miércoles, 30 de diciembre de 2020

IMAGEN PARA ESCRIBIR, DICIEMBRE, FOTO 2

 Escriben sobre esta foto: Marcos Marín y Antonio Vera



MARCOS MARÍN

El hogar encendido,

calor, luz y llamas,

el fuego colorido,

quemando las ramas.


La candela chispeando,

en ascuas candentes,

de pavesa volando,

a cenizas calientes.


Volutas de humo,

ascienden en la bodega,

bodegón pintado

es la despensa.


Hay un  cántaro de agua,

recién sacada del pozo,

en el vano de un  muro,

sobre el dintel de roca.


ANTONIO VERA

EL FUEGO DEL HOGAR


Es un día tan frío. Diciembre va diciendo adiós en los campos endurecidos por la escarcha. El aire corta la piel de sus pómulos mientras camina hacia su casa después del helador, del duro día en las aceitunas. Todas sus ilusiones están en el calor del fuego de su hogar, de su casa, y a ella dirige sus acelerados pasos mientras un gélido sol huye rápido por el horizonte. Sólo piensa en el calor del fuego que le espera en su humilde lar este veintinueve de diciembre de hace un siglo, de cualquier siglo, de cualquier invierno, de cualquier lugar, mientras regresa, extenuado por el esfuerzo, aterido por el frío, al sublime y humilde calor de su pobre y querida casa.

 


IMAGEN PARA ESCRIBIR, DICIEMBRE, FOTO 1

 

Escriben sobre esta foto: Lucía Muñoz, Haydée Acosta, Vicky Fernández y José Guerrero


LUCÍA MUÑOZ

Si me lo llegan a decir hace justamente un año, no me lo creo. Estaba yo tan a gusto en la calle Larios viendo la preciosa iluminación navideña junto a cientos de personas, todas ajenas a lo que dos meses y medio después se nos vendría encima.  Yo no paraba de hacer fotos por todas partes, quería captar el ambiente navideño, el movimiento de gente cargados de bolsas de compras, o llevando de la mano a sus niños. Parejas cogidas de la mano que se abrazaban haciéndose selfis con sus móviles a cada paso, divertidos y felices. Mimos disfrazados de Papa Noel, artistas callejeros, magos…  El ruido de los gritos en las terrazas de los bares y restaurantes, las risas, los chillidos de los niños, los alegres cánticos de una pastoral; el aroma del café y el dulzor de los pasteles; el aroma embriagador de colonia de los probadores de las tiendas repletas de clientes. El espectáculo de luz y sonido, comenzó y la gente empezó a bailar, a abrazarse riendo; a besarse y acariciarse, silbidos, gritos y aplausos … todo me llegaba a mis oídos y me hacía sonreír ilusionada por la llegada de la de navidad…

Un años después todo me parece tan lejano…  Decidí ir a Málaga cuando se levantó la prohibición de salir de mi pueblo. “Prohibición y confinamiento” dos palabras que hemos escuchado hasta llegar a odiarlas.  Quería ver la iluminación de este año, que ha resultado ser la misma que la del año anterior, pero con algunos pequeños cambios; lo pude comprobar viendo una foto del 2019 en mi móvil. Lo que más me llamó la atención es que no había a penas niños, ni mimos ni magos, que no se escuchaba el alegre sonido de las pastorales, no había gritos en las terrazas de los bares. Todo estaba amortiguado por esas mascarillas que tapaban los rostros de la gente, unos rostros cuyos ojos no eran los vivaces y alegres de otros años.  Las tiendas casi vacías, algunas tristemente estaban cerradas y con el cartel de “se alquila”. Sentía que todos nos mirábamos con desconfianza, metro y medio de distancia o más, como apestados. Sólo se les veía relajados cuando se encontraban con algún familiar o amistad, y se saludaban con los codos o bien llevándose la mano al corazón. Llegaron dos coches de policías que recorriendo de cabo a rabo la calle Larios, durante el confinamiento todos, incluida yo, lo confieso, aplaudí alguna vez desde mi balcón a las ocho de la tarde cuando pasaba la policía por mi calle, ahora la gente se apartaba, los miraban de reojo. Algunos vi cómo se echaban las manos a la cara creyendo que no llevan la mascarilla puesta. Varias reuniones de amigos o familiares, se dispersaron, incluso los pocos que están sentado a las terrazas, se colocaron la mascarilla y dejaron hasta de hablar entre ellos.

Apagué mi cámara y me volví al pueblo. Tengo guardadas todas las fotos, para que me quede constancia de lo que estaba pasando, para cuando pase el nuevo año y vuelvan otras navidades, con suerte, las mire y no se nos olvide lo vulnerable que somos, que luchamos contra un enemigo tan pequeño, que era invisible, pero con muy mala leche.

            Posdata: Os deseo Felices Fiestas. Disfruten mucho.


HAYDÉE ACOSTA

LUCES Y SOMBRAS

Como el día y la noche

Como el sol y la luna

Como el calor y el frío.

En la paz y en la guerra

Entre esperanza y miedo

Entre alegría y pena.

Más allá de su historia

Más allá del deseo

Más allá del recuerdo.

Como quien vive a un tiempo

su pasado y futuro.

Así transita el hombre

por su vida presente.

Entre luces y sombras.


VICKY FERNÁNDEZ

CUENTO DE NAVIDAD

    Había una vez un rey que era inmensamente rico y su avaricia no tenía límites. Los sótanos de su majestuoso palacio albergaban rebosantes tesoros de incalculable valor. Los impuestos que cobraba a sus súbditos eran abusivos y no tenía escrúpulos en subirlos cada vez que a él se le antojaba, o cuando su ministro de economía le informaba que los gastos de la familia real y de la corte se habían elevado y mermaban las arcas reales. Nunca invertía en obras públicas y le daba igual si su pueblo pasaba hambre o frío porque no podía pagar los recibos de la luz eléctrica.

   Todos los años, cuando se aproximaba la celebración de la Navidad, el palacio se adornaba lujosamente, no se escatimaba en gastos. El rey necesitaba que su gran familia, cortesanos, más los príncipes y reyes invitados admiraran su riqueza y en estas fiestas era cuando más alardeaba de ella. Se adornaban todas las estancias del palacio, treinta dormitorios y seis salones, con floreros repletos de frescas traídas de Holanda. Las despensas de la cocina se colmaban de las mejores frutas y verduras que cultivaban los campesinos a los que pagaban los más bajos precios posibles. Los aviones que diariamente aterrizaban en su aeropuerto particular transportaban las mejores telas de oriente, altos abetos de la Bretaña francesa, exquisitos manjares; faisanes asiáticos, jamones y aceites de España, mariscos de Singapur, caviar del mar Caspio, café de las Montañas Azules de Jamaica y los excelentes productos de distintos países del mundo. No importaba lo que costara. Durante todo el mes de diciembre y hasta mediados de enero los banquetes se sucedían día y noche.

            De lo que más se enorgullecía era de la iluminación de la calle en el que se situaba su palacio y otros palacetes de su corte. El rey disfrutaba como un niño admirando las guirnaldas, las estalactitas, las cortinas y las mallas de luces de todos colores que convertían esta única calle en un lugar mágico y de fantasía. A los ciudadanos les estaba prohibido acceder a ella y tan solo podían contemplar el resplandor de aquella luminaria que se divisaba a varios kilómetros a la redonda.

          Se olvidó contar al principio un detalle importante. Las ventanas y balcones del palacio miraban a la única calle lujosamente enlosada e iluminada, o bien a los distintos patios interiores, pues el rey, no quería contemplar las miserables casuchas donde vivían hacinados los habitantes de la ciudad, no soportaba ver la realidad que le rodeaba; las calles sin asfaltar y semioscuras por las pocas farolas que las iluminaban, las desvencijadas casas con tejados de uralita que descendían por la colina donde se situaba el palacio. En lo más profundo quería traer excavadoras que las demolieran y alejarlas de su vista.

      En la ciudad existían varios grupos antimonárquicos que actuaban en la clandestinidad. No realizaban atentados violentos, pero sí intentaban desestabilizar al rey. La causa principal era que mientras la familia real y su corte vivían en la abundancia, el pueblo sufría escasez, miseria y estaba acosado por las intermitentes subidas de impuestos. Comparaban a su rey con los monarcas de la Edad Media. Las opulentas y fastuosas fiestas navideñas, en las que el rey despilfarraba a manos llenas se consideraba una ofensa a la ciudadanía, era cuando esta se sentía más discriminada y ninguneada.

            Uno de los grupos clandestinos asaltó y saboteó la central de luz eléctrica y provocó un gran apagón que duró una semana. El palacio, los palacetes y la calle profusamente iluminada que deslumbraba desde que se ocultaba el sol perdieron su aparente fastuosidad. Durante siete días el rey y su élite se vieron aquel año privados de luz eléctrica y los exquisitos alimentos que guardaban en los frigoríficos se malograron. Por más que apremiara el primer ministro para que se arreglara la gran avería, los técnicos eléctricos no la encontraron.

            El rey y su corte aquel año no pudieron celebrar la Navidad, sin embargo, para los ciudadanos fueron unas maravillosas fiestas, porque su felicidad no estaba en las luces ni en las copiosas comidas, sino en permanecer cerca de sus seres queridos.


JOSÉ GUERRERO

    Iluminación navideña

   La iluminación navideña de la calle Larios fue todo un acontecimiento, una noche única, con la banda de música interpretando el Amor brujo, y el portentoso castillo de fuego, que animaba al público a disfrutar de la espléndida fiesta de luces de variopintos colores y matices.

    Un show de ensueño con todos los ingredientes lumínicos a su alcance, juntamente con el cuerpo de técnicos, policía local y nacional y bomberos a la expectativa por si tuviesen que intervenir por algún desaguisado o fallo técnico de instalación, exhibiéndose en los balcones una envidiable exornación con las mejores galas, convirtiéndose el evento en una noche mágica, donde residentes, visitantes y foráneos se volcaron en encendida vorágine pasándolo en grande, disfrutando del fantástico espectáculo en el oleaje de un mar de luces multicolores.

 A la mescolanza de luminosos contrastes y afluencia de personal se unió subrepticiamente aquella noche un tironero, que como el que no hace la cosa, se movía a sus anchas por los barrios de Málaga, y aprovechando el bullicio reinante de criaturas pululando por doquier en la festiva inauguración, se abalanzó como un tigre sobre una mujer que estaba gozando de la maravillosa obra de los artificieros electrónicos malagueños robándole el bolso tras un fuerte forcejeo, rodando la señora por el frío suelo, y con las mismas se escurrió como una salamanquesa por entre el gentío que se agolpaba en esos instantes queriendo ver de cerca el altar de los sueños, siendo harto difícil dar con el paradero del infractor, dificultándolo aún más si cabe al ir cubierto con un pasamontañas, no quedando en principio ninguna pista o señales identificadoras por donde descolgarse.

    Tan desafortunado suceso tuvo lugar esa noche tan especial, víspera de las fiestas navideñas, mas recordando el dicho popular de “a Dios rogando y con el mazo dando” la policía siguió trabajando, y unas semanas más tarde informaba de que una muchacha había sacado una foto sin darle apenas importancia, ya que la hizo como un juego por entretenimiento, al llamarle poderosamente la atención la vertiginosa rapidez con que corría un muchacho por entre la tumultuosa masa humana sorteando obstáculos, haciendo la foto casi sin pensar al cruzarse con ella en la desesperante fuga, quedando grabado su perfil fotogénico en la memoria del móvil.

   La señora, que había quedado tirada en el suelo tras ser arrastrada por el tironero en encarnizada pugna por llevarse el botín, yacía maltrecha y seminconsciente.

   Al poco tiempo se oyeron los nerviosos gritos de la sirena que acudía presurosa, pidiéndole a la multitud que retrocediese para que pudiese pasar la ambulancia en medio de aquel río humano, que transitaba ansioso y apelotonado interesándose por el estado de la mujer. 

    El personal médico bajó lo más rápido que pudo para recogerla, y llevarla a urgencias del centro hospitalario más cercano.

   Ella, después del desgraciado percance fue poco a poco volviendo en sí en el centro hospitalario tras recibir los primeros auxilios, y luego iba incorporándose paulatinamente en la cama, abriendo un ojo y luego el otro con mucho tiento y miedo, y estuvo departiendo con los sanitarios, relatando lo mejor que podía los pormenores que recordaba del funesto suceso.

   Luego la animaron a que diese unos pasos por la habitación para ver someramente su estado general, por si tuviese algún hueso roto que le impidiese moverse, y finalmente se comprobó que era el brazo izquierdo la parte del cuerpo que tenía más dañada con fuertes dolores, al ser ele punto donde recibió el impacto del tirón.

   Ella pidió la baja en el colegio donde trabajaba como maestra, y a la semana siguiente se supo que había sido detenido el ladronzuelo, y que no era la primera vez que lo hacía, sino que lo había realizado en multitud de ocasiones por adicción a las drogas.

   Tras las pesquisas de la policía, se informó de que era un muchacho huérfano del grupo de riesgo al que la maestra le impartía clase, y que había perdido a sus padres en accidente de coche, y vivía con una tía suya.

   El muchacho en el fondo no era mala persona, pero los problemas familiares y de afecto le asfixiaban sobremanera. Todo ese complejo de calamidades le empujaba a cometer los frecuentes hurtos principalmente en los grandes almacenes, por ser el espacio más favorable a sus pretensiones, y donde encontraba mayores facilidades.

   Sustraía pequeños objetos de valor para luego venderlos en donde podía, en mercadillos o por la calle, a fin de abastecerse de los estupefacientes que consumía.

   Un día bastante caluroso de estío iba una muchacha de compras por los distintos centros y stands del barrio, y le picó la curiosidad por conocerla, y observándola se percató de que se le había caído una hermosa flor que llevaba en el pelo, y con las mismas se agachó a recogérsela, y en ese cruce de miradas se miraron fijamente a los ojos quedando al instante prendados el uno del otro, en aquel fortuito y milagroso encuentro.

   Más adelante se citaron para ir a una discoteca del centro de la ciudad, pero el muchacho no tenía dinero, y con las mismas adelantó la salida para recabar fondos por algún mercado de la zona o tienda propicia y así poder cumplir el sueño, y hacerle un bonito regalo a la chica que había conocido.

   En ésas andaba el joven buscándose la vida, cuando se cruzó con la policía, y con las mismas le echaron el guante, y lo introdujeron en el vehículo policial siendo arrestado en los calabozos del distrito.

   La muchacha con la que había quedado citado en la discoteca esperaba desesperada e impaciente su llegada que nunca se materializó, y se quedó compuesta y sin novio, porque el muchacho entró en prisión preventiva por orden judicial.

   Al cabo de los años, cuando lo cambiaban de cárcel a otra población ideó un plan de fuga dándose un corte en el muslo, y tuvieron que llevarlo a prisa y corriendo a un centro médico porque se desangraba, y cuando iba a entrar en el recinto hospitalario dio un salto y salió corriendo como un loco huyendo de la policía, y todavía lo andan buscando.

   Ese muchacho huyó a Brasil, y con el paso de los años regresó a España convertido en todo un señor, un indiano de pies a cabeza, con los deberes hechos y saneadas las cuentas, que le permitirían hacerse una casona a su gusto en la zona preferida, y vivir felizmente de las rentas lo que le quedase de vida.

         

  

               

           

   

martes, 1 de diciembre de 2020

IMAGEN PARA ESCRIBIR, NOVIEMBRE, FOTO 2

 

Escriben sobre esta foto: Marcos Marín, Vicky Fernández y José Guerrero



MARCOS MARÍN

Entrando por el soportal,

al zaguán umbrío

y por el segundo umbral,

al templo sombrío.

 

Baldosas negras y blancas,

casi doscientos años,

pisadas y desgastadas

por innumerables pasos.

 

Un monaguillo con talar,

contempla la entrada,

con ánimo de observar,

con su mirada templada.

 

Sus manos sujetan,

un cuaderno de salmos,

que los fieles cantan,

en el culto los domingos.


VICKY FERNÁNDEZ

MONAGUILLO LIMOSNERO 

            Otro turista que sale por la puerta sin rascarse el bolsillo. Muchas fotos a las imágenes y al retablo, pero no se dan cuenta que mantener todo este lujoso templo cuesta un pastón. La verdad es que tenemos un retablo barroco preciosísimo y todo el que lo contempla se queda boquiabierto, es una obra de arte. Vaya, vaya con el hombre, se ha dado una vueltecita y ni siquiera ha rezado un simple Padrenuestro, seguro que ni se lo sabe. Cada vez son más ateos los turistas que hacen el periplo por las iglesias de la ciudad. Y no quiero hablar de las hordas de orientales; chinos, norcoreanos, japoneses que pasan diariamente por aquí. Estos turistas son los que más me fotografían, les caigo en gracia, se ve que en sus templos no hay monaguillos limoneros como yo. Estos sí que no sueltan ni un euro. Siempre muy sonrientes, pero muy agarraos.

            Nada, que hoy no estreno mi hucha. Y bien que se me ve al entrar o al salir. Todos se hacen los longuis. Ahora, este hombre más que nadie. La mujer mucha fotito a este pobre monaguillo, que no sé cuántas me ha hecho ya, que tiene que tener el dedo con agujetas de disparar tantas. Si me vienen muchos como esta pareja me van a quitar de aquí y me arrinconarán en uno de los sótanos cerca de la lúgubre cripta. Ya estuve un tiempo desterrado allí y me daba un canguelo enorme. Si don Críspulo, el cura párroco, comprueba que no recojo dinero en mi hucha me confinará otra vez al oscuro y húmedo sótano.

            Pero tío, ¿te vas a decidir ya a entrar o salir? No ves que mientras tienes el portalón abierto hace corriente. A mí las corrientes de aire me van fatal, no diré que me resfrío, sería una estupidez por mi parte, pero sé que la madera con la que estoy tallado se resquebrajaría. Además, tengo dos siglos y ya me han restaurado tres veces, la próxima a lo mejor no me llevan al subterráneo, tal vez me quemen.

            Qué tiempos más raros son estos, yo no los comprendo. Las iglesias vacías de feligreses, solo unas seis o siete beatas que asisten a misa, y llenas de turistas que ni rezan ni se gastan un euro. En fin, paciencia, me quedará mucho por ver si duro en este privilegiado puesto.

            Este tío qué pesao. Se ha quedado en el dintel de la puerta mirando la calle. Sal o entra de una vez encogío, que eres un encogío.


PEPE GUERRERO

                                       EL HOMBRE DE NEGRO

   Salió Álvaro echando chispas de la iglesia tras confesar el último crimen que había llevado a cabo en un lugar sin concretar, apuntando a la sierra de Almijara, y se dirigía en dirección al monipodio, donde se mascaban los secretos de muerte y repartían el botín, aguardando eufóricos los compinches para alzar la copa brindando por la heroica gesta del último ajuste.

   Todo lo que espetó Álvaro al sacerdote en el confesionario bajo secreto sacramental no quería que saliese de esa tumba por nada del mundo, haciendo lo indecible para no dejar cabos sueltos de su vida.

   Álvaro había sido toda su vida un humilde pescador echando las redes por la bahía malacitana con una vieja barca de segunda mano, que con mucho sacrificio pudo pagar mendigando por las calles del centro de la ciudad. La barquichuela no estaba para muchos trotes, y avanzaba renqueante peleándose con la espuma de las olas, y daba miedo verla haciendo milagrosos equilibrios para sostenerse en pie y millas a trancas y barrancas, no sabiendo nunca si llegaría a alguna parte o a un banco de peces, y aguantaba la pobre ya tan arrugada y despintada, pidiendo a gritos una reforma como el comer.

   A malas penas juntaba lo suficiente Álvaro para sufragar los gastos de carburante y el sustento de la familia con cinco retoños a su cargo, que se comían a pavía, y ante tan alarmantes estrecheces y penurias se vio abocado a jugarse la vida entrando en un grupo del crimen vendiendo muerte por los cuatro puntos cardinales del globo enviando droga por un tubo, y conseguir la mayor ganancia posible en poco tiempo y poder llevar en adelante una vida tranquila y decente, libre de miserias y calamidades.

   El tiempo tan negro que vivió sólo lo sabían su abuelo y una tía suya, que murió de tuberculosis muy temprano.

   No podía quejarse Álvaro de los ingresos que obtenía en tales circunstancias tan delicadas, pues sus cinco niñas iban a los mejores colegios de la comarca con buenos trajes y sus respectivas motos, pasando unas ricas vacaciones en los puntos más prestigiosos del planeta, buscando la fórmula para que sus descendientes viviesen felices y contentos, a salvo de cualquier contingencia.

   Mas la vida da muchas vueltas y tumbos, ya que nunca se sabe si lo que hoy vale se tornará mañana en veneno a la vuelta de la esquina.

   Un día de horrible temporal, que llovía a cántaros según iba con un flamante mercedes por la autopista, un vehículo de la guardia civil le iba siguiendo los pasos, dando la voz de alarma a los otras patrullas policiales, y al verse Álvaro rodeado de coches por los cuatro costados se dio una puñalada sangrando como un cochino, siendo transportado por la policía al hospital más cercano para que le atendiesen.

   El jefe de los capos andaba en esas fechas por Barranquilla, y cuando le llegó la noticia macabra empezó a construir contra viento y marea un fuerte, una especie de refugio atómico, con idea de no ser capturado por las fuerzas del orden.

   Con el paso del tiempo los actores cambian, y una antigua novia que tuvo había contraído una grave enfermedad por ingesta de estupefacientes, y quiso por despecho comunicarle a la policía todos los estragos de la banda a la que pertenecía ante sus inquietantes remordimientos, no pudiendo por menos de ir a desembuchar parte de lo que le asfixiaba, aunque temía por su  vida, porque en el momento en que se enterase la banda de la traición no tardarían en ajusticiarla a muerte y callase para siempre, porque eran sus instrucciones sumarísimas, lo mismo al chico que al grande, y no se podía dar el chivatazo, porque por la boca muere el pez. Así suele ocurrir en este sucio mundo del crimen.

   No cabe duda de que es harto reconfortante acaparar en dos días un gran capital que ni en cientos de años trabajando como un negro noche y día lo podría lograr, como no fuese con la lotería, pero ni tampoco, siendo la coartada acariciada por Álvaro para dar el salto y alistarse en la familia de la mafia, asegurándose una desahogada existencia cosechando un envidiable nivel económico y social, bien lejos de la hambruna.

   Su familia no compartía tales ideales, pero cuando le arrimaba buenas sumas de peculio, le sonreían y abrazaban haciéndole mil carantoñas, deseándole lo mejor hasta que llegase la nueva remesa tras las sentencias de muerte, con esperanza de que nunca le tocase a Álvaro, y siguiese en la brecha saliendo ileso y vivo de los embates del mar de la vida y redadas de la policía.

   Compraron varios pisos de lujo y suntuosos chalets por la costa malagueña, Costa Azul y zona de Mónaco, adonde acudían con frecuencia para invertir en el juego.

   Pese a todo no soportaba Álvaro el color oscuro de su vestimenta, provocándole no pocas depresiones. Los soleados amaneceres se le tornaban turbios y gruñones por el parte de vuelo que cada mañana le elaboraba la banda del crimen.

   Últimamente viajaba menos a Colombia y Sicilia por los contagios víricos entre otros motivos a parte del auge de controles policiales, pero unas fechas atrás sin embargo iba como pedro por su casa para gestionar ingresos, aranceles y aduanas para canalizar el clandestino transporte de estupefacientes en grandes buques de carga, y a veces en barcos de poca monta, exponiéndose a los más comprometidos peligros en la travesía.

   En el último viaje que realizó desde Barranquilla venía el barco con los motores a medio gas, asfixiado por la inmensa cantidad de sacas que transportaba, siendo interceptado por los carabinieri a su paso por aguas italianas, lo que le acarreó pasar cinco años en chirona, hasta que la novia le introdujo un arma camuflada, y una noche de horrible temporal con truenos y relámpagos a mansalva, cayendo chuzos de punta, cogió el revólver, y acercándose a los vigilantes empezó a dispararles cayendo muertos en el acto, dándose a la fuga en un helicóptero que le aguardaba en la puerta del presidio, llevándolo a un escondite de la banda.

   En su negro y largo historial, tuvo Álvaro que pasar por los distintos grados de la cofradía, aprendiz, oficial y maestro, y durante un tiempo fue el encargado de darle la puntilla al elegido para el ajuste de cuentas, ejecutando a sangre fría las estrictas órdenes.

   Un día después de dejar a la novia en las puertas de un museo, y regresando a la guarida con sumo sigilo quiso antes de nada ponerse en manos de un gurú que lo guiase, pidiéndole ayuda y descargar de paso el peso de la conciencia que le atormentaba, pues no podía conciliar el sueño por los remordimientos que como ascuas ardiendo le abrasaban hasta límites insospechados.

   Álvaro llevaba dentro de lo que cabe una vida bastante rutinaria, sin grandes sobresaltos, pero según pasaba el tiempo se iba haciendo más viejo y dejando por los senderos muy a su pesar desperdigados cachos de documentos secretos, trozos de su persona y gotas de sangre caliente.

   Cierto día apareció un cadáver en una playa de Sicilia escupido por las olas delatándole por los múltiples y fehacientes rastros que encontraron de su persona en ropas y cabeza del fallecido. Álvaro, ante la inminente detención por la interpol, no sabía qué hacer para borrar de su currículo tales sospechas, y auspiciar una primavera tranquila en libertad, mas tal percance precipitó más si cabe su perdición, porque a las pocas semanas unos sicarios secuestraron al cura obligándole a vomitar todo cuanto le había relatado a través de la confesión ante la tortura a la que se vio sometido, refiriendo con pelos y señales todas las desvergonzadas y atroces fechorías de Álvaro.

   En la fiesta de un amigo celebrando una boda en un paradisíaco hotel en aguas del Caribe fue arrestado ingresando en prisión, no pudiendo ya seguir con su corolario de muertes y tropelías según denunciaban los informes policiales, y que al parecer había sido autor material de la muerte de al menos cuatro personas por los ajustes de cuentas de la banda.

  Otra hija suya, al enterarse de la vida que había llevado su padre, entró en un convento de clausura a hacer penitencia pidiendo por él, pues su frágil conciencia se resquebrajaba sobremanera sintiéndose en parte responsable de los criminales y viles pasos de su progenitor.

   En una de las visitas que llevó a cabo la hija a la prisión le cogió un lazo que llevaba en el pelo, y en menos que canta un gallo entró en el cuarto de baño y con las mismas, con negras lágrimas en los ojos, se ahorcó con él.

   Cuando lo encontraron yacía en el suelo sin vida, y la policía se puso en contacto con su hija monja para informarle del deceso e interrogarle a cerca del fallecimiento para esclarecer los hechos, y a la hija sin saber cómo le entró de repente una convulsión tan severa que cayó sin conocimiento rodando por los suelos no volviendo en sí, como si hubiese querido dar la vida por su padre.

   En los insondables rumbos y montañas rusas del vivir nadie está exento de cualquier advenimiento de luz o apagón repentino de vida, cumpliéndose, como en el presente caso, el proverbio, “quien a hierro mata, a hierro muere”.   

 

IMAGEN PARA ESCRIBIR, NOVIEMBRE, FOTO 1

Escriben sobre esta foto: Antonio Vera, Luci Muñoz y Vicky Fernández


 ANTONIO VERA

VENECIA

Venecia,
todos tus puentes
transitó mi corazón,
doblemente enamorado
de ti,
y de aquél mi gran amor.
Aunque Rialto es el bello,
y para todos el mejor,
el Puente de los Descalzos
aún reina en mi interior ;
lo cruzamos al llegar
con maletas de ilusión,
jóvenes, enamorados,
transidos por la emoción
de nuestros pechos palpitantes
como sólo palpita el amor


LUCÍA MUÑOZ

Aquella mañana Fernando sentía un inesperado nerviosismo, en su interior y en sus piernas, que le estaban haciendo insufrible el viaje en tren hacia Venecia, no dejaba de removerse en su asiento y no tenía paciencia para leer el periódico ni tan siquiera para leer mensajes de wassap. Ofuscado consigo mismo por no poder templar su estado de ansiedad, decidió levantarse e ir al vagón cafetería. Pidió un vaso de leche caliente con cacao, recordando que cuando era pequeño su madre se lo daba antes de dormir y siempre le relajaba y se quedaba dormido enseguida. Cogió el vaso de leche con las dos manos, el calor le hizo estremecerse, hasta el punto de mover todo su delgado cuerpo.  No había apurado el vaso cuando por la megafonía, escuchó un sonido estridente y una voz femenina, no menos aguda, anunciando que estaban entrando en la estación de Santa Lucía.  Se levantó con tanta rapidez que movió la mesita y el vaso fue a parar al suelo haciéndose varios trozos y derramando el poco contenido que le quedaba. Fernando, alborozado y más nervioso, pidió disculpas al camarero y salió del vagón con unos cuantos ojos pegados a su espalda, o eso le parecía a él sentir hasta que llegó a la puerta de salida que se abrieron enseguida, y el aire fresco de mediados de otoño, le guanteó el rostro y le relajó la mente. Atravesó pasillos abarrotados de gente que iban y venían, la mayoría pegados a sus móviles, corriendo, caminando a paso rápido, y otros tirando de maletas con ruedas o cargados de bolsas de la compra.

Ante él estaba el puente de Calatrava, con sus amplios escalones porque el que subían y bajaban cada día miles de personas, en su mayoría turistas.  El ritmo era frenético, incluso los que llegaban para pasar sus vacaciones, subían con rapidez los escalones cargados con sus maletas. Fernando, miró la escalera, suspiró, se ajustó la corbata, la chaqueta azul y apretó la empuñadura dorada de su maletín. Era la primera vez que el director del Banco Santo Spíritu en Milán, lo enviaba para hacer unas gestiones con la sucursal que había en Venecia. Echó un vistazo a su reloj plateado, y confirmó que le quedaba una hora para su cita de trabajo. Un aroma de rosquillas fritas le hizo girarse y ver de dónde provenía tan dulce y atrayente aroma. Era de un kiosco ambulante junto al embarcadero para coger los vaporettos que hacían de autobuses en Venencia.  No pudo resistir la tentación, se compró un cucurucho y sentado frente al escalinata empinada del puente de Calatrava, saboreó las ricas rosquillas con sonrisa bobalicona observando el movimientos de gente  subiendo  y bajando.  Siempre había soñado con venir a Venecia de vacaciones con su novia, y ahora que estaba en la ciudad, pensó en Julia, su enamorada, se ruborizó y sintió su corazón agitado, mientras mordía la última rosquilla como si fuese el cuello de su Julia.

El día estaba soleado, el cielo azul y las calles de Venecia le estaban esperando. Sonrío y esta vez, con paso firme y tranquilo, comenzó a subir el segundo escalón del puente de Calatrava, con la convicción de que hoy iba a ser un gran día para él.


VICKY FERNÁNDEZ

DE ACÁ PARA ALLÁ

Me encanta observar a la gente en su ir o venir diario. No comprendo porqué caminan todos tan estresados y con caras tristes. Siempre cargados de bolsas, maletas, mochilas, parecen hormigas. Ni se saludan cuando se cruzan, no se miran a los ojos; la mayoría suele estar pendiente a las pantallas de sus móviles o a los objetivos de sus cámaras fotográficas. No sé para qué trajinan tanto de acá para allá todo el santo día.

Venga, vamos borregos, a trabajar todos, a poneros el despertador para levantaros y a correr, correr y correr. No sé ni comprendo lo que soñáis, lo que pretendéis con esa vida tan acelerada. ¿Para qué acaparar cosas si no os  vais a llevar nada cuando os entierren?

A este del traje gris con corbata celeste que va hablando con una mujer lo tengo ya fichado. Sube y baja estas escaleras cuatro veces al día, algunas va muy tranquilo y otras bastante acelerado. Ella tiene que ser su compañera de trabajo porque suelen comentar cosas de la oficina, no todos los días van juntos.

También pasa casi a diario la chica de vaqueros con el pelo rizado, tiene que vivir cerca y suele ir cargada de bolsas de la compra. Hoy es raro que no vaya pegada al móvil porque no se separa del aparato, un día de estos rodará escaleras abajo porque no presta atención a la bajada, tal vez sea porque se sabe los escalones de memoria.

 Los demás son turistas, aves de paso como yo los tengo catalogados, no me merece la pena estudiarlos porque me importan poco. No son de la ciudad y aunque están de vacaciones, no se relajan y siguen con los mismos comportamientos que en sus lugares de origen. La verdad, no entiendo para qué se gastan tanto dinero en viajar si lo único que van a llevarse van a ser fotografías de recuerdo, podrían comprar postales.

 Todo esto que observo diariamente sentado sobre mi saco de dormir me afirma el tipo de vida que he decidido. Tengo claro que no quiero vivir de acá para allá y prefiero ser un vagabundo libre.

            

 

IMAGEN PARA ESCRIBIR, NOVIEMBRE, FOTOS 1 y 2

 Escriben sobre estas dos fotografías:  Paquita Díez y Paco López 




Paquita Díez

Ramón y Teresa subían a toda prisa las escaleras que conducen a la estación del norte de la localidad, tirando de maletas y bolso, dónde llevaban sus ropas y enseres para pasar unos días en el pueblo de Ramón. La hora del tren se acercaba y no podían perderlo, pues hasta el día siguiente no salía otro para el pueblo de Ramón. Lloviznaba, y en un traspiés, Teresa cayó por la escalera con su maleta que la produjo un fuerte dolor en la pierna que la impedía andar. Ramón quiso ayudar y cogiéndola por el brazo siguieron andando hasta alcanzar una calle dónde poder coger un taxi que les llevase al hospital. Se había fracturado la tibia y tuvo que ser ingresada para operarla.

¡Con la ilusión que teníamos de ir al pueblo y ver a la familia!, pensaba Ramón sentado en un banco dentro del hospital, pero lo más importante es que Teresa se ponga bien y se recupere pronto. Luego iremos en otro momento. Se levantó y se dio una vuelta por el pasillo del hospital, cuando oyó un grito fuerte, apresurándose en ir a la habitación donde estaba Teresa, pero Teresa estaba medio dormida bajo los efectos de un analgésico muy fuerte. Ramón se tranquilizó y se quedó dormido en la silla que había para los familiares, al lado de la cama de Teresa.  

A los pocos días de operada, Teresa era dada de alta con la recomendación de su médico de ser prudente y no hacer tonterías porque las consecuencias podrían ser fatales. Al cabo de dos meses, empezó con la rehabilitación hasta que un día, mientras Ramón estaba trabajando, salió a la calle para dar una vuelta y se metió en una iglesia para dar gracias a Dios. Cuando Ramón llegó a casa y vio que Teresa no estaba se inquietó un poco, pero sabiendo lo religiosa que era, no lo dudó y fue a la iglesia para ver si se encontraba allí. Cuando pasó por delante del monaguillo, éste le pidió por favor, que le enseñase su carnet para el hacer el control del coronavirus, pero Ramón pasó de largo y cuál fue su sorpresa cuando nada más pasar la puerta de entrada de la iglesia, una persona le paró para tomarle la temperatura y preguntarle por su carnet de identidad. Éste se lo enseñó, pero como la temperatura era de 38º, de inmediato le mandaron a su casa, pero como él había venido a buscar a su esposa, dijo que no se iría sin ella. Desde la iglesia llamaron a la policía, y ésta sin decir palabra lo llevaron a su casa encerrándole en una habitación. Cuando Teresa volvió de la iglesia y le encontró confinado en su habitación, dio un grito de horror que asustó a Ramón. –¡Pero cariño, como te asustas tanto!, si teniendo tanto trato con Dios, tu no tienes más que ejercer tu influencia y nos curaremos los dos, o si Dios quiere nos moriremos juntos.   

Ramón y 

Paco López

Son las 11,15. Hace 10 minutos que llegó el tren de Milán. Falta media hora para que salga el tren a Roma. Este último tren es en el que Paula y Adrián se desplazarán a la Ciudad Eterna para asistir al Seminario Ordinario Diocesano. Ambos han puesto grandes esperanzas en el mismo, ya que es la puerta imprescindible para acceder a su objetivo vital de poder ser consagrados como diáconos de Santa Ursula, patrona y protectora de la ciudad natal de ambos. En tanto llega tan ansiado momento, Ricci, párroco a la sazón de la iglesia de Santa Úrsula monta guardia en la puerta de la iglesia. La policía local tras las últimas investigaciones llegó a la conclusión de que el robo reiterado de los cepillos de la iglesia son una operación de distracción, ya que el verdadero motivo de las visitas a la iglesia es preparar una operación a mucha mayor escala. Quieren llevarse la estatua del monaguillo que recibe a los feligreses y turistas en la puerta de la iglesia. Se trata de una pieza de incalculable valor artístico hecha en madera policromada y fechada en el siglo XVI. Y de paso también, llevarse la puerta tallada de la entrada. Ricci se lo ha tomado muy en serio y no se separa de la puerta. Un refuerzo como serán Paula y Adrián le vendrá muy bien. Sin embargo, las cosas no van a ser tan fáciles. En la fotoluci de la izquierda se ve claramente a Paula y a Adrián que vienen de frente en dirección a la estación. Ellos así, tan confiados, se van a cruzar en la escalera con Magdalena, a quién no conocen. Es la chica que lleva una bolsa en bandolera. Pues bien. ¿Quién es Magdalena?.  Magdalena fue al colegio con Ricci y además es sobrina del obispo. ¡Madre mía, sobrina del obispo!.  Y Magdalena viene a por todas. El año pasado asistió al correspondiente Seminario Ordinario Diocesano y aprobó. Luego, Magdalena ya es diácono, sin nombramiento pero con las credenciales suficientes como para optar al mismo. Ella viene al pueblo desde Milán, en dónde ha ejercido como subdiácono en la iglesia de la Aparisi Donna. El conflicto se masca. Si bien habrá de ser el obispo quién decida los cargos, previamente consultará con Ricci, y éste no tiene claro por quién debe optar. Ricci le debe muchos favores al obispo y no ignora que Magdalena es su sobrina, pero su madre es amiga íntima de las madres de Paula y Adrián, La solución alternativa podría ser que el obispo accediera a nombrar un trío de diáconos, pero tal y como están los cepillos, bastante desvalijados, se presenta como improbable. Por otro lado, Ricci valora que Magdalena ha tenido que esperar un año para que se le presentara esta oportunidad, a pesar de ser sobrina del obispo, por tanto, podría considerarse razonable que Paula y Adrián hubieran que esperar. También parece razonable que Luci en las próximas fotos ilustre la historia, que por hoy acaba aquí. 


Son las 11S