Escriben sobre la fotografía: Marcos Marín, Vicky Fernández y Antonio Vera
Marcos Marín
Van por el callejón subiendo,
hechos de peldaños los peldaños.
Al compás, sus pasos andando,
entre pidistras y helechos.
De las serranías, pueblos,
de Andalucía son.
Limpios y blancos.
De Andalucía son.
Sin rumbo, dando rodeos.
A donde los lleve el viento.
En encrucijadas y caminos.
Mientras el sol de aliento.
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Vicky Fernández
AMOR ETERNO
Caminan cogidos de las manos por las solitarias
y empinadas calles como si fueran los únicos habitantes del pueblo y del
planeta. Se embelesan con la frondosidad de las plantas que adornan las
empedradas y escalonadas calles. El verdor de las aspidistras, helechos y
enredaderas que trepan por las enrejadas ventanas, contrastan con la blancura
de las encaladas paredes. Solo sus pasos decididos irrumpen el silencio de la
calle. Los habitantes les han cedido este bello entorno para su reconciliación,
última oportunidad que se han dado para recomponer, a ser posible, el amor que
un día se profesaron.
Andrés y Berta sintieron una gran atracción y enamoramiento
desde el primer día que se conocieron en la universidad. Se les podía ver
juntos a todas las horas del día y de la noche, hasta se aislaron de los amigos
y compañeros porque deseaban permanecer solos. Como cualquier enamorado no se
veían defectos y se prometieron amor eterno. A los pocos meses decidieron
convivir y alquilaron un apartamento cerca del campus universitario, querían
compartirlo todo y ser dos en uno, su pasión era inacabable. No se sabe
exactamente en qué momento o circunstancia aquel éxtasis cesó; se filtró entre
ambos la monotonía y la rutina diaria y comenzaron los reproches y las culpabilidades.
Tras cinco años de compartir sus vidas, de ser el uno para el otro, se
cuestionaron su futuro en común y aceptaron que los dos tenían sus defectos y
virtudes y que necesitaban decidir si proyectaban continuar su relación en el
futuro y se comprometían a dar un paso más, tener hijos y formar su propia
familia.
Eligieron pasar unos días en este precioso pueblo serrano, el decorado perfecto para decidir durante una
semana si era viable recomponer su amor eterno.
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Antonio Vera
Han preparado el viaje con la ilusión y el mimo
de su fresco amor. Tras varias horas de tren y un corto trayecto en autobús,
han llegado a la ciudad soñada, han acomodado sus cosas en el lindo hotelito y
se han apresurado a conocer el barrio morisco, por el que suben despacio,
aspirando la magia de cada rincón, el perfume de las macetas, el aroma del
amor. Y se adentran poco a poco, saboreando cada paso, en el maravilloso e
intrincado barrio. No saben que se perderán en el dédalo de sus preciosas
callejas, que no acertarán a salir de ellas, que lo tomarán primero a risa, con
nerviosismo después, y que tendrán que recurrir a un vecino para que los
oriente primero y los saque del laberinto después. Pero todo ello es sólo una
graciosa anécdota más de su primera tarde en tan hermoso lugar. El argumento
central de su viaje es un fin de semana de amor, belleza y libertad.
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