Escriben sobre esta foto: Marcos Marín, Vicky Fernández y Paquita Díez
Marcos Marín
El cielo está nuboso
en la ribera fluvial,
baja el río caudaloso,
por la lluvia otoñal.
Al costado del curso,
vallado, delimitado,
el cauce resguardado,
hay un estrecho paso.
De placas de piedra
enlosado,
el revestimiento del
suelo
del concurrido paseo,
Con un espacio de
césped a un lado.
Entre la hilera de bancos
caen las hojas secas
de los longevos
plátanos,
por el viento
dispersas.
Vicky Fernández
Una
vez más llega el maldito otoño, la estación que más aborrezco. Muy bellos los
árboles desnudos que tiran las hojas secas y amarillentas y cubren el suelo de
la alameda, sí, precioso el otoño para el que no tiene que sufrirlo.
¿Qué
le habrá pasado hoy a don Ramiro que no está sentado en su banco favorito? Él
se pasa todas las mañanas que hace buen tiempo en este primer banco leyendo la
prensa o resolviendo crucigramas. Le gusta saludarme y hablar un rato conmigo.
El señor no se ha recuperado aún del ictus que le dio hace dos años, le
tiemblan las piernas al caminar por lo que puede caerse fácilmente y su salud
es bastante delicada. El hijo le da sus paseos y al terminar, lo deja sentado
en este banco unas horas. Después, lo recoge el nieto. Espero que don Ramiro no
haya tenido una recaída. Estaré pendiente al hijo para preguntarle.
Hace
un año, más o menos, sí, era una tarde de principios de otoño. Me di cuenta que
una anciana vestida de negro y que llevaba un carro de la compra, se quedó
dormida sobre este mismo banco. Comenzó a lloviznar, y me quedé extrañado de
que la señora no despertara. Poco a poco se le iba empapando su ropa y ella
seguía quieta y sumida en un largo sueño Me acerqué para despertarla y que se
guareciera de la lluvia que comenzaba a arreciar. La llamé primero suavemente,
después le grité y al final le toqué en el hombro. Fue cuando se tambaleó sobre
el lado derecho hasta que quedó tumbada en el banco. En ese momento me temí lo
peor. Llamé a Urgencias, y nada más la reconoció el médico me comunicó que la
señora había muerto, posiblemente de un infarto cardíaco. Me pidieron mi número
de teléfono por si necesitaban hablar conmigo y para dárselo ellos a la
policía.
La
verdad es que yo podría escribir un libro sobre las historias que me ocurren en
los bancos de la ciudad.
Por
las noches, como todo el mundo se imagina, en los bancos duermen los
vagabundos, ya cada uno tiene el suyo, se comportan como si fueran sus dueños.
Si alguno intenta dormir en uno que no le corresponde se pueden llegar a agredir.
Me entristece mucho verlos por las mañanas helados de frío sobre estas duras
maderas, se cubren con una manta, y los que menos con un saco de dormir
mugriento. No quiero imaginarme si yo tuviera que dormir al relente de la noche
haga frío, calor o llueva, me sería insufrible. Más de un vagabundo ha
amanecido tieso como un pajarito y he tenido que llamar a Urgencias. Se
levantan del banco cuando empieza al despuntar el sol y en la vía pública van
concurriendo viandantes y desaparecen hasta que no llega la noche.
A
la mayoría de la gente le encanta el otoño y hasta componen poemas sobre el
amarillear de los árboles y cómo el viento las hace revolotear, del alfombrado
de las calles y plazas. Yo les prestaría mi escoba y mi recogedor un par de
horas, a ver si seguían pensando lo mismo. Soy licenciado en Ciencias de la
Información, y para poderme independizar de mis padres a mis treinta años he
conseguido este trabajo provisional de barrendero municipal. Espero no
jubilarme con la escoba
Paquita Díez
Aquí me clavaron un mes de abril. Ya no me acuerdo
de que año, pero ya llevo tiempo. Mi quietud a veces me aburre, pero otras
veces me anima viendo pasar a la gente hablando, llorando riendo, de prisa,
despacio, niños corriendo gritando, ancianos cabizbajos, anclados en sus
pensamientos y para todos soy un banco, algo que hay ahí, estático, unas veces
al sol, otras entre sol y sombra. Sólo se fijan en mí si me necesitan para
descansar y aquí sigo solitario en esta foto que Luci me sacó sin mi permiso,
rodeado de hojas que poco a poco van cayendo de los árboles en su ciclo normal
todos los otoños. Después, el viento las arrastra y van acurrucándose unas
contra otras como para consolarse en el punto final de su vida hasta
desaparecer entre la basura. Algunas tienen otra suerte y pueden ser utilizadas
como abono.
A veces mi soledad es interrumpida por personas que se
sientan encima sin saludarme. En invierno es más triste. A veces me paso días
sin que nadie se acerque a mí. En primavera y verano es más alegre. Casi
siempre hay alguien que me necesita y yo sigo sus conversaciones, sus jadeos,
sus besos y a veces hasta hacen el amor encima de mí. Son los ancianos los que
más me visitan. Los veo como se acercan fatigados, con cara triste, tirando de
su pesado cuerpo, cayendo como plomo en mi regazo ¡Ay! Que ganas de encontrar
un banco, se dicen para sí mismos. Así entre sol y sombra voy pasando la vida
sin saber cuanto estaré aquí, pero será siempre igual, me pasarán por encima la
lluvia, la nieve, el sol, la sombra, el viento, la primavera, el verano, el
otoño y el invierno. Y así año tras año con acompañamiento de alguien o en la
más profunda soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario