Escriben: Marcos Marín, Lucía Muñoz, Juanita Viruega, Vicky Fernández, José Guerrero y Paco López
Amadora se estremece al sentir la ligera
brisa de la mañana que le trae, como un eco a su memoria, una hermosa voz que
cantaba:
"Te voglio bene assaje,
Ma tanto tanto bene sai
è una catena ormani,
Che scioglie il sangue dint' 'e' vvene sai. ...."
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JUANITA VIRUEGA
Alicia estaba asomada a la ventana como si estuviera esperando a alguien y nerviosa porque no llegaba.
Sentada en una banco,
Luisa, una vecina, descansaba de su paseo en bicicleta, antes de subir a su
casa. "Parece que no llevas prisa está mañana", le dijo Alicia".
Ésta levantó la cabeza y le espetó: "baja, anda y nos tomamos un café".
Su amiga dudó un poco
pero al final bajó. Luisa le comentó que le iba ha sentar muy bien intercambiar
unas palabras con ella. Empezaron a hablar del tiempo y de cosas banales hasta
que Luisa se mostró algo sería. Le explicó que se le había presentador un
pequeño problema y temía darle un disgusto a su hijo. Alicia le invitó a que se
lo contara.
"A veces, los
amigos pueden echar una mano", insistió Alicia.
Luisa empezó a
contárselo, comentando que en realidad era una tontería pero que se lo tomaba
todo muy a pecho. Su preocupación era no quedar bien con la gente.
Alicia le escuchó
atentamente:"Ya sabes que a mi hijo le gusta mucho el ciclismo, como a tí,
y desde que le compramos la bicicleta de carreras, siempre que puede, se va a
entrenar por esas cuestas tan peligrosas. Quiere participar en la prueba
ciclista en las fiestas del pueblo. Yo me siento preocupada pero al mismo
tiempo no quiero quitarle esa ilusión. ¡Qué no haría una madre para su hijo y
sobre todo el mío que es tan bueno!
Alicia le reconfortó,
diciendo que eso no era importante.
Pero Luisa prosiguió.
"El problema es que me llamó Manolita, la de la farmacia, para preguntarme
si Eduardo podría ir a cortarle unos leños porque el otoño se nos echaba encima
y el frió con él".
Alicia le comentó que
conocía mucho a Manolita, que eran buenas amigas desde que se instaló en el
pueblo pero tenía un defecto, que era muy tacaña y que seguro que le pagaría
con unos cuantos euros, adujo Alicia.
Luisa le manifestó que
no importaba lo que le pagase, eso no le preocupaba. Siempre ha sido una buena
amiga y muy atenta con ella. A su hijo le tiene mucha estima.
Alicia no entendía
cuál era el problema.
Luisa le informó que
tenía que ser el domingo por la tarde y Eduardo estaba pensando en ir a Madrid
para ver la llegada de la vuelta ciclista de España.
Le dijo a Manolita que
no había problema sin saber los pensamientos de su hijo. No quería ni
imaginarse el disgusto que se llevaría su hijo.
Tras la conversación,
las dos amigas se fueron cada una a sus quehaceres.
Alicia, en vez de irse
a su casa, se dirigió a la farmacia. En la puerta dudó un segundo en entrar
pero al fin, accedió al local. Se saludaron y entre y cliente, cómo el que no
quiere la cosa, Alicia habló del tiempo tan veraniego que aún disfrutaban,
aunque no había que fiarse porque cuando menos lo esperas se tiene el frió
encima. "Ya me hago cargo", respondió la farmacéutica.
"Precisamente, hace un rato, le he pedido a Luisa que me mande a su hijo
el domingo para que me partiera la leña", contestó Manolita. "Es un
muchacho la mar de bueno y atentísimo", preciso la misma.
Alicia aprovechó para
comentarle que ya se lo había dicho Luisa y que estaba muy disgustada pues
decía que era una abusona, que por no querer llamar a un profesional, le
pediste que fuese Eduardo para ahorrarte el dinero. Alicia le suplicó que no le
dijera nada a Luisa.
El enfado de la
farmacéutica fue tremendo, no salía en sí de su asombro. Ni se podía esperar un
comportamiento de tal naturaleza de la que tenía por muy amiga.
Nada más salir Alicia
con una malévola risita en los labios, Manolita, en un arranque de ira, se fue
al teléfono para pedir explicaciones a Luisa.
Cuando Luisa se lo
aclaró todo, Manolita le recitó unas frases que siempre le recordaba su madre:
Cuando dos amigos tienen confianza es porque se demuestran que vale la pena confiar en el otro. Se tiene una opinión totalmente positiva. Y si ésta se rompe por alguna razón, será muy difícil recuperarla. La confianza se gana cuando la persona demuestra lealtad y que busca lo mejor para su amigo.
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VICKY FERNÁNDEZ
La pequeña ventana de la cocina, protegida por dos persianas verdes de madera, era la única visión que tenía Ana Méndez del mundo, o, mejor dicho, de su mundo. Esa ventana y la pantalla de la televisión constituían las dos únicas fuentes de conocimiento de la realidad que la rodeaba. Tan solo asomaba la cabeza por la ventana para tender o destender la colada, cada cuarto de hora tocaba la ropa para comprobar si ya estaba seca para descolgarla de los cordeles. Para colocar las pinzas de la ropa se concentraba al máximo porque no quería que cayeran a la acera y perder alguna, la misma concentración ponía cuando tenía que retirarlas. Ni se entretenía en mirar a las personas que iban y venían por la calle, nunca le interesó el devenir de los demás.
Ana había cumplido noventa años y estaba
orgullosa de poder realizar todas sus tareas domésticas sin tener que depender
de una asistenta por horas, aunque la tenía asignada gratuitamente por los Servicios
Sociales del Ayuntamiento. No quería que personas desconocidas le tocaran sus
cosas ni que se las cambiaran de sitio ni la trataran o hablaran como si fuera
una niña pequeña o estuviera lela. No soportaba que la visitaran sus dos hijas
porque solo querían mangonearla, pero Ana les dejaba claro que ella era la
dueña y señora de su casa y que no la consideraran una mujer dependiente.
Vive recluida desde hace cinco años
en su piso. Una reclusión voluntaria desde que le atropelló una bicicleta en la
acera cuando se dirigía al mercado municipal para hacer la compra. Como
consecuencia de esta caída tuvo rotura de cadera y de hombro y estuvo
hospitalizada quince días. Ana, a partir de aquel accidente cogió miedo a salir
de su casa sola o acompañada y se negó a poner los pies en la calle. Una vez en
semana hace un pedido telefónico al supermercado para que le lleven la compra.
Ana es una de esas mujeres
admirables que lucharon y se sacrificaron en los tiempos de escasez en este
país, que se olvidó de ella misma para dedicarse en cuerpo y alma a sacar
adelante a sus cuatro hijos. Era viuda cuando salió del pueblo huyendo de la
miseria y llegó a la capital buscando trabajo; fue camarera, costurera,
planchadora, operaria en un almacén de pasas, es imposible numerar toda la
relación de ellos. Ahorró para comprase el piso en el que vive y del cual no
piensa salir hasta que no la saquen en el ataúd.
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JOSÉ GUERRERO
PRIMAVERA O PERDERSE POR LAS FRAGANCIAS
FLORENTINAS
El mes de las flores era el escenario propicio
para que Rosario disparase toda su artillería y dotes planificadoras con no
poco desparpajo y sigilo, dirigiendo el protocolo en la parroquia del pueblo
con el lema, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, realizando las
diferentes tareas, como la ornamentación del altar de la Virgen con los
inmaculados ramos de flores que traían para la novena.
En todos estos menesteres ella se las
prometía muy felices. Todo le iba miel sobre hojuelas. Los días rivalizaban
entre sí diluviando alegría en el ambiente, junto con los bruscos cambios
climatológicos propios de la impredecible primavera, pintando los más exóticos
horizontes crepusculares.
Nunca pensó Rosario en permanecer en la
costumbre, enrolándose en la parafernalia ancestral quedando para vestir santos
ni mucho menos, ya que con su talento y ardides echaba por tierra todo eso y
más saltándose los controles más estrictos si fuese necesario, y despacio pero
sin pausa fue modulando su mundo, priorizando las aficiones y delectaciones más
rabiosas, y de esa guisa tras los oficios eclesiales llegó a ser con el paso
del tiempo y con todos los honores madre
soltera, en una época tan recatada y puritana.
No se andaba por las ramas a la hora de
aliviar tristuras, y se movía con los pies en el suelo conjugando lo divino y
lo humano, la mística y la magnesia pergeñando los escarceos de su instinto,
como pelar la pava en el parque como cualquier hijo de vecino, sin que se le
cayesen los anillos.
El
nudo del relato se fragua en el mes de mayo por múltiples razones, como ocurre
en el Romance del prisionero, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y
están los campos en flor, cuando los enamorados van a servir al amor, y vestía
Rosario ropa ligera con generoso escote, lo que hacía que brillasen aún más sus
encantos.
Y pasaban por su vida aprisa y corriendo los
días, los estados de ánimo, las estaciones y pensares sin saber nunca lo que le
aguardaba a la vuelta de la esquina.
Fue un día gris de negros nubarrones cuando
Rosario se sintió de pronto rara, indispuesta, y los dedos se le volvían
huéspedes presagiándose lo peor. Y empezó a hervir en su interior lo nunca
imaginable, unas extrañas contracciones y preocupantes pálpitos no sabiendo a
qué atenerse, llegando a tumbarla la tristeza.
Ante el cariz tan alarmante que iba tomando
su estado físico y psíquico, no acertaba a manejar el timón de su barca, yendo
como veleta al son del viento, y en un acto de honda reflexión acudió a la
ginecóloga a fin de esclarecer todas sus aflicciones.
Tras una batería de pruebas de toda índole,
al salir a la calle camino de su mansión se desmayó cayendo de bruces en mitad
de la acera, desvelándose su misterio a plena luz del día con toda rotundidad,
reconociendo con lágrimas en el alma que las hormonas la empujaban a
convertirse en varón, sintiéndose
culpable, y no podía soportar la presión a la que se veía sometida, así como lo
más importante, el no seguir desempeñando el rol de madre.
Su retoño de dos añitos, la inocente y preciosa
criatura a su corta edad no entendía lo que se cocía en derredor, encargándose
la abuela materna de su cuidado, la alimentación y la educación.
Ella tan pronto como pudo cambió de aires.
En un súbito vuelo se trasladó a Latinoamérica con intención de rehacer su vida
de la mejor manera.
Lunático, flemático, ido, evanescente, vil o
cuerdo, tales epítetos y muchísimos más sonaban en aquel enrarecido ambiente al
hilo de los avatares que acaecían, coincidiendo con los tiempos enmarañados y
locos de aquella retadora primavera, como lo rubrica el proverbio, la primavera la sangre altera, ¡y de qué
manera a veces!
Es increíble las sorpresas que da la vida en
los vaivenes del vivir. En determinadas coyunturas del fluir del tiempo, los
lances e ilusiones pueden llegar a los más insospechados tronos, bien por
fallos de la madre natura, bien por necios o caprichosos desvíos de malavenidos
procesos en los que el carburante humano pierde el norte y fuelle discurriendo
por otros cauces equivocados, o vaya usted a saber el porqué, y se desborda el
río de la vida con tal virulencia que arrasa con todo, como el río Chíllar o el
de la Toba, no dejando títere con cabeza, no pudiendo Rosario salir airosa de
tamaña tropelía sumida en el abismo.
Los vínculos de unos endemoniados vientos
con intrincadas mareas la arrastraban hacia otros horizontes poco fiables, que
iban in crescendo en sus sentires.
Una especie de gusano invisible la mordía y roía
en el silencio de la noche, y las pesadillas y angustia se cebaban con ella, y
no podía por menos que reconocer el misterioso veneno que la embargaba
sufriendo vejaciones o arrebatos dentro del cuerpo al verse convertida en
hombre de repente, cuando el bebé que amamantaba con su pecho y leche abrigaba en
sus genes las esencias de la madre, y no tenía más remedio que apechugar con
ello rompiendo con lo anterior, el trascendental papel de madre.
El pasado invierno, sin ir más lejos, le
había resultado matador al no transcurrir un día sin que no se le atragantase
algún hueso duro de roer en las salidas y entradas de su vivienda, o verse
envuelta en fraternales enfrentamientos o ásperas controversias con los
allegados, recibiendo golpes de todo tipo, sintiendo dolores o un inquietante
hormigueo en el pecho que le alarmaba sobremanera en las coyunturas por las que
atravesaba, aunque su corazón quisiese alcanzar la luna para su bebé o el mismo
sol en un ataque de enajenación mental.
No disponía Rosario del tiempo preciso para
arribar adonde le encantase, y llevar a cabo tal hazaña enterrando lo tóxico y pútrido
soslayando la tozuda realidad por mucho que lo postergase.
Tenía que romper con el pasado forzosamente,
con lo que había conformado su cáliz de vida, y buscarse otros amaneceres,
nuevos alicientes, una refrescante luz o bosque encantado poblado de verdes
pinos y robles donde folgar, expulsando los malos humores que habitaban en su
cuerpo, tales como desengaños, incomprensiones o bofetadas promovidas por las
aparentes incongruencias que afloraban en los más variados campos, como por
ejemplo, en el mundillo de la moda llevar escotes, minifaldas, o en el asunto
culinario por mor de los antojos de los suyos por tomar arroz con leche a
destiempo algunos días, acarreándole no pocos disgustos, echando mano de
milagreros ungüentos o visitas al galeno por los reiterados vómitos acentuados
en los días festivos o fines de semana, como si le hubiese tocado el gordo en
el sorteo de la vida, a pesar de no haber metido ni un centavo en tan macabro
juego de lotería.
Tal suceso tan sui géneris y privado a nadie
interesaba, ni ella quería que llegase a sus oídos, asumiéndolo Rosario con
regocijo. No le agradaba en absoluto que anduviese su vida en boca de la gente
ni por asomo, lo tenía muy claro.
A Rosario le hacían muy feliz los viajes, y perderse
por el planeta Tierra. La última vez que estuvo en Florencia le acompañó una
amiga dispuesta a olvidar las andanzas y correrías de otros tiempos, cuando la
visitaron con la ilusión de descubrir un nuevo mundo o el paraíso perdido de la
Biblia.
Más tarde quiso establecerse en la Toscana y
crear un nuevo nido llevando una vida placentera, trabajando y estudiando las
tradiciones y acervo clásico de aquellos envidiables parajes que le subían al
tren de la vida, despertando la curiosidad y el interés por vivir el arte y la
historia de la Humanidad.
Pero ahora no pasaban por su mente tales encantamientos,
y lo que le motivaba era ser ella misma, y hacer lo que se le antojase hasta
madurar el concepto de ser un hombre, el nuevo enfoque existencial.
En los tiempos borrascosos que le tocó vivir
a Rosario quería sentirse auténtica, pidiendo a los cielos que fuese cuanto
antes la operación sexual, y con la ayuda divina llegar a ser un apuesto galán,
y echarse luego una novia firense, porque aseguraba Rosario que las nativas de
la Toscana llevaban en el alma un sello indeleble que le hacían estremecer, y
dibujaba corazones en el aire con la yema de los dedos, convencida de que con
su gracejo marcaban de por vida a los visitantes de tan seductores lugares.
Recordaba Rosario que cuando llegó la
primera vez a Florencia lo primero que hizo fue alquilar una bici, o mejor aún,
se la encontró en una plaza sin ningún amarre, yendo con la amiga a patear las plazas
y rincones más emblemáticos de la ciudad, deteniéndose en los monumentos
señeros inhalando sus aromas primaverales, las fragancias de jardines,
parterres y coquetas macetas en ventanas y balcones quedando extasiada por
momentos, aunque sin caer en el síndrome de Sthendal.
Ese aire nuevo que refrescaba su rostro le
ayudaba a serenarse ante los acerbos advenimientos y pasos tan comprometidos y
valientes que debía emprender, al convertirse en un hombre maduro, toda una
mujer hecha y derecha como era ella, acostumbrada en el pueblo a rezar el santo
rosario en la novena del mes de María, así como en casas de vecinos por el deceso
de algún familiar, quedando la gente eternamente agradecida.
Quizá siguiese Rosario las huellas
intelectuales del filósofo griego al pie de la letra, “nosce te ipsum”
(conócete a ti mismo), y en ésas andaba buscando unos sólidos pilares y
sugestivas estructuras para su flamante edificio humano, su persona, un hombre
recién hallado dispuesto a comerse el mundo, a enfrentarse a los tiburones que
le rodeaban y a los aviesos vientos que le abordasen navegando por el mar de la
vida, yendo con la cabeza bien alta, y a su vez sacrificarse por su vástago,
dándole todo el cariño del mundo, corrigiendo a la madre natura que en
ocasiones mete la pata sin paliativos, y aportar su granito de arena al buen
hacer, dando testimonio con su conducta y lecciones al Sumo Hacedor por aquello
de que nos hizo a su imagen y semejanza.
La primavera borra las estatuas del miedo
con su hermosura y aromáticos encantos, decorando las tierras del alma, las
campiñas y oteros generando inconmensurables panorámicas y delicados sueños a
través del arte, y más aún en Florencia por la majestuosa beldad que destila su
corpus artístico configurado por la mano humana, derrochando excelsas joyas con
sumo talento en un carrusel de monumentos, así como en el mundo creativo de las
letras y la poesía.
Lo atestiguan con voz recia autores como
Boccaccio, Dante o el ardiente Petrarca a través del célebre soneto a su amor,
Laura, “Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra/, y ardo y soy hielo; y temo
y todo aplazo/; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra/; y nada aprieto y
todo el mundo abrazo/. Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra/, ni me
retiene ni me suelta el lazo/; y no me mata Amor ni me deshierra/, ni me quiere
ni me quita el embarazo/. Veo sin ojos y sin lengua grito/; y pido ayuda y
parecer anhelo/; a otros amo y por mí me siento odiado/. Llorando grito y el
dolor transito/; muerte y vida me dan igual desvelo/; por vos estoy, Señora, en
este estado”.
Y por tierras hispanas, brilla con luz
propia la primavera en poetas como, Antonio Machado, que exclama estupefacto en
sus versos, “La primavera ha venido/ y nadie sabe cómo ha sido//… O Juan Ramón
Jiménez que, abocado a la melancolía, apunta, “Y yo me iré y se quedarán los
pájaros/ cantando/. Y se quedará mi huerto con su verde árbol/, y con su pozo
blanco//…
Ante tanta barahúnda, confusión o perjuicios
a terceros cabe preguntarse, ¿quién paga los platos rotos de las aberraciones
existenciales en tan convulsa vida?
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PACO LÓPEZ
Doña Paula está del todo escandalizada. Nunca imaginó a
su nieta Enriqueta levantar la pierna con tanto descaro. Es verdad que los
tiempos han cambiado, pero eso sigue siendo una provocación. Seguramente, doña
Paula permanecerá tras la ventana observando a su nieta hasta que desaparezca
de su vista. Enriqueta en cambio totalmente ajena a que está siendo observada
por su abuela lleva sus pensamientos justamente en sentido contrario a los que
abruman a su abuela. Ni por lo más remoto se le pasa por la cabeza que su
postura, es decir, lo elevado de su pierna pueda llamar la atención de alguien.
Se siente cómoda, al menos hasta ahora. Quizás, en algún momento opte por
variar el grado de inclinación de la pierna, que sin duda será porque sus
músculos empiecen a notar fatiga y su cerebro determine optimizar el confort
del organismo que controla. Doña Paula sigue esperando dicho cambio, pero no
puede evitar el pensar en sus lumbares, que por los mismos motivos que tendría
su nieta para cambiar de postura, la condicionan a mantener la postura forzada
que exige su estado de vigilia. Se plantea un reto, una buena ocasión para
apostar. ¿Será la abuela la primera en cambiar su actitud, o será la nieta
quién cambie antes? Desgraciadamente, el carácter de instantáneas de las
fotolucis no nos permiten ir más allá. La vida de las mismas se la damos
nosotros, -los contempladores-. Sólo nuestra imaginación tiene la capacidad de
resolver esta incógnita. Yo apuesto a que será la nieta en cambiar de postura,
y argumento mi convencimiento en que la nieta no está bajo presión, y lo hará
inconscientemente, como un acto reflejo de sus músculos. En cambio, que la
abuela se retire de la ventana exige un acto de voluntad contra el que su
consciente se resiste.
Dicen
los cronistas del lugar que no hay caso de disputa, ya que, tanto la abuela
como la nieta, llevan así desde tiempos de Garibaldi, y así seguirán en tanto
la municipalidad no decida cambiar este atractivo turístico por otro más acorde
con el gusto de los visitantes de la ciudad.
Enhorabuena compis!! Excelentes escritos!!👏🏻👏🏻
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