Escriben sobre esta foto: Marcos Marín, Vicky Fernández y José Guerrero
MARCOS MARÍN
Entrando por el
soportal,
al zaguán umbrío
y por el segundo
umbral,
al templo sombrío.
Baldosas negras y
blancas,
casi doscientos años,
pisadas y desgastadas
por innumerables
pasos.
Un monaguillo con
talar,
contempla la entrada,
con ánimo de observar,
con su mirada
templada.
Sus manos sujetan,
un cuaderno de salmos,
que los fieles cantan,
en el culto los
domingos.
VICKY FERNÁNDEZ
MONAGUILLO LIMOSNERO
Otro turista que sale por la puerta
sin rascarse el bolsillo. Muchas fotos a las imágenes y al retablo, pero no se
dan cuenta que mantener todo este lujoso templo cuesta un pastón. La verdad es
que tenemos un retablo barroco preciosísimo y todo el que lo contempla se queda
boquiabierto, es una obra de arte. Vaya, vaya con el hombre, se ha dado una
vueltecita y ni siquiera ha rezado un simple Padrenuestro, seguro que ni se lo
sabe. Cada vez son más ateos los turistas que hacen el periplo por las iglesias
de la ciudad. Y no quiero hablar de las hordas de orientales; chinos,
norcoreanos, japoneses que pasan diariamente por aquí. Estos turistas son los
que más me fotografían, les caigo en gracia, se ve que en sus templos no hay
monaguillos limoneros como yo. Estos sí que no sueltan ni un euro. Siempre muy
sonrientes, pero muy agarraos.
Nada, que hoy no estreno mi hucha. Y
bien que se me ve al entrar o al salir. Todos se hacen los longuis. Ahora, este
hombre más que nadie. La mujer mucha fotito a este pobre monaguillo, que no sé
cuántas me ha hecho ya, que tiene que tener el dedo con agujetas de disparar
tantas. Si me vienen muchos como esta pareja me van a quitar de aquí y me
arrinconarán en uno de los sótanos cerca de la lúgubre cripta. Ya estuve un
tiempo desterrado allí y me daba un canguelo enorme. Si don Críspulo, el cura
párroco, comprueba que no recojo dinero en mi hucha me confinará otra vez al
oscuro y húmedo sótano.
Pero tío, ¿te vas a decidir ya a
entrar o salir? No ves que mientras tienes el portalón abierto hace corriente.
A mí las corrientes de aire me van fatal, no diré que me resfrío, sería una
estupidez por mi parte, pero sé que la madera con la que estoy tallado se
resquebrajaría. Además, tengo dos siglos y ya me han restaurado tres veces, la
próxima a lo mejor no me llevan al subterráneo, tal vez me quemen.
Qué tiempos más raros son estos, yo
no los comprendo. Las iglesias vacías de feligreses, solo unas seis o siete
beatas que asisten a misa, y llenas de turistas que ni rezan ni se gastan un
euro. En fin, paciencia, me quedará mucho por ver si duro en este privilegiado
puesto.
Este tío qué pesao. Se ha
quedado en el dintel de la puerta mirando la calle. Sal o entra de una vez encogío,
que eres un encogío.
PEPE GUERRERO
EL HOMBRE DE NEGRO
Salió Álvaro echando chispas de la iglesia
tras confesar el último crimen que había llevado a cabo en un lugar sin
concretar, apuntando a la sierra de Almijara, y se dirigía en dirección al
monipodio, donde se mascaban los secretos de muerte y repartían el botín, aguardando
eufóricos los compinches para alzar la copa brindando por la heroica gesta del
último ajuste.
Todo lo que espetó Álvaro al sacerdote en el
confesionario bajo secreto sacramental no quería que saliese de esa tumba por nada
del mundo, haciendo lo indecible para no dejar cabos sueltos de su vida.
Álvaro había sido toda su vida un humilde pescador
echando las redes por la bahía malacitana con una vieja barca de segunda mano,
que con mucho sacrificio pudo pagar mendigando por las calles del centro de la
ciudad. La barquichuela no estaba para muchos trotes, y avanzaba renqueante peleándose
con la espuma de las olas, y daba miedo verla haciendo milagrosos equilibrios
para sostenerse en pie y millas a trancas y barrancas, no sabiendo nunca si llegaría
a alguna parte o a un banco de peces, y aguantaba la pobre ya tan arrugada y
despintada, pidiendo a gritos una reforma como el comer.
A
malas penas juntaba lo suficiente Álvaro para sufragar los gastos de carburante
y el sustento de la familia con cinco retoños a su cargo, que se comían a
pavía, y ante tan alarmantes estrecheces y penurias se vio abocado a jugarse la
vida entrando en un grupo del crimen vendiendo muerte por los cuatro puntos
cardinales del globo enviando droga por un tubo, y conseguir la mayor ganancia
posible en poco tiempo y poder llevar en adelante una vida tranquila y decente,
libre de miserias y calamidades.
El tiempo tan negro que vivió sólo lo sabían
su abuelo y una tía suya, que murió de tuberculosis muy temprano.
No podía quejarse Álvaro de los ingresos que
obtenía en tales circunstancias tan delicadas, pues sus cinco niñas iban a los
mejores colegios de la comarca con buenos trajes y sus respectivas motos, pasando
unas ricas vacaciones en los puntos más prestigiosos del planeta, buscando la
fórmula para que sus descendientes viviesen felices y contentos, a salvo de
cualquier contingencia.
Mas la vida da muchas vueltas y tumbos, ya que nunca se sabe si lo que hoy vale se
tornará mañana en veneno a la vuelta de la esquina.
Un día de horrible temporal, que llovía a
cántaros según iba con un flamante mercedes por la autopista, un vehículo de la
guardia civil le iba siguiendo los pasos, dando la voz de alarma a los otras
patrullas policiales, y al verse Álvaro rodeado de coches por los cuatro
costados se dio una puñalada sangrando como un cochino, siendo transportado por
la policía al hospital más cercano para que le atendiesen.
El jefe de los capos andaba en esas fechas por
Barranquilla, y cuando le llegó la noticia macabra empezó a construir contra
viento y marea un fuerte, una especie de refugio atómico, con idea de no ser capturado
por las fuerzas del orden.
Con el paso del tiempo los actores cambian, y
una antigua novia que tuvo había contraído una grave enfermedad por ingesta de
estupefacientes, y quiso por despecho comunicarle a la policía todos los estragos
de la banda a la que pertenecía ante sus inquietantes remordimientos, no pudiendo
por menos de ir a desembuchar parte de lo que le asfixiaba, aunque temía por su vida, porque en el momento en que se enterase
la banda de la traición no tardarían en ajusticiarla a muerte y callase para
siempre, porque eran sus instrucciones sumarísimas, lo mismo al chico que al
grande, y no se podía dar el chivatazo, porque por la boca muere el pez. Así
suele ocurrir en este sucio mundo del crimen.
No cabe duda de que es harto reconfortante
acaparar en dos días un gran capital que ni en cientos de años trabajando como
un negro noche y día lo podría lograr, como no fuese con la lotería, pero ni
tampoco, siendo la coartada acariciada por Álvaro para dar el salto y alistarse
en la familia de la mafia, asegurándose una desahogada existencia cosechando un
envidiable nivel económico y social, bien lejos de la hambruna.
Su familia no compartía tales ideales, pero
cuando le arrimaba buenas sumas de peculio, le sonreían y abrazaban haciéndole mil
carantoñas, deseándole lo mejor hasta que llegase la nueva remesa tras las sentencias
de muerte, con esperanza de que nunca le tocase a Álvaro, y siguiese en la
brecha saliendo ileso y vivo de los embates del mar de la vida y redadas de la
policía.
Compraron varios pisos de lujo y suntuosos
chalets por la costa malagueña, Costa Azul y zona de Mónaco, adonde acudían con
frecuencia para invertir en el juego.
Pese a todo no soportaba Álvaro el color
oscuro de su vestimenta, provocándole no pocas depresiones. Los soleados
amaneceres se le tornaban turbios y gruñones por el parte de vuelo que cada
mañana le elaboraba la banda del crimen.
Últimamente viajaba menos a Colombia y Sicilia por los contagios
víricos entre otros motivos a parte del auge de controles policiales, pero unas
fechas atrás sin embargo iba como pedro por su casa para gestionar ingresos,
aranceles y aduanas para canalizar el clandestino transporte de estupefacientes
en grandes buques de carga, y a veces en barcos de poca monta, exponiéndose a
los más comprometidos peligros en la travesía.
En el último viaje que realizó desde
Barranquilla venía el barco con los motores a medio gas, asfixiado por la inmensa
cantidad de sacas que transportaba, siendo interceptado por los carabinieri a
su paso por aguas italianas, lo que le acarreó pasar cinco años en chirona,
hasta que la novia le introdujo un arma camuflada, y una noche de horrible
temporal con truenos y relámpagos a mansalva, cayendo chuzos de punta, cogió el
revólver, y acercándose a los vigilantes empezó a dispararles cayendo muertos
en el acto, dándose a la fuga en un helicóptero que le aguardaba en la puerta
del presidio, llevándolo a un escondite de la banda.
En su negro y largo historial, tuvo Álvaro
que pasar por los distintos grados de la cofradía, aprendiz, oficial y maestro,
y durante un tiempo fue el encargado de darle la puntilla al elegido para el ajuste
de cuentas, ejecutando a sangre fría las estrictas órdenes.
Un día después de dejar a la novia en las
puertas de un museo, y regresando a la guarida con sumo sigilo
quiso antes de nada ponerse en manos de un gurú que lo guiase, pidiéndole ayuda
y descargar de paso el peso de la conciencia que le atormentaba, pues no podía
conciliar el sueño por los remordimientos que como ascuas ardiendo le abrasaban
hasta límites insospechados.
Álvaro llevaba dentro de lo que cabe una
vida bastante rutinaria, sin grandes sobresaltos, pero según pasaba el tiempo
se iba haciendo más viejo y dejando por los senderos muy a su pesar desperdigados
cachos de documentos secretos, trozos de su persona y gotas de sangre caliente.
Cierto día apareció un cadáver en una
playa de Sicilia escupido por las olas delatándole por los múltiples y
fehacientes rastros que encontraron de su persona en ropas y cabeza del
fallecido. Álvaro, ante la inminente detención por la interpol, no sabía qué
hacer para borrar de su currículo tales sospechas, y auspiciar una primavera
tranquila en libertad, mas tal percance precipitó más si cabe su perdición,
porque a las pocas semanas unos sicarios secuestraron al cura obligándole a
vomitar todo cuanto le había relatado a través de la confesión ante la tortura a
la que se vio sometido, refiriendo con pelos y señales todas las desvergonzadas
y atroces fechorías de Álvaro.
En la
fiesta de un amigo celebrando una boda en un paradisíaco hotel en aguas del
Caribe fue arrestado ingresando en prisión, no pudiendo ya seguir con su
corolario de muertes y tropelías según denunciaban los informes policiales, y que
al parecer había sido autor material de la muerte de al menos cuatro personas
por los ajustes de cuentas de la banda.
Otra
hija suya, al enterarse de la vida que había llevado su padre, entró en un
convento de clausura a hacer penitencia pidiendo por él, pues su frágil
conciencia se resquebrajaba sobremanera sintiéndose en parte responsable de los
criminales y viles pasos de su progenitor.
En una de las visitas que llevó a cabo la
hija a la prisión le cogió un lazo que llevaba en el pelo, y en menos que canta
un gallo entró en el cuarto de baño y con las mismas, con negras lágrimas en
los ojos, se ahorcó con él.
Cuando
lo encontraron yacía en el suelo sin vida, y la policía se puso en contacto
con su hija monja para informarle del deceso e interrogarle a cerca del
fallecimiento para esclarecer los hechos, y a la hija sin saber cómo le entró de
repente una convulsión tan severa que cayó sin conocimiento rodando por los suelos
no volviendo en sí, como si hubiese querido dar la vida por su padre.
En los insondables rumbos y montañas rusas
del vivir nadie está exento de cualquier advenimiento de luz o apagón repentino
de vida, cumpliéndose, como en el presente caso, el proverbio, “quien a hierro mata, a hierro muere”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario