Escriben en esta imagen primera: Lucía Muñoz, Antonio Vera y Vicky Fernández
Lucía Muñoz
Esta tarde apacible de primeros de
noviembre Javier ha recogido a su nieta de la clase de inglés, la ha invitado
merendar unos churros con chocolate y a echar pan a unas palomas en la plaza de
las Tendillas. Después, conforme la tarde va avanzando se han adentrando por
las callejuelas estrechas de Córdoba, sonrientes.
La nieta de seis años corretea de un lado
para otro muy contenta de estar junto a su abuelo al cual adora. A veces, se
esconde en algún portal como jugando al escondite con su abuelo, haciendo que el
anciano se soliviante en cuanto la pierde de vista.
-Carmencita, no me des más sustos escondiéndote.
Anda, vamos a sentarnos en ese banco un poquito que estoy cansado.
-Jo, abuelo, yo quiero ir al parque –
protesta la niña cruzando los brazos y haciendo gesto de estar disgustada.
-Cuando tengas mi edad y una nieta tan
bonita como tú, te acordarás de mí cada vez que te sientes en un banco cansada
de jugar y de darte repullos cada vez que tu nietecita, traviesa y juguetona,
se te esconda y no la veas por diez minutos.
Carmencita se acerca a su abuelo y le
propina un beso en la mejilla.
-¡Ay! Qué zalamera eres, Carmencita –
exclama con la boca chica, porque en realidad adora estar con su nietecita. Son
los mejores momentos del día.
Javier se había quedado viudo hacía dos
años y la soledad le acogota el alma cada vez que llegaba a casa, cierra la
puerta y sólo escucha el eco de sus pasos, su respiración entre cortada y el
reloj de pared del comedor. A veces pone la televisión, para ver noticias o un partido
de fútbol, él es forofo del Betis. Su hija le ha dicho muchas veces que se vaya
a vivir con ellos, pero no quiere ser un estorbo ni estar en medio del
matrimonio, además no podría tirarse ni un pedo ni eructar, cuando le viniese
en gana, amén de tener que aguantar al yerno que es, para fastidio del hombre,
del el Sevilla FC.
-Abuelito, abuelito, qué te has quedado
dormido – exclama su nietecita sacándolo del sopor en que se había metido.
-Carmencita, ¿no te habrás ido a
explorar la calle aprovechando que tenía los ojos cerrado?
-No abuelito, he estado todo el rato aquí
sentida.
-Seguro. Mira que no me gusta que me
mientas.
-Bueno… sí, es que vinieron unas palomas
y corrí detrás de ellas para espantarlas, una de ellas se me subió de pronto a
la cabeza y me ha revuelto el pelo.
Jacinto mira a su nieta y le mesa el
pelo, rubio y fino, con su mano grande y velluda.
-Venga, Carmencita, qué se nos echa la
noche encima y todavía nos queda un trecho hasta llegar a tu casa.
-Abuelito, pero yo quiero ir al parque –
protesta pataleando el suelo.
-Hoy no va poder ser. Pero te prometo
que mañana vamos a ir.
-¿Seguro? ¿Palabrita del niño Jesús?
Y Jacinto hace una cruz con los dedos índice
y se los besa por un lado y por otro.
La nietecita sonríe y mira a Jacinto con
tanta ternura que al anciano se le escapan unas lágrimas. Lo que habría dado
por que su mujer hubiese estado con ellos dos en esos momentos. Mira al cielo,
que ya comienza a ponerse oscuro, y fija la vista en una estrella muy brillante,
y piensa que tal vez su Aurelia los esté viendo desde ahí arriba. Emocionado agarra
la mano de su nieta y le da un beso.
-Carmencita, no te olvides nunca de la
abuelita María.
-¿La que está en el cielo?
-Sí. ¿Ves esa estrella? – y se la señala
levantando el brazo hacia arriba y con el dedo índice – pues la abuelita está
ahí y nos está saludando.
La pequeña mira al cielo y sonríe al ver
la estrella tan brillante.
-¿Es que es astronauta la abuelita?
Jacinto no sabe si reír o llorar.
-¡Qué cosas tienes Carmencita! Exclama cogiendo
a la niña en brazos y besando sus mejillas sonrosadas.
Y
así caminan despacito hasta la casa de la madre de Carmencita. Jacinto quiere
demorar lo más posible la llegada, que será cuando se separe de la niña y tenga
que volver a su casa, a volver a escuchar los ecos de sus pasos, de su respiración,
del reloj de pared… de la soledad.
Antonio Vera
EL BANCO
La niña, sentada con gracia en el banco, su hermosa trenza juvenil cayéndole hasta la cintura, pregunta al padre, que está sentado a su lado ocupando medio banco con su voluminoso cuerpo, con el interés que le prestan sus primeras inquietudes de mujercita. El padre, a su lado, intenta transmitir a su hija las enseñanzas prácticas que le ha ido dando la vida. Con tacto, con prudencia, intentando dar a su hija (lo que más quiere en el mundo) los instrumentos, los valores, que le ayuden a construir una vida lo más plena y dichosa posible. Los dos miran al futuro, al futuro de la niña, él desde su experiencia ya pasada, ella desde su ilusión por lo que llegará.
Vicky Fernández
EL LOBO SIEMPRE ACECHA A CAPERUCITA
─ Hola
Andrea
─ ¿Me conoce
usted?
─ Te conozco
desde que eras una bebé, también conozco muy bien a tu padre y a tu abuelo.
─ ¿A mi
abuelo Enrique?
─ Sí, a tu
abuelo Enrique y a tu padre que también se llama Enrique.
─ No, mi
padre se llama Javier.
─ Ah, claro,
Enrique es el hermano mayor de tu padre.
─ Sí, sí.
─Ves como
conozco a tu familia. Ya te he visto varios días en este banco sentada
esperando a que tu madre venga a recogerte.
─ He salido
de clase de ballet y mi mamá me ha dicho que la espere siempre en este banco
sin moverme hasta que ella llegue de la oficina, y que no hable con
desconocidos.
─ Pero yo no
soy un desconido, ya has comprobado que conozco a tu abuelo Enrique y a tu familia.
─ Pues, yo
no te he visto nunca.
─ Es que
vivo en otra ciudad y me comunico con ellos por teléfono y por internet. Tu
madre está tardando algo y empieza a oscurecer. Tal vez hay mucho tráfico o ha
tenido un contratiempo. Si quieres te acompaño a tu casa, yo sé perfectamente
dónde vives.
─ No,
esperaré a mi mamá.
─ ¿ Te gusta
montar en moto? Mira, ahí tengo aparcada la mía
y tengo un casco infantil de color rosa chicle, es el de mis nietas,
para que se lo pongan cuando las llevo y las recojo del colegio.
─ ¿Cuántas
nietas tienes?
─Tengo tres,
Rosaura que es de tu edad, Elena y Alejandra, que son rubias como tú. A las
tres les gusta mucho montar en mi moto. ¿Tú quieres que te de una vuelta por
esta plaza y estamos aquí para cuando venga tu madre a buscarte? Así la saludo.
Hace tiempo que no la veo.
─ Vale.
Nunca me he subido en una moto. Mis padres tienen coche.
El hombre calvo
y la niña de la trenza rubia se dirigen hacia la moto que ese encuentra
aparcada a la vuelta de la esquina. En la plaza no quedan viandantes y los
comercios comienzan a echar el cierre. Andrea se sorprende al ver una moto
nueva tan grande y reluciente. El hombre le da un casco rosa chicle y le dice a
la niña que se coja fuerte de su cintura para que no se caiga porque no está
acostumbrada, aunque conducirá despacito. Él se coloca un gran casco negro y
unas gafas oscuras de sol. La niña sonriente se sube emocionada, para ella es
todo una novedad. Se coloca el casco que él le abrocha algo apretado.
La moto se
pone en marcha y al instante deja atrás la plaza y circula por la avenida a
gran velocidad. La niña tiene que asirse fuertemente a la cintura del motorista
para no caer de espaldas. Nada más ponerse el vehículo en marcha la aguja del cuentakilómetro
comenzó a subir. El estruendo del tubo de escape acalla la voz llorosa de la
niña que pregunta al hombre hacia dónde se dirigen y le pide que vuelvan a la
plaza donde seguramente ya la está esperando ya su mamá.
Mientras, en
la plaza una mujer con la cara transmutada llama gritando: ¡Andrea! ¡Andrea! ¿
Dónde estás cariño? ¡No me hace ninguna gracia que te escondas! ¡Andrea! A su grito desesperado empiezan a pararse
transeuntes y al enterarse de la desaparición de una niña se unen a una búsqueda
por las calles aledañas. La madre, con voz temblorosa, les da detalles de su
hija. Una niña rubia con un larga trenza en la espalda, viste un anorak rojo
con capucha del mismo color, unos vaqueros azules y unas botas marrones tobillera.
Una joven cargada con bolsas de Zara sugiere que hay que llamar a la
policía inmediatamente porque las primeras horas de la desaparición son
cruciales para encontrar a una persona antes de que se alejen del lugar de los
hechos. Todos se quedan mirándola al escuchar su forma de hablar con tanto
conocimiento. La joven explica que lo sabe porque es lectora de novelas
policiacas y adicta a los seriales de detectives de las plataformas televisivas.
Cuando la
policía llega a la plaza, el motorista, que lleva a una niña con un casco color
chicle, se encuentra circulando por la autopista M-50 y sale por la vía de
servicio de un solitario y poco ilumnado polígono industria del extrarradio. Una
gran puerta de una de las naves se abre con el mando a distancia que pulsa el
conductor, entra la moto y se vuekve a cerrar el portalón tras el vehículo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario