domingo, 4 de octubre de 2020

UNA IMAGEN PARA ESCRIBIR. SEPTIEMBRE, FOTOS 1 y 2

 Escriben sobre las fotos primera y segunda: Paco López y Paquita Díez







Paco López

Esta esforzada persona estará pensando en que más sufrió Cristo en la cuesta del Calvario.

Gracias a ese pensamiento, hoy comerán caliente sus agradecidas compañeras de confinamiento. Ella pensará que no tienen nada que agradecerla, puesto que su labor como hermana intendente está perfectamente regulada en las estipulaciones conventuales. Por tanto, incluso, aunque Cristo se lo hubiera pasado de puta madre, nunca será ese el criterio para estar convencida de que hace lo que debe. Su voto de obediencia, ella lo asume como de coherencia al recordar que cuando fue propuesta para ser la hermana intendente, aceptó de buen grado pensando en lo útil que sería para la comunidad. No puede ahora echarse para atrás, ni siquiera se permite pensar que eso tuviera sentido. En consecuencia, jamás ha salido una queja de su boca. Jadea contenta. No hay más que verla. Tiene cara de satisfacción. Quizás en el fondo, compite con Cristo en eso de al mal tiempo, buena cara.

También es verdad, que en su pueblo no hay tranvía, sino ya lo habría cogido.

Por eso, en la otra fotoluci, aparece un abuelo aleccionando a su nieta, sobre lo poco recomendable que resulta meterse a monja en un convento de pueblo, dónde como poco no hay tranvía.

La niña aún es muy joven para entender la importancia de carecer de tranvía y resuelve el problema del desplazamiento mediante el uso del patinete a lo que el abuelo no puede oponerse. Un patinete te da mucha movilidad, sólo que no permite llevar dos bolsas a la vez, como lleva la hermana intendente de la primera fotoluci. También a eso, encuentra solución la avispada nieta. “En qué mundo vive, abuelo. ¿Acaso no sabes lo que es la compra on line?”

Nuevamente el abuelo se encuentra en shock. Su nieta le ha colocado un golpe subrenal del que le va resultar complicado recuperarse. Tras unos segundos de pausa agobiante el abuelo vuelve a la carga recurriendo a decir “que si no hay tranvía, seguramente tampoco habrá comercios que estén a la altura de los inventos modernos”.

La nieta considera que quién no está a la altura es su abuelo y zanja la conversación aludiendo a una experiencia personal.

¿Sabes abuelo, de qué tienda me enviaron este móvil que tengo en la mano?  De una tienda de Singapoore, con la que previamente me había puesto en contacto. Además, creo que subestimas a las monjas, ¡Cómo para quedarse sin comer!

Paquita Díez

La niña le dice al abuelo

“Hola, abuelito. ¿Ves lo que viene por allí?. ¿Lo ves?”.

El abuelo responde

“No se a qué te refieres. Por allí vienen varias personas”

La niña añade

“Sí, abuelito, pero nadie viene tan cargada como esa hermana”

El abuelo replica

“¿Qué hermana?. Tú no tienes más hermanos ni hermanas, que yo sepa”

La niña aclara diciendo

“Pero abuelo, no es que sea hermana mía. Es una monja. ¿No ves como viene vestida?”

El abuelo asiente y dice

“¡Ah!, sí, ya la veo”

La niña añade

“¿Y te das cuenta de cómo anda de encorvada por el peso que trae en esas bolsas? ¿Qué traerá en ellas. Será un tesoro? Iría a su encuentro y la preguntaría, pero me puede contestar mal, pues diría que a mi qué me importa”

El abuelo la da un consejo y la dice

“Es verdad que te puede decir que a ti que te importa, pero en la vida si no corres riesgos nunca te enteras de cosas importantes, porque unas veces te las dicen pero otras, tienes que indagar e investigar para conocer la realidad de las mismas. Puedes intentarlo”

La niña va hacia la monja y la saluda diciendo

“Va usted muy cargada, hermana, y creo que yo podría ayudarla a llevar la carga”

La monja contesta diciendo

“Te lo agradezco, bonita, pero eres muy niña y no vas a poder ayudarme”

La niña insiste

“Lo puedo intentar si no es muy delicado lo que lleva en las bolsas”

La monja añade

“No, en una llevo fruta; manzanas, peras y medio melón. En la otra llevo una caja cerrada que me he encontrado junto a los cubos de la basura. ¡Ah! y también llevo ajos”

La niña da un respingo y sale corriendo hacia el banco dónde está el abuelo, a la vez que dice

“¡Oh, ajos, me dan alergia!

La monja saltándose la regla de San Benito, daba una sonada carcajada añadiendo

“Nenita, ven que vamos a abrir la caja juntas para ver qué contiene”

La niña a quien puede más su curiosidad e intriga que los ajos, acude al lado de la monja. Ésta saca la caja de la bolsa y la coloca sobre un banco cercano. Ambas, nerviosas, se disponen a abrir la caja. La niña da un grito de alegría cuando ante ellas aparece un precioso perrito blanco de apenas horas de vida. La niña se volvía loca de alegría. Siempre había soñado tener un perrito, pero el perrito era de la monja. Ésta al ver tan entusiasmada a la niña la dice

“Ya que has sido tan amable al querer ayudarme, tuyo es el perrito”

La niña cogiendo al perrito sale corriendo hacia dónde esta su abuelo y le dice

“Mira abuelito, mira lo que llevaba la monja en la bolsa. ¿A qué es precioso?”

El abuelo que la veía tan feliz, la recuerda lo que habían hablado anteriormente

“Ves, si no te hubieras arriesgado y ofrecido a ayudarla, no habrías tenido este perrito”

La nieta dando un abrazo a su abuelo añade

 


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