ANTONIO VERA
VENECIA
Venecia,
todos tus puentes
transitó mi corazón,
doblemente enamorado
de ti,
y de aquél mi gran amor.
Aunque Rialto es el bello,
y para todos el mejor,
el Puente de los Descalzos
aún reina en mi interior ;
lo cruzamos al llegar
con maletas de ilusión,
jóvenes, enamorados,
transidos por la emoción
de nuestros pechos palpitantes
como sólo palpita el amor
Aquella
mañana Fernando sentía un inesperado nerviosismo, en su interior y en sus
piernas, que le estaban haciendo insufrible el viaje en tren hacia Venecia, no
dejaba de removerse en su asiento y no tenía paciencia para leer el periódico
ni tan siquiera para leer mensajes de wassap. Ofuscado consigo mismo por no
poder templar su estado de ansiedad, decidió levantarse e ir al vagón cafetería.
Pidió un vaso de leche caliente con cacao, recordando que cuando era pequeño su
madre se lo daba antes de dormir y siempre le relajaba y se quedaba dormido
enseguida. Cogió el vaso de leche con las dos manos, el calor le hizo
estremecerse, hasta el punto de mover todo su delgado cuerpo. No había apurado el vaso cuando por la
megafonía, escuchó un sonido estridente y una voz femenina, no menos aguda, anunciando
que estaban entrando en la estación de Santa Lucía. Se levantó con tanta rapidez que movió la
mesita y el vaso fue a parar al suelo haciéndose varios trozos y derramando el
poco contenido que le quedaba. Fernando, alborozado y más nervioso, pidió
disculpas al camarero y salió del vagón con unos cuantos ojos pegados a su
espalda, o eso le parecía a él sentir hasta que llegó a la puerta de salida que
se abrieron enseguida, y el aire fresco de mediados de otoño, le guanteó el
rostro y le relajó la mente. Atravesó pasillos abarrotados de gente que iban y
venían, la mayoría pegados a sus móviles, corriendo, caminando a paso rápido, y
otros tirando de maletas con ruedas o cargados de bolsas de la compra.
Ante él
estaba el puente de Calatrava, con sus amplios escalones porque el que subían y
bajaban cada día miles de personas, en su mayoría turistas. El ritmo era frenético, incluso los que
llegaban para pasar sus vacaciones, subían con rapidez los escalones cargados
con sus maletas. Fernando, miró la escalera, suspiró, se ajustó la corbata, la
chaqueta azul y apretó la empuñadura dorada de su maletín. Era la primera vez
que el director del Banco Santo Spíritu en Milán, lo enviaba para hacer unas
gestiones con la sucursal que había en Venecia. Echó un vistazo a su reloj plateado,
y confirmó que le quedaba una hora para su cita de trabajo. Un aroma de rosquillas
fritas le hizo girarse y ver de dónde provenía tan dulce y atrayente aroma. Era
de un kiosco ambulante junto al embarcadero para coger los vaporettos que
hacían de autobuses en Venencia. No pudo
resistir la tentación, se compró un cucurucho y sentado frente al escalinata
empinada del puente de Calatrava, saboreó las ricas rosquillas con sonrisa
bobalicona observando el movimientos de gente subiendo y bajando. Siempre había soñado con venir a Venecia de
vacaciones con su novia, y ahora que estaba en la ciudad, pensó en Julia, su
enamorada, se ruborizó y sintió su corazón agitado, mientras mordía la última
rosquilla como si fuese el cuello de su Julia.
El día
estaba soleado, el cielo azul y las calles de Venecia le estaban esperando.
Sonrío y esta vez, con paso firme y tranquilo, comenzó a subir el segundo
escalón del puente de Calatrava, con la convicción de que hoy iba a ser un gran
día para él.
VICKY FERNÁNDEZ
DE ACÁ PARA ALLÁ
Me
encanta observar a la gente en su ir o venir diario. No comprendo porqué
caminan todos tan estresados y con caras tristes. Siempre cargados de
bolsas, maletas, mochilas, parecen hormigas. Ni se saludan cuando se cruzan, no
se miran a los ojos; la mayoría suele estar pendiente a las pantallas de sus
móviles o a los objetivos de sus cámaras fotográficas. No sé para qué trajinan
tanto de acá para allá todo el santo día.
Venga,
vamos borregos, a trabajar todos, a poneros el despertador para levantaros y a
correr, correr y correr. No sé ni comprendo lo que soñáis, lo que pretendéis
con esa vida tan acelerada. ¿Para qué acaparar cosas si no os vais a llevar
nada cuando os entierren?
A este
del traje gris con corbata celeste que va hablando con una mujer lo tengo ya
fichado. Sube y baja estas escaleras cuatro veces al día, algunas va muy
tranquilo y otras bastante acelerado. Ella tiene que ser su compañera de trabajo
porque suelen comentar cosas de la oficina, no todos los días van juntos.
También pasa casi a diario la chica de vaqueros con el pelo rizado, tiene que vivir cerca y suele ir cargada de bolsas de la compra. Hoy es raro que no vaya pegada al móvil porque no se separa del aparato, un día de estos rodará escaleras abajo porque no presta atención a la bajada, tal vez sea porque se sabe los escalones de memoria.
Los demás son turistas, aves de paso
como yo los tengo catalogados, no me merece la pena estudiarlos porque me
importan poco. No son de la ciudad y aunque están de vacaciones, no se relajan
y siguen con los mismos comportamientos que en sus lugares de origen. La
verdad, no entiendo para qué se gastan tanto dinero en viajar si lo único que
van a llevarse van a ser fotografías de recuerdo, podrían comprar postales.
Todo esto que observo diariamente
sentado sobre mi saco de dormir me afirma el tipo de vida que he decidido.
Tengo claro que no quiero vivir de acá para allá y prefiero ser un vagabundo libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario