jueves, 1 de abril de 2021

IMAGEN PARA ESCRIBIR, FOTO 1 Y 2, MARZO

 Escriben sobre las fotos 1 y 2: Paquita Díez y Paco López










Paquita Díez

Llegó la temporada de las flores: la primavera-, comentó Filomena -¿recuerdas cuando éramos jovencitas e íbamos a coger flores al campo para tirárselas a D. Segismundo, el cura, cuando el día del Corpus Christi  íba cantando bajo palio, con el cáliz en la mano, y salíamos en procesión  por la carretera, la única calle que tenia el pueblo, cumpliendo la  tradición de todos los años y los cabreos que cogía cuando le tirábamos las flores y más de una vez se le metían en la boca? ¿Lo recuerdas?-. Gertrudis con cara de nostalgia contestó, -Ya lo creo que lo recuerdo, y cómo nos reíamos y más que se cabreaba de vernos reír-.

Filomena y Gertrudis eran dos mujeres, ya mayores, que aprovechaban el atardecer sentadas en las puertas de sus casas repasando los recuerdos de sus vidas y así animarse mutuamente a sobrellevar el paso de los años.

Las dos eran viudas y sus hijos habían volado a otros lugares haciéndolas sentir su ausencia pero su cita para pasar el rato  y contarse los chismorreos del día no fallaba. Era para ellas como un mantra. Yo, casi todos  los días, pasaba por la calle y cuando llegaba a su altura me llamaban para contarme historias que les habían ocurrido en sus tiempos pasados. Me parecía divertido y a veces reíamos tan fuerte que nos asustábamos a nosotras mismas. Yo tenía una huerta con árboles frutales y plantas silvestres que cada año en primavera me regalaban el placer de ver como brotaban sus hojas, y más tarde sus flores, impregnando el ambiente con su aroma primaveral. Cuando yo iba a la huerta, casi siempre al volver en esta estación de las flores, las traía un ramito para cada una que hacía que se emocionasen y cada una recordaba su pasado. Filomena recordaba cuando su marido le regalaba todos los años flores por su cumpleaños. Gertrudis en cambio recordaba a su amante retozando por el campo entre los arbustos y el costalazo que les había propinado un burro al intentar montarse en él, pues éste levantó las patas traseras y los tiró al suelo dejándolos malheridos. Gertrudis reía y reía sin parar diciendo, -sí, pero ¡y lo bien que lo pasamos. Que me quiten lo bailado!- A veces sus caras cambiaban de semblante y asomaba la nostalgia llegando incluso a caer alguna lágrima. -¡Que envidia nos das¡-,  me decían con frecuencia -¡Quién fuera joven como tú!- A mí me daba pena y las recordaba que ellas, también habían sido jóvenes y tenían la ventaja de poder contar más historias que yo.     

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Paco López

Casi imposible poder relacionar ambas fotos, pero vamos a intentarlo.

Assunpta ha vivido lo suficiente como para poder comentar a su vecina Agripina, mucho más joven que ella, cómo conoció a su marido Doroteo, muerto ya hace la pila de años.

Todas las tardes, a eso de las ocho en verano, y a eso de las cuatro en invierno, Assumpta y Agripina cogen sus respectivas sillas y las colocan, unas veces delante de la puerta de la casa de Assumpta y otras veces delante de la puerta de la casa de Agripina. Y allí, bien sentadas cada una en su silla parlotean sin cesar a lo largo de las dos horas que permanecen juntas.

Assumta utiliza una silla que heredó de su marido, que era director de cine. Ya está borrado, pero en el respaldo de la silla figuraba el nombre de aquel hombre. “Doroteo”, se podía leer en la silla desde que uno entraba en el patio del estudio cinematográfico dónde trabajaba.

La silla de Agripina es más modesta. Se puede encontrar en cualquier tienda de IKEA por 18,75€.

Tras un rato de conversación, Assumpta increpó a Agripina al intuir que ésta  no la estaba entendiendo -¡No, no, no! Agripina. Me has entendido mal. El burro que aparece en la foto no es Doroteo, es el burro de mi marido. ¡Pobrecillo, qué final tuvo. ¡Qué no Agripina, que el burro murió de viejo en el Hospital y mi marido murió en una de sus películas. Él había escrito el guión, dónde decía que todo debía de ser muy real. Por tanto, las balas eran de verdad. Al salir del saloon antes de tiempo lo acribillaron. Nada se pudo hacer. Sí, sí, el burro murió después que Doroteo, seguramente de pena, aunque como te decía, los médicos dijeron que fue de vejez. Por eso conservo la foto del pobre burro pastando en ese precioso bosque al que voy todos los días. Comprenderás que hay una razón. En efecto, lo acertaste. Sus restos descansan junto al árbol de la izquierda. No, no. A Doroteo lo incineramos. Me dije, y para que quiero conservarlo entero. Sus cenizas las subasté, y quieres creer que saqué un buen dinero por ellas. Últimamente se ha puesto de moda utilizarlas de elemento móvil en los relojes de arena. Bueno rica, ya está bien. ¿No te perece? Seguimos mañana.-

¡Pero bueno!, protestó Agripina, -¿No ibas a contarme como conociste a Doroteo?- 

-Mañana, mañana-, añadió Assumpta, arreando con su silla a cuestas. 

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