martes, 2 de marzo de 2021

IMAGEN PARA ESCRIBIR, FEBRERO, FOTO 2

 Escriben sobre la fotografía: Marcos Marín, Vicky Fernández y Antonio Vera


Marcos Marín

Van por el callejón subiendo, 

hechos de peldaños los peldaños.

Al compás, sus pasos andando,

entre pidistras y helechos.


De las serranías, pueblos, 

de Andalucía son.

Limpios y blancos.

De Andalucía son.


Sin rumbo, dando rodeos.

A donde los lleve el viento.

En encrucijadas y caminos.

Mientras el sol de aliento.


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Vicky Fernández

AMOR ETERNO

Caminan cogidos de las manos por las solitarias y empinadas calles como si fueran los únicos habitantes del pueblo y del planeta. Se embelesan con la frondosidad de las plantas que adornan las empedradas y escalonadas calles. El verdor de las aspidistras, helechos y enredaderas que trepan por las enrejadas ventanas, contrastan con la blancura de las encaladas paredes. Solo sus pasos decididos irrumpen el silencio de la calle. Los habitantes les han cedido este bello entorno para su reconciliación, última oportunidad que se han dado para recomponer, a ser posible, el amor que un día se profesaron.

Andrés y Berta sintieron una gran atracción y enamoramiento desde el primer día que se conocieron en la universidad. Se les podía ver juntos a todas las horas del día y de la noche, hasta se aislaron de los amigos y compañeros porque deseaban permanecer solos. Como cualquier enamorado no se veían defectos y se prometieron amor eterno. A los pocos meses decidieron convivir y alquilaron un apartamento cerca del campus universitario, querían compartirlo todo y ser dos en uno, su pasión era inacabable. No se sabe exactamente en qué momento o circunstancia aquel éxtasis cesó; se filtró entre ambos la monotonía y la rutina diaria y comenzaron los reproches y las culpabilidades. Tras cinco años de compartir sus vidas, de ser el uno para el otro, se cuestionaron su futuro en común y aceptaron que los dos tenían sus defectos y virtudes y que necesitaban decidir si proyectaban continuar su relación en el futuro y se comprometían a dar un paso más, tener hijos y formar su propia familia.

 Eligieron pasar unos días en este precioso pueblo serrano, el decorado perfecto para decidir durante una semana si era viable recomponer su amor eterno.

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Antonio Vera

Han preparado el viaje con la ilusión y el mimo de su fresco amor. Tras varias horas de tren y un corto trayecto en autobús, han llegado a la ciudad soñada, han acomodado sus cosas en el lindo hotelito y se han apresurado a conocer el barrio morisco, por el que suben despacio, aspirando la magia de cada rincón, el perfume de las macetas, el aroma del amor. Y se adentran poco a poco, saboreando cada paso, en el maravilloso e intrincado barrio. No saben que se perderán en el dédalo de sus preciosas callejas, que no acertarán a salir de ellas, que lo tomarán primero a risa, con nerviosismo después, y que tendrán que recurrir a un vecino para que los oriente primero y los saque del laberinto después. Pero todo ello es sólo una graciosa anécdota más de su primera tarde en tan hermoso lugar. El argumento central de su viaje es un fin de semana de amor, belleza y libertad.






IMAGEN PARA ESCRIBIR, FEBRERO, FOTO 1

 Escribe sobre esta fotografía: Lucía Muñoz, José Guerrero, Paquita Díez, Vicky Fernández y Haydée Acosta

Lucía Muñoz

Alejo se rascó la lustrosa calva pues no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, el bar de Mauro totalmente vacío. Las mesas y sillas limpias y bien alineadas y recogidas, la barra vacía, sin la presencia gruesa de Mauro, ni los parroquianos de cada día sentados en taburetes hablando a voces, unas voces que llenaban ellas solas el local. Ni tan siquiera olía a ese aroma característico de fritanga mezclado con el agriodulce del vino o los licores, el de los zapatos o pies; sudores y colonias baratas.  Miró su viejo reloj de cuerda con esfera dorada, las 6 menos cinco minutos.  Aquí había gato encerrado, pensó Alejo, o me están gastando una broma los colegas de la partida del cinquillo.

Admiró el local, le pareció más amplio. En verdad nunca lo había visto tan limpio y con ese olor a fregasuelos de pino, como el que usaba su mujer.

Quiso dar un paso dentro del local y de pronto alguien le sujetó por un hombro.

-¿Qué pasa? – preguntó dándose la vuelta.

- Es que no te has enterado que hay toque de queda – le dijo Mauro, con el mandil blanco lleno de toda clase de manchas de no se sabía que origen.

-¡Lo que nos faltaba! ¡Esto es una dictadura!

-Qué dictadura ni leches, Alejo. ¿En qué mundo vives? ¿Es que no ves las noticias?  Que estamos en la tercera ola y los carcamales como tú están cayendo como chinches.

-Oye, más respeto, que yo no soy ningún carcamal – y acompañó sus palabras agarrándose el cinturón negro y subiéndose los pantalones exageradamente.

-Ten cuidado no te los subas tanto que te van a servir de mascarilla.

Ambos se ríen a carcajadas, tan fuertes que resuenan en toda la calle vacía en esos momentos.

-Alejo, ya sé que es una putada, pero no puedo servirte nada.  Qué más quisiera yo. Tengo que echar el cierre, son las nuevas normas.

-Pues ya sabes dónde me meto yo las nuevas normas, y se pasó la mano por la bragueta del pantalón gris.

Mauro, sonriendo, apagó las luces y echó el cierre al bar.  Alejo se despidió fastidiado con las manos en los bolsillos y maldiciendo, sabiendo que tenía que volver a casa con el mal gusto de no haber podido jugar su partida de cinquillo, cosa que era sagrada para él desde que cumplió los treinta años.  

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José Guerrero

PRUEBA DEL ALGODÓN

   Es sabido que siempre se rompe la soga por lo más delgado, y la excepción confirma la regla. Fue lo que acaeció en el affaire que nos ocupa, por ello no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo.

   El trajín cotidiano delata los roces de los zapatos pateando las calles o frías baldosas de las aceras retratando los impulsos interiores, que al unísono se van descargando o transformando.

   La mente humana cifra a veces los procedimientos y obsesiones en lo primero que se le viene a la boca, exhalando sentencias como si de la Biblia se tratara.

   Virtu en su pubertad tuvo no pocos escrúpulos, y con el trascurso del tiempo no se le abría una ventana en su vida por donde evadirse o recibir luz, algún rayo de esperanza que echase por tierra los sinsabores o la fuerte atracción que sentía por los fulgores del espíritu, tal vez porque su ambiente familiar era tan hermético y angosto que no le dejaba expansionarse, vivir a su aire.

   Con el paso de los años no hallaba una salida a su oscuro estado de ánimo, y ante tanta incertidumbre y desánimo, si bien lo llevaba con no poco sigilo, se dijo para sus adentros, ya lo tengo, me meto a monja y me libero, y de esa guisa conseguiré un esposo como Dios manda para toda la eternidad, no teniendo que mendigar en los mercadillos fiesteros de invierno o en chollos verbeneros a bajo precio en la intemperie dando unos pasos inciertos o anodinos.

   Como dice el proverbio, del dicho al hecho hay un gran techo, por lo que no las tenía todas consigo generado a la sazón por las rarezas que le acechaban, unas extrañas limitaciones que le impedían volar libremente a su antojo, como era el mal olor del aliento o los inoportunos ataques de asma que le rompían el ritmo de vida, y la dejaban de pronto en el dique seco, obligada a llevar una vida constreñida y con bastante sacrificio.

   Para sacudirse la pusilanimidad o sopor que la embargaba se fue una noche con un@s amig@s a las fiestas del pueblo vecino con idea de soltarse el pelo y divertirse como nunca había hecho, y al regresar caminando por la carretera de madrugada llegó un coche que paró de repente a su altura y con la rapidez del rayo se bajaron dos individuos amordazándola, toda vez que se hallaba un tanto alejada del grupo por molestias de sus zapatos introduciéndola en el maletero del vehículo, y con las mismas desaparecieron como si de un platillo volante se tratase.

   Y al cabo del tiempo no se sabía nada de su paradero, y el día de San Valentín a los primeros rayos de sol asomaba acompañada de un galán como en un desfile de modelos por la pasarela, tan radiante y hermosa que no la reconocían ni los más allegados.

   Su trabajo le costó engatusar con sus ardides a un vigilante del secuestro para que la llevase a la fiesta prometiéndole por lo que ella más quería en este mundo que estaba locamente enamorada de él, volviendo luego al zulo.

   Un tiempo después llevando con nervios de acero y mucha inteligencia su incierto secuestro, que se le hacía eterno, ideó una fuga, pergeñándola cuando el guardián se había dormido, y con las mismas pilló las de Villadiego presentándose en el pueblo acabando felizmente el calvario, verificándose el dicho popular, nunca es tarde si la dicha es buena. 

   Mas Virtu por su espíritu aventurero y travieso no cesaba en sus anhelos de saber y conocer mundos, personas, culturas, y merodeaba por los más inverosímiles resquicios degustando caricias, licores, ambientes, privilegiadas recepciones que se le ponían por delante, y no se conformaba con cualquier cosa, cayendo más pronto que tarde en la desesperanza y cansino hastío, mostrando el lado más lastimero en galopante depresión y una penosa ansiedad, y a fin de encontrar sosiego y aplomo en el alma acudía con frecuencia a la parroquia apuntándose a cursillos que proliferaban por tales fechas en la comarca debido al incesante incremento de pobres que iban engrosando las filas del paro y el hambre por mor de una inmisericorde pandemia.

   Finalmente quiso darle sentido a su vida, y liándose la manta a la cabeza tomó los hábitos haciendo votos de pobreza, castidad y obediencia, aterrizando en la vida espiritual del convento como una estrella que viniese con la estatuilla del óscar en la mano.

   Las monjas la recibieron con los brazos abiertos, irrigándola de innumerables parabienes y regocijos, sintiéndose sumamente satisfechas y felices.

   Sin embargo, no era oro todo lo que relucía, ya que en las horas más tontas de los rezos se venía abajo al penetrar por su pecho un aire rebelde y fresco del mundanal ruido que le hablaba al oído voluptuoso e inquieto, y para acallarlo se sentía impulsada a acercase a la capilla a hacer penitencia rezando rosarios encadenados, con objeto de atemperar el fogoso fuego de las tentaciones.

   Y en esa pugna y tortuoso caminar transcurría el tiempo, y como no hay mal que por bien no venga ni enfermedad que cien años dure, cierto día tuvo que acudir a urgencias por un golpe de asma, siendo hospitalizada por prescripción facultativa.

   El médico de guardia era una persona afable y tierna cayéndole en gracia a Virtu, y a media mañana, cuando le dieron el alta para regresar al convento de clausura sufrió un nuevo desvanecimiento, hasta el punto de necesitar el recurso de boca a boca, y cuál no fue el milagro que se produjo cuando una vez recuperada de los síntomas que la atormentaban se quedó prendada del médico, no queriendo despegarse de él y menos aún volver al convento.

   Al cabo de un lapso de tiempo la madre superiora toda preocupada y molesta por la tardanza telefoneó al centro médico preguntando por Virtu, pero ella no quería saber nada, y entre los aspavientos que exhalaba y unas cosas y otras con la bata de enfermería que llevaba se enganchó al galeno y ambos, como el que no hace la cosa, atravesaron el umbral del hospital y echaron a volar cogidos de la mano mirándose a los ojos, mostrando una envidiable y efusiva felicidad.

   Ante el exasperado nerviosismo de la Comunidad por la ausencia de Virtu, llamaron a la guardia civil por si había sido víctima de algún atropello o secuestro, como suele ocurrir en esos casos cuando alguien no da señales de vida, pero el algodón no engaña, y sus labios rojos aparecían esculpidos en los del doctor.

   La prueba del algodón lo rubricó con dulzura, al pasar por el corazón de carmín que había dibujado en la mejilla.

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Paquita Díez

Sí, era una noticia bomba. Los periodistas de la TV daban la noticia de que se estaba extendiendo por todo el mundo una enfermedad desconocida hasta el momento. La OMS y los gobiernos escuchaban también esta noticia sin saber de dónde procedía y si era veraz, presintiendo que esta información de ser cierta provocaría un caos a nivel mundial que obligaría a recabar mas información a las altas esferas de la sanidad y gobiernos para tener mas seguridad y ponerse a trabajar casi a ciegas. La noticia corría como la pólvora de cómo la gente comenzaba a sentir síntomas totalmente desconocidos y a los pocos días morían. Las instituciones sanitarias presas de pánico recomendaban a la población no salir de casa hasta que no se pudiese investigar de que enfermedad se trataba. Recluidos todas y todos en sus casas no se atrevían ni a asomarse por las ventanas. Julia y Mario que vivían en el campo totalmente aislados libres de TV, móviles ni teléfono decidieron ir al pueblo más cercano a hacer unas compras. Cuando llegaron al lugar se encontraron un pueblo fantasma donde las calles estaban desiertas, los establecimientos cerrados a cal y canto y el silencio cortaba el aire. Desconcertados recorrieron las calles con la esperanza de encontrar a alguien que los pudiera contar el porqué de aquella situación. A una señora mayor que paseaba a su perrito la preguntaron y ésta sin titubear los contestó que el cura, desde el púlpito mientras decía la misa, les había dicho que se fueran a sus casas y que no saliesen, porque si no lo hacían iban a morir, pero como a mí no me importa morir pues no le he hecho caso. Julia y Mario despavoridos se marcharon a su casa de campo hasta que la plaga los invadió también. Pero, ¿quién quedó para contarlo? Yo el narrador.

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Vicky Fernández

RESTAURANTE EL ASTADO

 En el restaurante taurino El Astado todo quedó limpio y desinfectado, dispuesto para su inauguración y para prestar servicio a una clientela taurófila. El olor a fritanga y a cerveza de barril aún no se había impregnado en las paredes y cortinas. El local olía a lejía y a aerosoles desinfectantes que amenazaban dejar las pituitarias inodoras y paralizadas por algún tiempo.

  El mobiliario era sencillo y nada pretencioso; mesas para los comensales con patas de hierro fundido y encimera de mármol blanco, sillas de madera de abedul negras y rejillas de ratán, una gran barra inmaculada de bar de acero inoxidable, las lámparas y apliques de tulipas blancas y suelos impolutos de losetas de cerámica.

 El dueño quería que su afición taurina quedara impresa en la decoración de su nuevo restaurante, que con tanta ilusión había inagurado. Las paredes se atiborraban con cuadros de tauromaquia y también estaban decoradas con carteles de antiguas corridas de toros bravos en famosas plazas como: Jerez, la Maestranza de Sevilla, Madrid, etc. Estos anunciaban a los héroes de la arena que vestían costosos trajes de luces. Toreros legendarios como: Paco Camino, Paquirri, Manolete, Antonio Ordóñez, Gitanillo de Triana y todo el elenco de toreros, rejoneadores, banderilleros, matadores y torturadores de toros de las más famosas casas de criaderos de astados bravíos que pastaban pacíficamente en las dehesas de encinares y alcornocales y que eran conducidos a los cosos taurinos de pueblos y ciudades para celebrar sus fiestas y ferias.

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Haydée Acosta        

  EL  AYER

 La vieja cafetería duerme, en la penumbra aún tibia de los recuerdos.

Tras sus puertas cerradas yo alcanzo a oír los murmullos de charlas distendidas, de animadas conversaciones entre amigos, poniendo al mundo del revés y del derecho tantas veces como fuera necesario replantear la historia, el futuro, la vida.

Esas sillas vacías, esas mesas pulidas con entusiasmo por la fuerza de la comunicación en repetidos diálogos de complicidad codo con codo, son los testigos vanos de una filosofía ahogada en el silencio. Añoradas charlas de café que ronronean como un gato mimoso desde un rincón del alma.

Sólo los cuadros revistiendo incólumes las paredes, acarician un poco a la sufrida nostalgia. Fotografías, carteles, se mantienen abrazados en el contexto de la memoria, aguardando tal vez que un nuevo día, los despierte con luz del letargo del olvido.     


Vic

Vicky


 

 



IMAGEN PARA ESCRIBIR, FEBRERO, FOTO 1 Y 2

 Escribe sobre estas dos fotografías: Paco López


Paco López

¿Os imagináis la cifra que alcanzaría la suma de los años de los presentes en este bar a las 5 de la tarde de cualquier día del año 1923? Seguramente sería muy alta. Y muy doctos, los portantes. Entregados a sus disquisiciones sobre si con g ó con j, en la palabra ma(g ó j)nesia; o bien, si mejor Cagancho que Angelete en el paso de pecho.

Allá en el rincón me parece estar viendo a Ernestina de Champourcín. Semiescondida, como si estuviera fuera de lugar por la presencia mayoritaria del género masculino. Ajena aún de su encuadramiento en el colectivo de las “Sin sombrero”.

En primer plano, es decir sentados en la primera mesa me imagino sentado a algún miembro de los que luego fueron conocidos como la generación del 27. Podría se Rafael Alberti o cualquier otro.

Sobre la mesa el cafelito humeante y multitud de papeles manuscritos en espera de ser tenidos en cuenta como para formar parte la obra literaria que pase a la posteridad.

Veo los afilados dedos de los presentes que hábilmente mueven veloces las plumas que pondrán negro sobre blanco, las palabras que el ingenio de las mentes de sus propietarios están a punto de parir.

La foto es ciertamente nostálgica. Casi imposible encontrar en nuestros días, un sabor a sabiduría como el que transmite la foto. Por eso es una fotoluci. Tampoco el cafelito que nos tomáramos ahora, sabría como el de entonces.

Otra cosa muy distinta buscan los jóvenes que pasean cuesta arriba, por las empinadas cuestas de un pueblo, que bien pudiera ser Frigiliana. Ellos están haciendo la ruta de la Pasa.

Van caminando e irán encontrando, sucesivamente lugares emblemáticos del pueblo, donde todo el mundo hace y se hace fotos. Tomando la escalinata, se toparán en el Barribarto, la zona morisca de la ciudad.  Se encontrarán con calles empinadas, fachadas blancas y puertas azules que alegran la vista.

En el camino se toparán con la fábrica de miel de caña de Nuestra Señora del Carmen, la única fábrica de miel de caña que existe en Europa, instalada en el antiguo Palacio de los Condes de Frigiliana. También visitarán el Museo Arqueológico, situado junto a la oficina de Turismo, y más cosas.

Y naturalmente, podrán comprar pasas en cualquier tienda de comestibles.

¡Ah! Que no es Frigiliana. Entonces que el lector ponga el nombre. La verdad es que es lo que menos importa.