Escriben sobre esta foto: Juanita Viruega, Marcos Marín, Antonio Vera y Lucía Muñoz
Juanita Viruega
Era un almendro frondoso y bonito, sus ramas daban
sombra a casi todo el porche, en las mismas anidaban los verderones que con sus
trinos alegraban las primaveras y los veranos y el aroma de sus flores en
primavera hacía agradable su cercanía, cuando circulaba el viento sus ramas
producía un sonido arrullador como queriendo proteger a los que con tanto
cariño cobijaba...pero era viejo ya...
Tenía casi cuarenta años y cualquier
día, alguna de sus viejas ramas podía caer encima del tejado y con su peso
romper algo y ocasionar gastos desagradables e inesperados. Yo le tenía cariño
y también, no se porqué, respeto, quizá por su bella estampa o quizá por eso,
por viejo, por su veteranía.
Fue plantado cuando se construyó la
casa para pasar los veranos en Lanjarón, lindo y acogedor pueblo de las
Alpujarras granadinas, fresco como el que más en las noches de verano.
Un día, se decidió cortarlo, matarlo sin
compasión. Ya se olvidaron los niños, jugando alrededor de su tronco, niños que
ya son hombres y mujeres que trajeron otros niños y niñas a jugar los
mismos juegos bajo la misma sombra. ¡Cuántas tardes de meriendas, cuántas cenas
al fresco, con el aroma de todas las flores, envolviéndonos suavemente!
¡Cuántas confidencias y secretos se revelaron bajo su silencio! Pero era viejo,
molestaba, podía ocasionar gastos, como nosotros los viejos humanos. Lo que
molesta, se elimina.
El hacha criminal comenzó a golpear y
tardó en tumbarlo. Era viejo, sí, pero fuerte, de buena cepa, almendro de la
tierra. Los golpes del verdugo eran vigorosos y al final cayó con su cargamento
de nidos todavía llenos de huevos y algún que otro verderón y con sus ramas
llenos de recuerdos.
Ya en el suelo, el último hachazo y el
más certero, partió un corazón grabado hace tiempo en su tronco, cuando ambos,
dueño y árbol, llenos de ilusiones, rompió un corazón atravesado por una flecha
sangrante con los nombres de Pepe y Nieves, jurando amor eterno y que el viejo
almendro fue el depositario de esa promesa. Juramento que se fue con el último
hachazo.
¡Lástima que ese juramento no incluía al
que tanto tiempo fue testigo de ese amor!
Ahora en su lugar, hay flores, arbustos,
sin jerarquía, del montón pero eso sí, ¡JÓVENES!
Espero que nadie marque sus troncos con promesas amorosas que ahora son tan difíciles de cumplir y que otra hacha criminal destroce una ilusión y una vida por el terrible delito de ser viejo.
****************
Marcos Marín
El
dia se abrió
al
sol de la mañana
que
una luz cálida
en
el aire dejo.
El
monte se vistió
de verde hierva
de
rosa flor se vio,
llego
la primavera.
La
vida otra vez renació
las abundancias llegaron
pastos
frescos brotaron
los que el pollino pació
***************************
Antonio Vera
La primavera,
por fin la la primavera,
por fin el almendro luce
su flor como él desea,
por fin encuentra el burrito
su tan deseada hierba.
por fin el campo se viste
de verde, de primavera.
La primavera,
ya llegó la primavera.
*************************
Luci Muñoz
Charo ha vuelto de
vacaciones de Semana Santa a su pueblo de nacimiento para pasar una semana
junto a sus abuelos maternos. Ha tenido un año muy duro en el hospital debido a
la pandemia del Coronavirus. Tanto trabajo y estrés la ha mermado anímica y
psicológicamente. Tras dormir de un tirón toda la noche, cosa que no hacía
desde hace más de un año, desayuna con una buena rebanada de pan casero, hecho
por su abuela en horno de leña, al que le ha rociado una buena ración de aceite
de oliva de las aceitunas de los olivos que su abuelo labra aún a sus ochenta y
tres años. Su abuela le sirve un vaso de leche con manzanilla, cosa que sólo
toma cuando está con ellos. En el hospital lo que desayuna es un café bien
cargado y unos donuts o un bollo dulce de la cafetería. Ese pan tostado con olor a leña y aceituna
machacada, le sabe a gloria, y en agradecimiento, le da dos besos y un gran abrazo
a su abuela. Lo hace con la seguridad de haberse vacunado del Covid, ella y sus
abuelos.
-¡Cómo os he echado de
menos, abuela!
-Y nosotros a ti,
cariño.
-El abuelo, ¿Dónde
está?
-¡Dónde va a ser, hija!
Afanado en el campo. Es que no para este hombre. Cualquier día temo que me
llame algún vecino del campo comunicándome que tu abuelo se ha caído o algo
peor.
-Abuela, mejor que le
pase lo que sea en el campo que no en mitad de una ciudad donde nadie conoce a
nadie. Qué se caiga en el frío asfalto o
que lo arroye un coche al cruzar un semáforo.
-Tienes razón cariño.
Pero me tiene siempre con el alma en un vilo. Cuando dan las tres y no aparece
para almorzar, comienzo a pensar cosas malas y me pongo de los nervios, y ya
sabes que tengo la tensión alta y no me vienen bien que me altere, pero tu
abuelo parece que lo hace a cosa hecha. Llega tan feliz canturreando un
fandango, y yo de la tensión acumulada, comienzo a gritarle y entonces
discutimos, así cada día…
-Bueno, así tenéis estáis
distraídos cada día – le dice Charo dándole un sonoro beso en la frente
arrugada de su abuela.
-¿No vas a dar una
vueltecita por el pueblo?
-Sí, abuela. Pero
primero voy al huerto a saludar a Perico.
-Anda, ve. Seguro que
se alegra de verte.
Charo sale de casa de
sus abuelos, con la mascarilla puesta, y girando hacia la derecha se encuentra con
un campo donde ella tanto ha jugado de pequeña con sus primos y amistades. Le
parece como de ensueño. La tierra tiene una pequeña manta de verdor de hierba y
amarillo de las florecillas, y en medio de todo, tranquilo y feliz, un burrito
desayuna hierba fresca junto a dos viejos almendros cuyas ramas están cuajadas
de preciosas flores blancas. Charo se quita la mascarilla, y el burrito levanta su cabezota, mira hacia ella y
le muestra sus dientes grandotes y blancos; rebuzna y da unos pasos para
acercarse a ella, que le acaricia el lomo de suave pelo gris. Siente en su mano
su calidez y el latido agitado de su corazón, su respiración fuerte. Lo abraza por el cuello y le da un beso.
-Hola, Perico. ¿Me has
echado de menos? – Y el burrito, mueve su cabezota de arriba abajo, y luego a
ambos lados.
Unas lágrimas afloran
en los ojos de Charo. Camina unos pasos seguida por Perico, y se acerca a unos
de los árboles. Aquellos almendros ella
los ha conocido desde que vino al mundo y ahí siguen, renaciendo cada
primavera. Han envejecido junto a sus abuelos, en cambio sus abuelos están cada
día más mayores, y algún día ya no estarán en este mundo y los almendros ahí seguirán,
esperándola a ella, recordándole lo frágil que es la vida, y que hay que
intentar hacer como ellos, renacer cada primavera siendo mejores personas,
sobre todo con nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario