Escriben sobre las fotos primera y segunda: Paco López y Paquita Díez
Paco López
Esta
esforzada persona estará pensando en que más sufrió Cristo en la cuesta del
Calvario.
Gracias
a ese pensamiento, hoy comerán caliente sus agradecidas compañeras de
confinamiento. Ella pensará que no tienen nada que agradecerla, puesto que su
labor como hermana intendente está perfectamente regulada en las estipulaciones
conventuales. Por tanto, incluso, aunque Cristo se lo hubiera pasado de puta
madre, nunca será ese el criterio para estar convencida de que hace lo que
debe. Su voto de obediencia, ella lo asume como de coherencia al recordar que
cuando fue propuesta para ser la hermana intendente, aceptó de buen grado pensando
en lo útil que sería para la comunidad. No puede ahora echarse para atrás, ni
siquiera se permite pensar que eso tuviera sentido. En consecuencia, jamás ha
salido una queja de su boca. Jadea contenta. No hay más que verla. Tiene cara
de satisfacción. Quizás en el fondo, compite con Cristo en eso de al mal
tiempo, buena cara.
También
es verdad, que en su pueblo no hay tranvía, sino ya lo habría cogido.
Por
eso, en la otra fotoluci, aparece un abuelo aleccionando a su nieta, sobre lo
poco recomendable que resulta meterse a monja en un convento de pueblo, dónde
como poco no hay tranvía.
La
niña aún es muy joven para entender la importancia de carecer de tranvía y
resuelve el problema del desplazamiento mediante el uso del patinete a lo que
el abuelo no puede oponerse. Un patinete te da mucha movilidad, sólo que no
permite llevar dos bolsas a la vez, como lleva la hermana intendente de la
primera fotoluci. También a eso, encuentra solución la avispada nieta. “En qué
mundo vive, abuelo. ¿Acaso no sabes lo que es la compra on line?”
Nuevamente
el abuelo se encuentra en shock. Su nieta le ha colocado un golpe subrenal del
que le va resultar complicado recuperarse. Tras unos segundos de pausa
agobiante el abuelo vuelve a la carga recurriendo a decir “que si no hay
tranvía, seguramente tampoco habrá comercios que estén a la altura de los
inventos modernos”.
La
nieta considera que quién no está a la altura es su abuelo y zanja la
conversación aludiendo a una experiencia personal.
¿Sabes
abuelo, de qué tienda me enviaron este móvil que tengo en la mano? De una tienda de Singapoore, con la que
previamente me había puesto en contacto. Además, creo que subestimas a las
monjas, ¡Cómo para quedarse sin comer!
Paquita Díez
La niña le dice al abuelo
“Hola, abuelito. ¿Ves lo que viene por allí?.
¿Lo ves?”.
El abuelo responde
“No
se a qué te refieres. Por allí vienen varias personas”
La niña añade
“Sí,
abuelito, pero nadie viene tan cargada como esa hermana”
El abuelo
replica
“¿Qué
hermana?. Tú no tienes más hermanos ni hermanas, que yo sepa”
La niña
aclara diciendo
“Pero
abuelo, no es que sea hermana mía. Es una monja. ¿No ves como viene vestida?”
El abuelo asiente
y dice
“¡Ah!,
sí, ya la veo”
La niña añade
“¿Y
te das cuenta de cómo anda de encorvada por el peso que trae en esas bolsas?
¿Qué traerá en ellas. Será un tesoro? Iría a su encuentro y la preguntaría,
pero me puede contestar mal, pues diría que a mi qué me importa”
El abuelo la
da un consejo y la dice
“Es
verdad que te puede decir que a ti que te importa, pero en la vida si no corres
riesgos nunca te enteras de cosas importantes, porque unas veces te las dicen
pero otras, tienes que indagar e investigar para conocer la realidad de las
mismas. Puedes intentarlo”
La niña va
hacia la monja y la saluda diciendo
“Va
usted muy cargada, hermana, y creo que yo podría ayudarla a llevar la carga”
La monja
contesta diciendo
“Te
lo agradezco, bonita, pero eres muy niña y no vas a poder ayudarme”
La niña
insiste
“Lo
puedo intentar si no es muy delicado lo que lleva en las bolsas”
La monja
añade
“No,
en una llevo fruta; manzanas, peras y medio melón. En la otra llevo una caja
cerrada que me he encontrado junto a los cubos de la basura. ¡Ah! y también
llevo ajos”
La
niña da un respingo y sale corriendo hacia el banco dónde está el abuelo, a la
vez que dice
“¡Oh,
ajos, me dan alergia!
La
monja saltándose la regla de San Benito, daba una sonada carcajada añadiendo
“Nenita,
ven que vamos a abrir la caja juntas para ver qué contiene”
La
niña a quien puede más su curiosidad e intriga que los ajos, acude al lado de
la monja. Ésta saca la caja de la bolsa y la coloca sobre un banco cercano.
Ambas, nerviosas, se disponen a abrir la caja. La niña da un grito de alegría
cuando ante ellas aparece un precioso perrito blanco de apenas horas de vida.
La niña se volvía loca de alegría. Siempre había soñado tener un perrito, pero
el perrito era de la monja. Ésta al ver tan entusiasmada a la niña la dice
“Ya
que has sido tan amable al querer ayudarme, tuyo es el perrito”
La
niña cogiendo al perrito sale corriendo hacia dónde esta su abuelo y le dice
“Mira
abuelito, mira lo que llevaba la monja en la bolsa. ¿A qué es precioso?”
El
abuelo que la veía tan feliz, la recuerda lo que habían hablado anteriormente
“Ves,
si no te hubieras arriesgado y ofrecido a ayudarla, no habrías tenido este
perrito”
La
nieta dando un abrazo a su abuelo añade
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