Escriben sobre esta foto: Lucía Muñoz, Haydée Acosta, Vicky Fernández y José Guerrero
LUCÍA MUÑOZ
Si me lo llegan a decir hace justamente
un año, no me lo creo. Estaba yo tan a gusto en la calle Larios viendo la
preciosa iluminación navideña junto a cientos de personas, todas ajenas a lo
que dos meses y medio después se nos vendría encima. Yo no paraba de hacer fotos por todas partes,
quería captar el ambiente navideño, el movimiento de gente cargados de bolsas
de compras, o llevando de la mano a sus niños. Parejas cogidas de la mano que
se abrazaban haciéndose selfis con sus móviles a cada paso, divertidos y
felices. Mimos disfrazados de Papa Noel, artistas callejeros, magos… El ruido de los gritos en las terrazas de los
bares y restaurantes, las risas, los chillidos de los niños, los alegres
cánticos de una pastoral; el aroma del café y el dulzor de los pasteles; el
aroma embriagador de colonia de los probadores de las tiendas repletas de
clientes. El espectáculo de luz y sonido, comenzó y la gente empezó a bailar, a
abrazarse riendo; a besarse y acariciarse, silbidos, gritos y aplausos … todo
me llegaba a mis oídos y me hacía sonreír ilusionada por la llegada de la de
navidad…
Un años después todo me parece tan
lejano… Decidí ir a Málaga cuando se
levantó la prohibición de salir de mi pueblo. “Prohibición y confinamiento” dos
palabras que hemos escuchado hasta llegar a odiarlas. Quería ver la iluminación de este año, que ha
resultado ser la misma que la del año anterior, pero con algunos pequeños
cambios; lo pude comprobar viendo una foto del 2019 en mi móvil. Lo que más me
llamó la atención es que no había a penas niños, ni mimos ni magos, que no se
escuchaba el alegre sonido de las pastorales, no había gritos en las terrazas
de los bares. Todo estaba amortiguado por esas mascarillas que tapaban los
rostros de la gente, unos rostros cuyos ojos no eran los vivaces y alegres de
otros años. Las tiendas casi vacías,
algunas tristemente estaban cerradas y con el cartel de “se alquila”. Sentía
que todos nos mirábamos con desconfianza, metro y medio de distancia o más,
como apestados. Sólo se les veía relajados cuando se encontraban con algún familiar
o amistad, y se saludaban con los codos o bien llevándose la mano al corazón.
Llegaron dos coches de policías que recorriendo de cabo a rabo la calle Larios,
durante el confinamiento todos, incluida yo, lo confieso, aplaudí alguna vez
desde mi balcón a las ocho de la tarde cuando pasaba la policía por mi calle,
ahora la gente se apartaba, los miraban de reojo. Algunos vi cómo se echaban las
manos a la cara creyendo que no llevan la mascarilla puesta. Varias reuniones
de amigos o familiares, se dispersaron, incluso los pocos que están sentado a
las terrazas, se colocaron la mascarilla y dejaron hasta de hablar entre ellos.
Apagué mi cámara y me volví al pueblo.
Tengo guardadas todas las fotos, para que me quede constancia de lo que estaba
pasando, para cuando pase el nuevo año y vuelvan otras navidades, con suerte,
las mire y no se nos olvide lo vulnerable que somos, que luchamos contra un
enemigo tan pequeño, que era invisible, pero con muy mala leche.
Posdata: Os deseo Felices Fiestas.
Disfruten mucho.
HAYDÉE ACOSTA
LUCES Y SOMBRAS
Como el día y la noche
Como el sol y la luna
Como el calor y el frío.
En la paz y en la guerra
Entre esperanza y miedo
Entre alegría y pena.
Más allá de su historia
Más allá del deseo
Más allá del recuerdo.
Como quien vive a un tiempo
su pasado y futuro.
Así transita el hombre
por su vida presente.
Entre luces y sombras.
VICKY FERNÁNDEZ
CUENTO DE NAVIDAD
Había
una vez un rey que era inmensamente rico y su avaricia no tenía límites. Los
sótanos de su majestuoso palacio albergaban rebosantes tesoros de incalculable
valor. Los impuestos que cobraba a sus súbditos eran abusivos y no tenía
escrúpulos en subirlos cada vez que a él se le antojaba, o cuando su ministro
de economía le informaba que los gastos de la familia real y de la corte se
habían elevado y mermaban las arcas reales. Nunca invertía en obras públicas y
le daba igual si su pueblo pasaba hambre o frío porque no podía pagar los
recibos de la luz eléctrica.
Todos los años, cuando se aproximaba
la celebración de la Navidad, el palacio se adornaba lujosamente, no se
escatimaba en gastos. El rey necesitaba que su gran familia, cortesanos, más
los príncipes y reyes invitados admiraran su riqueza y en estas fiestas era
cuando más alardeaba de ella. Se adornaban todas las estancias del palacio, treinta
dormitorios y seis salones, con floreros repletos de frescas traídas de Holanda.
Las despensas de la cocina se colmaban de las mejores frutas y verduras que
cultivaban los campesinos a los que pagaban los más bajos precios posibles. Los
aviones que diariamente aterrizaban en su aeropuerto particular transportaban
las mejores telas de oriente, altos abetos de la Bretaña francesa, exquisitos
manjares; faisanes asiáticos, jamones y aceites de España, mariscos de
Singapur, caviar del mar Caspio, café de las Montañas Azules de Jamaica y los excelentes
productos de distintos países del mundo. No importaba lo que costara. Durante
todo el mes de diciembre y hasta mediados de enero los banquetes se sucedían
día y noche.
De lo que más se enorgullecía era de
la iluminación de la calle en el que se situaba su palacio y otros palacetes de
su corte. El rey disfrutaba como un niño admirando las guirnaldas, las
estalactitas, las cortinas y las mallas de luces de todos colores que
convertían esta única calle en un lugar mágico y de fantasía. A los ciudadanos
les estaba prohibido acceder a ella y tan solo podían contemplar el
resplandor de aquella luminaria que se divisaba a varios kilómetros a la redonda.
Se olvidó contar al principio un
detalle importante. Las ventanas y balcones del palacio miraban a la única
calle lujosamente enlosada e iluminada, o bien a los distintos patios
interiores, pues el rey, no quería contemplar las miserables casuchas donde
vivían hacinados los habitantes de la ciudad, no soportaba ver la realidad que
le rodeaba; las calles sin asfaltar y semioscuras por las pocas farolas que las
iluminaban, las desvencijadas casas con tejados de uralita que descendían por
la colina donde se situaba el palacio. En lo más profundo quería traer
excavadoras que las demolieran y alejarlas de su vista.
En la ciudad existían varios grupos
antimonárquicos que actuaban en la clandestinidad. No realizaban atentados
violentos, pero sí intentaban desestabilizar al rey. La causa principal era que
mientras la familia real y su corte vivían en la abundancia, el pueblo sufría
escasez, miseria y estaba acosado por las intermitentes subidas de impuestos.
Comparaban a su rey con los monarcas de la Edad Media. Las opulentas y
fastuosas fiestas navideñas, en las que el rey despilfarraba a manos llenas se
consideraba una ofensa a la ciudadanía, era cuando esta se sentía más
discriminada y ninguneada.
Uno de los grupos clandestinos asaltó
y saboteó la central de luz eléctrica y provocó un gran apagón que duró una
semana. El palacio, los palacetes y la calle profusamente iluminada que deslumbraba
desde que se ocultaba el sol perdieron su aparente fastuosidad. Durante siete
días el rey y su élite se vieron aquel año privados de luz eléctrica y los
exquisitos alimentos que guardaban en los frigoríficos se malograron. Por más
que apremiara el primer ministro para que se arreglara la gran avería, los
técnicos eléctricos no la encontraron.
El rey y su corte aquel año no
pudieron celebrar la Navidad, sin embargo, para los ciudadanos fueron unas
maravillosas fiestas, porque su felicidad no estaba en las luces ni en las
copiosas comidas, sino en permanecer cerca de sus seres queridos.
JOSÉ GUERRERO
Iluminación navideña
La iluminación navideña de la calle Larios fue
todo un acontecimiento, una noche única, con la banda de música interpretando
el Amor brujo, y el portentoso castillo de fuego, que animaba al público a
disfrutar de la espléndida fiesta de luces de variopintos colores y matices.
Un show de ensueño con todos los ingredientes lumínicos a su alcance, juntamente con el cuerpo de técnicos, policía local y nacional y bomberos a la expectativa por si tuviesen que intervenir por algún desaguisado o fallo técnico de instalación, exhibiéndose en los balcones una envidiable exornación con las mejores galas, convirtiéndose el evento en una noche mágica, donde residentes, visitantes y foráneos se volcaron en encendida vorágine pasándolo en grande, disfrutando del fantástico espectáculo en el oleaje de un mar de luces multicolores.
A la mescolanza de luminosos contrastes y afluencia de personal se unió subrepticiamente aquella noche un tironero, que como el que no hace la cosa, se movía a sus anchas por los barrios de Málaga, y aprovechando el bullicio reinante de criaturas pululando por doquier en la festiva inauguración, se abalanzó como un tigre sobre una mujer que estaba gozando de la maravillosa obra de los artificieros electrónicos malagueños robándole el bolso tras un fuerte forcejeo, rodando la señora por el frío suelo, y con las mismas se escurrió como una salamanquesa por entre el gentío que se agolpaba en esos instantes queriendo ver de cerca el altar de los sueños, siendo harto difícil dar con el paradero del infractor, dificultándolo aún más si cabe al ir cubierto con un pasamontañas, no quedando en principio ninguna pista o señales identificadoras por donde descolgarse.
Tan desafortunado suceso tuvo lugar esa noche tan especial, víspera de las fiestas navideñas, mas recordando el dicho popular de “a Dios rogando y con el mazo dando” la policía siguió trabajando, y unas semanas más tarde informaba de que una muchacha había sacado una foto sin darle apenas importancia, ya que la hizo como un juego por entretenimiento, al llamarle poderosamente la atención la vertiginosa rapidez con que corría un muchacho por entre la tumultuosa masa humana sorteando obstáculos, haciendo la foto casi sin pensar al cruzarse con ella en la desesperante fuga, quedando grabado su perfil fotogénico en la memoria del móvil.
La señora, que había quedado tirada en el
suelo tras ser arrastrada por el tironero en encarnizada pugna por llevarse el
botín, yacía maltrecha y seminconsciente.
Al poco tiempo se oyeron los nerviosos gritos de la sirena que acudía presurosa, pidiéndole a la multitud que retrocediese para que pudiese pasar la ambulancia en medio de aquel río humano, que transitaba ansioso y apelotonado interesándose por el estado de la mujer.
El personal médico bajó lo más rápido que pudo para recogerla, y llevarla a urgencias del centro hospitalario más cercano.
Ella, después del desgraciado percance fue poco a poco volviendo en sí en el centro hospitalario tras recibir los primeros auxilios, y luego iba incorporándose paulatinamente en la cama, abriendo un ojo y luego el otro con mucho tiento y miedo, y estuvo departiendo con los sanitarios, relatando lo mejor que podía los pormenores que recordaba del funesto suceso.
Luego la animaron a que diese unos pasos por la habitación para ver someramente su estado general, por si tuviese algún hueso roto que le impidiese moverse, y finalmente se comprobó que era el brazo izquierdo la parte del cuerpo que tenía más dañada con fuertes dolores, al ser ele punto donde recibió el impacto del tirón.
Ella pidió la baja en el colegio donde trabajaba como maestra, y a la semana siguiente se supo que había sido detenido el ladronzuelo, y que no era la primera vez que lo hacía, sino que lo había realizado en multitud de ocasiones por adicción a las drogas.
Tras las pesquisas de la policía, se informó de que era un muchacho huérfano del grupo de riesgo al que la maestra le impartía clase, y que había perdido a sus padres en accidente de coche, y vivía con una tía suya.
El muchacho en el fondo no era mala persona, pero los problemas familiares y de afecto le asfixiaban sobremanera. Todo ese complejo de calamidades le empujaba a cometer los frecuentes hurtos principalmente en los grandes almacenes, por ser el espacio más favorable a sus pretensiones, y donde encontraba mayores facilidades.
Sustraía pequeños objetos de valor para luego venderlos en donde podía, en mercadillos o por la calle, a fin de abastecerse de los estupefacientes que consumía.
Un día bastante caluroso de estío iba una muchacha de compras por los distintos centros y stands del barrio, y le picó la curiosidad por conocerla, y observándola se percató de que se le había caído una hermosa flor que llevaba en el pelo, y con las mismas se agachó a recogérsela, y en ese cruce de miradas se miraron fijamente a los ojos quedando al instante prendados el uno del otro, en aquel fortuito y milagroso encuentro.
Más adelante se citaron para ir a una discoteca del centro de la ciudad, pero el muchacho no tenía dinero, y con las mismas adelantó la salida para recabar fondos por algún mercado de la zona o tienda propicia y así poder cumplir el sueño, y hacerle un bonito regalo a la chica que había conocido.
En ésas andaba el joven buscándose la vida, cuando se cruzó con la policía, y con las mismas le echaron el guante, y lo introdujeron en el vehículo policial siendo arrestado en los calabozos del distrito.
La muchacha con la que había quedado citado en la discoteca esperaba desesperada e impaciente su llegada que nunca se materializó, y se quedó compuesta y sin novio, porque el muchacho entró en prisión preventiva por orden judicial.
Al cabo de los años, cuando lo cambiaban de cárcel a otra población ideó un plan de fuga dándose un corte en el muslo, y tuvieron que llevarlo a prisa y corriendo a un centro médico porque se desangraba, y cuando iba a entrar en el recinto hospitalario dio un salto y salió corriendo como un loco huyendo de la policía, y todavía lo andan buscando.
Ese muchacho huyó a Brasil, y con el paso de
los años regresó a España convertido en todo un señor, un indiano de pies a
cabeza, con los deberes hechos y saneadas las cuentas, que le permitirían
hacerse una casona a su gusto en la zona preferida, y vivir felizmente de las
rentas lo que le quedase de vida.
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