jueves, 1 de abril de 2021

IMAGEN PARA ESCRIBIR, FOTO 2, MARZO

 Escribe sobre esta foto: José Guerrero


José Guerrero

PEGANDO LA HEBRA

   En una carrera por sacudirse la asfixia pegajosa por la pandemia ante tantas limitaciones, querían las amigas Eulalia y Leocadia poner en las alturas el listón de los sentires, los dimes y diretes del barrio por los azotes de la vida sin frenos a su fantasía, y se sentaron en las respectivas sillas del patinillo de la casa haciendo un alto en el camino, dejándose llevar por el instinto de curiosidad buscando un tiempo de evasión que les arrojase paz, sosiego y armonía en sus maltrechos avatares.

   Y con las mismas se acomodaron cada una a su manera soltándose la lengua, cual río desbordado por la crecida, hablando de lo divino y lo humano, sosteniendo que el mundo al fin y al cabo es un pañuelo, dando lugar en ocasiones al llamado efecto mariposa en el planeta Tierra.

   Y con no poco desparpajo echaron mano de su alegre locuacidad y facundia robándose los tiempos parlamentarios en un apresurado aluvión de emociones e inquietudes jugando con el idioma que les vio nacer a través de vivaces expresiones en su coloquio (lejos sin duda del célebre coloquio de los perros cervantino) abundando en las voces utilizadas en el discurrir cotidiano con su encapsulada estructura configurada a sangre y fuego a través de los siglos pasando de abuelos a nietos y padres a hijos, pergeñándose una sólida sedimentación lingüística en los registros, no sólo de los hispanoparlantes de acá sino de allende los mares, y empezaron a bucear en las aguas de los latiguillos, chascarrillos, muletillas, aforismos, refranes, dichos, proverbios, adagios, sentencias y máximas recorriendo el universo idiomático desde Roma a Santiago dando por descontado que cada término o frase tiene su ego, las connotaciones y preferencias, como cualquier hijo de vecino, las partes donde más les duele o ilusiona, y no cabe duda que cada cual lleva el agua a su molino, aunque teniendo siempre presente que donde las dan las toman, y siendo en innumerables ocasiones de armas tomar, tanto las expresiones como las personas, sin olvidar que las armas las carga el diablo.

   Aquella mañana lo tenían todo hecho, diciéndose para sus adentros, Zamora no se conquistó en una hora, y de esa guisa se entregaron a la causa ansiosas por saber la una de la otra y del entorno, poniéndose al día de los últimos aconteceres o rumorología de la gente, pues hacía un siglo que por distintos motivos no se reunían.

   Los temas o tópicos a los que se echa mano en estos casos son siempre los más trillados o rutinarios, la salud de familiares, hijos, nietos, fallecimientos o separaciones de los más allegados o conocidos.

   Y por fin tuvieron ocasión de llevarlo a cabo sentándose encima de las horas parando el oleaje del reloj, y se pusieron manos a la obra disfrutando de lo lindo, contándose las más divertidas o disparatadas historias de hacía varios lustros, al no verse las caras por los imponderables de la vida.

   Y en esas tesituras y quisicosas andaban inmersas Eulalia y Leocadia haciendo honor al espíritu femenino, desentrañando todo lo que caía en sus manos, como un acto ancestral innato del ser humano.

   -En un principio prefiero vivir tranquila, Leo, sin más, que las penas vienen solas, y para eso me viene a la mente aquello de a enemigo que huye, puente de plata, y no se hable más –dijo Eu.

   -No sé si con esos términos o troncos se puede echar una lumbre hermosa, y matar el gusanillo y el frío del alma y el de marzo, pues ya ves que cuando febrero marcea, marzo febrerea –dijo Leo.

   -Fíjate, hoy el cielo está encapotado, y ¿cómo se dice el trabalenguas, ah, ¿quién lo desencapotará? el desencapotador que lo desencapote buen desencapotador será, aunque esto de estar en las nubes no es lo más acertado, Leo –dijo Eu.

   -Ahí parece que coincidimos, yo prefiero hablar de lo nuestro, así por ejemplo ver a mi niña feliz y contenta como unas castañuelas, y tenga un buen casamiento, aunque se   diga que casamiento y mortaja del cielo baja, aunque eso no me gusta, y que dé con un buen hombre, y tenga la vida cubierta y segura, que no está el horno para bollos, o piense lo de aquel dicho ingenuo como el que no hace la cosa, contigo pan y cebolla-dijo Leo.

   -No creas, hoy día en menos que canta un gallo ocurre cualquier cosa, y lo dicen categóricamente con un repentino, me importa un pepino, o ahí me las den todas, y se quedan tan panch@s est@s niñ@s de hoy día-dijo Eu.

   -Yo quiero lo mejor para ella, y parece que promete, aunque “no es oro todo lo que reluce” en ella –dijo Leo.

   -También es verdad que nosotras ya hemos pasado por todas las romerías de la vida, y más sabe el diablo por viejo que por diablo, si bien no estamos muy al corriente de lo que acaece a cada paso con la rebeldía de la juventud, pues ya sabes que el tiempo vuela, y estamos a años luz de sus antojos y desmarques. –dijo Eu.

   -No sé qué pensarán los posibles lectores del uso que hacemos del refranero, tal vez piensen que somos de otra época o unas pedantes, pareciera que estamos resucitando al inmortal Sancho Panza, de todas formas, no digas nunca de esta agua no beberé. –dijo Leo.

   -¿Sabes una cosa? Que no todo el monte es orégano, pues en todas partes se cuecen habas, y si no que se lo pregunten al sacristán de la parroquia con la cantidad de secretos que guarda de los distintos párrocos con el confesionario por medio como testigo, y que han desfilado por nuestro municipio -dijo Eu.

-Hay que tener en cuenta que el machismo impera o el patriarcado en los más variados matices, juicios y leyes, siendo el pan nuestro de cada día, y eso lo ve un ciego, hasta el propio Max Estrella valleinclanesco. Pero claro, alguien tenía que hacerlo dándole cuerpo y vida al lenguaje, marcando los tiempos de la época y del mismo verbo que se conjugue en cada caso conforme al hablante de turno, encarnándose en la palabra elegida por el hablante, que hasta en la Biblia se cita con no poca fe de los creyentes, y no podían tener en cuenta tantas cosas o causas ni tantos escrúpulos, porque eran otros tiempos bastante duros y opacos, y con un plato de migas o unos bocadillos de chorizo, chicharrones, morcilla o lomo de orza iban que chutaban las criaturas por los inciertos caminos de la vida. No existía este disloque de hoy día, alimentado por l@s nutricionistas para guardar la línea con un estudio metódico de comidas y sabores, evocando los mejunjes de antaño, y hoy día con verduras, frutas, infusiones estomacales o hierbas para puñaladas hepáticas, y relajantes para el sueño o panaceas para el mal de amores, etc.-dijo Leo.   

   -Bueno, amiga mía, muchas gracias por darme esta oportunidad, ah, y luego me explicas el remedio para los amores, y ha sido muy enriquecedor y grato el encuentro, ¡qué tiempos aquellos! a ver si nos vemos con más frecuencia, y no olvidemos el dicho clarificador, dime de qué presumes y te diré de qué careces. –respondió ella.

   Y así acabó su parlamento, y en cuanto a concreciones y resultados, al parecer como el rosario de la aurora, algo deslavazado, disertando emocionalmente sobre el comer y beber de la vida, de lo poco que nos podemos llevar al otro mundo, precisamente por ello dejemos al menos lo mejor de nosotros mismos, por aquello de la honrilla familiar, que tanto nos ayuda sobre todo en estos días negros de la existencia, que vivimos vendidos ante la incertidumbre sanitaria por los furibundos estragos de los innombrables virus que ni se ven ni se oyen, pero matan como el veneno en un plis plas, y pasean disfrazados con guantes, pajarita, sombrero, un habano en la boca y un clavel en el ojal, y para realizar la gesta vuelan como espíritus con el perfil de una mosca muerta.


IMAGEN PARA ESCRIBIR. FOTO 1, MARZO

 Escriben sobre esta foto: Juanita Viruega, Marcos Marín, Antonio Vera y Lucía Muñoz



Juanita Viruega

Era un almendro frondoso y bonito, sus ramas daban sombra a casi todo el porche, en las mismas anidaban los verderones que con sus trinos alegraban las primaveras y los veranos y el aroma de sus flores en primavera hacía agradable su cercanía, cuando circulaba el viento sus ramas producía un sonido arrullador como queriendo proteger a los que con tanto cariño cobijaba...pero era viejo ya...

Tenía casi cuarenta años y cualquier día, alguna de sus viejas ramas podía caer encima del tejado y con su peso romper algo y ocasionar gastos desagradables e inesperados. Yo le tenía cariño y también, no se porqué, respeto, quizá por su bella estampa o quizá por eso, por viejo, por su veteranía.

Fue plantado cuando se construyó la casa  para pasar los veranos en Lanjarón, lindo y acogedor pueblo de las Alpujarras granadinas, fresco como el que más en las noches de verano.

Un día, se decidió cortarlo, matarlo sin compasión. Ya se olvidaron los niños, jugando alrededor de su tronco, niños que ya  son hombres y mujeres que trajeron otros niños y niñas a jugar los mismos juegos bajo la misma sombra. ¡Cuántas tardes de meriendas, cuántas cenas al fresco, con el aroma de todas las flores, envolviéndonos suavemente! ¡Cuántas confidencias y secretos se revelaron bajo su silencio! Pero era viejo, molestaba, podía ocasionar gastos, como nosotros los viejos humanos. Lo que molesta, se elimina.

El hacha criminal comenzó a golpear y tardó en tumbarlo. Era viejo, sí, pero fuerte, de buena cepa, almendro de la tierra. Los golpes del verdugo eran vigorosos y al final cayó con su cargamento de nidos todavía llenos de huevos y algún que otro verderón y con sus ramas llenos de recuerdos. 

Ya en el suelo, el último hachazo y el más certero, partió un corazón grabado hace tiempo en su tronco, cuando ambos, dueño y árbol, llenos de ilusiones, rompió un corazón atravesado por una flecha sangrante con los nombres de Pepe y Nieves, jurando amor eterno y que el viejo almendro fue el depositario de esa promesa. Juramento que se fue con el último hachazo. 

¡Lástima que ese juramento no incluía al que tanto tiempo fue testigo de ese amor!

Ahora en su lugar, hay flores, arbustos, sin jerarquía, del montón  pero eso sí, ¡JÓVENES!

Espero que nadie marque sus troncos con promesas amorosas que ahora son tan difíciles de cumplir y que otra hacha criminal destroce una ilusión y una vida por el terrible delito de ser viejo.

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Marcos Marín

El dia se abrió

al sol de la mañana

que una luz cálida

en el aire dejo.

 

El monte se vistió

de verde hierva

de rosa flor se vio,

llego la primavera.

 

La vida otra vez renació

las abundancias llegaron

pastos frescos brotaron

los que el pollino pació

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Antonio Vera

La primavera,

por fin la la primavera,

por fin el almendro luce 

su flor como él desea,

por fin encuentra el burrito

su tan deseada hierba.

por fin el campo se viste

de verde, de primavera.

La primavera,

ya llegó la primavera.

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Luci Muñoz

Charo ha vuelto de vacaciones de Semana Santa a su pueblo de nacimiento para pasar una semana junto a sus abuelos maternos. Ha tenido un año muy duro en el hospital debido a la pandemia del Coronavirus. Tanto trabajo y estrés la ha mermado anímica y psicológicamente. Tras dormir de un tirón toda la noche, cosa que no hacía desde hace más de un año, desayuna con una buena rebanada de pan casero, hecho por su abuela en horno de leña, al que le ha rociado una buena ración de aceite de oliva de las aceitunas de los olivos que su abuelo labra aún a sus ochenta y tres años. Su abuela le sirve un vaso de leche con manzanilla, cosa que sólo toma cuando está con ellos. En el hospital lo que desayuna es un café bien cargado y unos donuts o un bollo dulce de la cafetería.  Ese pan tostado con olor a leña y aceituna machacada, le sabe a gloria, y en agradecimiento, le da dos besos y un gran abrazo a su abuela. Lo hace con la seguridad de haberse vacunado del Covid, ella y sus abuelos.

-¡Cómo os he echado de menos, abuela!

-Y nosotros a ti, cariño.

-El abuelo, ¿Dónde está?

-¡Dónde va a ser, hija! Afanado en el campo. Es que no para este hombre. Cualquier día temo que me llame algún vecino del campo comunicándome que tu abuelo se ha caído o algo peor.

-Abuela, mejor que le pase lo que sea en el campo que no en mitad de una ciudad donde nadie conoce a nadie.  Qué se caiga en el frío asfalto o que lo arroye un coche al cruzar un semáforo.

-Tienes razón cariño. Pero me tiene siempre con el alma en un vilo. Cuando dan las tres y no aparece para almorzar, comienzo a pensar cosas malas y me pongo de los nervios, y ya sabes que tengo la tensión alta y no me vienen bien que me altere, pero tu abuelo parece que lo hace a cosa hecha. Llega tan feliz canturreando un fandango, y yo de la tensión acumulada, comienzo a gritarle y entonces discutimos, así cada día…

-Bueno, así tenéis estáis distraídos cada día – le dice Charo dándole un sonoro beso en la frente arrugada de su abuela.

-¿No vas a dar una vueltecita por el pueblo?

-Sí, abuela. Pero primero voy al huerto a saludar a Perico.

-Anda, ve. Seguro que se alegra de verte.

Charo sale de casa de sus abuelos, con la mascarilla puesta, y girando hacia la derecha se encuentra con un campo donde ella tanto ha jugado de pequeña con sus primos y amistades. Le parece como de ensueño. La tierra tiene una pequeña manta de verdor de hierba y amarillo de las florecillas, y en medio de todo, tranquilo y feliz, un burrito desayuna hierba fresca junto a dos viejos almendros cuyas ramas están cuajadas de preciosas flores blancas. Charo se quita la mascarilla, y el  burrito levanta su cabezota, mira hacia ella y le muestra sus dientes grandotes y blancos; rebuzna y da unos pasos para acercarse a ella, que le acaricia el lomo de suave pelo gris. Siente en su mano su calidez y el latido agitado de su corazón, su respiración fuerte.  Lo abraza por el cuello y le da un beso.

-Hola, Perico. ¿Me has echado de menos? – Y el burrito, mueve su cabezota de arriba abajo, y luego a ambos lados.

Unas lágrimas afloran en los ojos de Charo. Camina unos pasos seguida por Perico, y se acerca a unos de los árboles.  Aquellos almendros ella los ha conocido desde que vino al mundo y ahí siguen, renaciendo cada primavera. Han envejecido junto a sus abuelos, en cambio sus abuelos están cada día más mayores, y algún día ya no estarán en este mundo y los almendros ahí seguirán, esperándola a ella, recordándole lo frágil que es la vida, y que hay que intentar hacer como ellos, renacer cada primavera siendo mejores personas, sobre todo con nosotros mismos. 



IMAGEN PARA ESCRIBIR, FOTO 1 Y 2, MARZO

 Escriben sobre las fotos 1 y 2: Paquita Díez y Paco López










Paquita Díez

Llegó la temporada de las flores: la primavera-, comentó Filomena -¿recuerdas cuando éramos jovencitas e íbamos a coger flores al campo para tirárselas a D. Segismundo, el cura, cuando el día del Corpus Christi  íba cantando bajo palio, con el cáliz en la mano, y salíamos en procesión  por la carretera, la única calle que tenia el pueblo, cumpliendo la  tradición de todos los años y los cabreos que cogía cuando le tirábamos las flores y más de una vez se le metían en la boca? ¿Lo recuerdas?-. Gertrudis con cara de nostalgia contestó, -Ya lo creo que lo recuerdo, y cómo nos reíamos y más que se cabreaba de vernos reír-.

Filomena y Gertrudis eran dos mujeres, ya mayores, que aprovechaban el atardecer sentadas en las puertas de sus casas repasando los recuerdos de sus vidas y así animarse mutuamente a sobrellevar el paso de los años.

Las dos eran viudas y sus hijos habían volado a otros lugares haciéndolas sentir su ausencia pero su cita para pasar el rato  y contarse los chismorreos del día no fallaba. Era para ellas como un mantra. Yo, casi todos  los días, pasaba por la calle y cuando llegaba a su altura me llamaban para contarme historias que les habían ocurrido en sus tiempos pasados. Me parecía divertido y a veces reíamos tan fuerte que nos asustábamos a nosotras mismas. Yo tenía una huerta con árboles frutales y plantas silvestres que cada año en primavera me regalaban el placer de ver como brotaban sus hojas, y más tarde sus flores, impregnando el ambiente con su aroma primaveral. Cuando yo iba a la huerta, casi siempre al volver en esta estación de las flores, las traía un ramito para cada una que hacía que se emocionasen y cada una recordaba su pasado. Filomena recordaba cuando su marido le regalaba todos los años flores por su cumpleaños. Gertrudis en cambio recordaba a su amante retozando por el campo entre los arbustos y el costalazo que les había propinado un burro al intentar montarse en él, pues éste levantó las patas traseras y los tiró al suelo dejándolos malheridos. Gertrudis reía y reía sin parar diciendo, -sí, pero ¡y lo bien que lo pasamos. Que me quiten lo bailado!- A veces sus caras cambiaban de semblante y asomaba la nostalgia llegando incluso a caer alguna lágrima. -¡Que envidia nos das¡-,  me decían con frecuencia -¡Quién fuera joven como tú!- A mí me daba pena y las recordaba que ellas, también habían sido jóvenes y tenían la ventaja de poder contar más historias que yo.     

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Paco López

Casi imposible poder relacionar ambas fotos, pero vamos a intentarlo.

Assunpta ha vivido lo suficiente como para poder comentar a su vecina Agripina, mucho más joven que ella, cómo conoció a su marido Doroteo, muerto ya hace la pila de años.

Todas las tardes, a eso de las ocho en verano, y a eso de las cuatro en invierno, Assumpta y Agripina cogen sus respectivas sillas y las colocan, unas veces delante de la puerta de la casa de Assumpta y otras veces delante de la puerta de la casa de Agripina. Y allí, bien sentadas cada una en su silla parlotean sin cesar a lo largo de las dos horas que permanecen juntas.

Assumta utiliza una silla que heredó de su marido, que era director de cine. Ya está borrado, pero en el respaldo de la silla figuraba el nombre de aquel hombre. “Doroteo”, se podía leer en la silla desde que uno entraba en el patio del estudio cinematográfico dónde trabajaba.

La silla de Agripina es más modesta. Se puede encontrar en cualquier tienda de IKEA por 18,75€.

Tras un rato de conversación, Assumpta increpó a Agripina al intuir que ésta  no la estaba entendiendo -¡No, no, no! Agripina. Me has entendido mal. El burro que aparece en la foto no es Doroteo, es el burro de mi marido. ¡Pobrecillo, qué final tuvo. ¡Qué no Agripina, que el burro murió de viejo en el Hospital y mi marido murió en una de sus películas. Él había escrito el guión, dónde decía que todo debía de ser muy real. Por tanto, las balas eran de verdad. Al salir del saloon antes de tiempo lo acribillaron. Nada se pudo hacer. Sí, sí, el burro murió después que Doroteo, seguramente de pena, aunque como te decía, los médicos dijeron que fue de vejez. Por eso conservo la foto del pobre burro pastando en ese precioso bosque al que voy todos los días. Comprenderás que hay una razón. En efecto, lo acertaste. Sus restos descansan junto al árbol de la izquierda. No, no. A Doroteo lo incineramos. Me dije, y para que quiero conservarlo entero. Sus cenizas las subasté, y quieres creer que saqué un buen dinero por ellas. Últimamente se ha puesto de moda utilizarlas de elemento móvil en los relojes de arena. Bueno rica, ya está bien. ¿No te perece? Seguimos mañana.-

¡Pero bueno!, protestó Agripina, -¿No ibas a contarme como conociste a Doroteo?- 

-Mañana, mañana-, añadió Assumpta, arreando con su silla a cuestas.