noche, cosa que no hacía desde hace más de un año, desayuna con una buena rebanada de pan casero, hecho por su abuela en horno de leña, al que le ha rociado una buena ración de aceite de oliva de las aceitunas de los olivos que su abuelo labra aún a sus ochenta y tres años. Su abuela le sirve un vaso de leche con manzanilla, cosa que sólo toma cuando está con ellos. En el hospital lo que desayuna es un café bien cargado y unos donuts o un bollo dulce de la cafetería.  Ese pan tostado con olor a leña y aceituna machacada, le sabe a gloria, y en agradecimiento, le da dos besos y un gran abrazo a su abuela. Lo hace con la seguridad de haberse vacunado del Covid, ella y sus abuelos.

-¡Cómo os he echado de menos, abuela!

-Y nosotros a ti, cariño.

-El abuelo, ¿Dónde está?

-¡Dónde va a ser, hija! Afanado en el campo. Es que no para este hombre. Cualquier día temo que me llame algún vecino del campo comunicándome que tu abuelo se ha caído o algo peor.

-Abuela, mejor que le pase lo que sea en el campo que no en mitad de una ciudad donde nadie conoce a nadie.  Qué se caiga en el frío asfalto o que lo arroye un coche al cruzar un semáforo.

-Tienes razón cariño. Pero me tiene siempre con el alma en un vilo. Cuando dan las tres y no aparece para almorzar, comienzo a pensar cosas malas y me pongo de los nervios, y ya sabes que tengo la tensión alta y no me vienen bien que me altere, pero tu abuelo parece que lo hace a cosa hecha. Llega tan feliz canturreando un fandango, y yo de la tensión acumulada, comienzo a gritarle y entonces discutimos, así cada día…

-Bueno, así tenéis estáis distraídos cada día – le dice Charo dándole un sonoro beso en la frente arrugada de su abuela.

-¿No vas a dar una vueltecita por el pueblo?

-Sí, abuela. Pero primero voy al huerto a saludar a Perico.

-Anda, ve. Seguro que se alegra de verte.

Charo sale de casa de sus abuelos, con la mascarilla puesta, y girando hacia la derecha se encuentra con un campo donde ella tanto ha jugado de pequeña con sus primos y amistades. Le parece como de ensueño. La tierra tiene una pequeña manta de verdor de hierba y amarillo de las florecillas, y en medio de todo, tranquilo y feliz, un burrito desayuna hierba fresca junto a dos viejos almendros cuyas ramas están cuajadas de preciosas flores blancas. Charo se quita la mascarilla, y el  burrito levanta su cabezota, mira hacia ella y le muestra sus dientes grandotes y blancos; rebuzna y da unos pasos para acercarse a ella, que le acaricia el lomo de suave pelo gris. Siente en su mano su calidez y el latido agitado de su corazón, su respiración fuerte.  Lo abraza por el cuello y le da un beso.

-Hola, Perico. ¿Me has echado de menos? – Y el burrito, mueve su cabezota de arriba abajo, y luego a ambos lados.

Unas lágrimas afloran en los ojos de Charo. Camina unos pasos seguida por Perico, y se acerca a unos de los árboles.  Aquellos almendros ella los ha conocido desde que vino al mundo y ahí siguen, renaciendo cada primavera. Han envejecido junto a sus abuelos, en cambio sus abuelos están cada día más mayores, y algún día ya no estarán en este mundo y los almendros ahí seguirán, esperándola a ella, recordándole lo frágil que es la vida, y que hay que intentar hacer como ellos, renacer cada primavera siendo mejores personas, sobre todo con nosotros mismos. 



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